El
difunto (Humor negro)
Hace unos días, después de más de treinta años, celebramos una cena los
compañeros y compañeras que trabajamos juntos en una clínica de Tudela. Se llamaba clínica de “La Milagrosa ”. El nombre le
venía que ni pintado porque, aunque no hacíamos milagros, sí que jugamos un
papel importante en la asistencia sanitaria en aquel entonces, con medios muy
rudimentarios.
En la cena, después de tantos años, recordamos anécdotas, muchas
dramáticas, y algunas con cierta gracia.
Una de ellas fue lo sucedido con un señor muy mayor que ingresó en la
zona de hospitalización en Medicina Interna, y que a los dos o tres días falleció
porque su corazón falló definitivamente. Según la legislación vigente, había
que trasladarlo en funeraria a su pueblo de residencia, que era en una
comunidad próxima. Aunque no era legal, era frecuente hacerlo en ambulancia,
incluso desde los hospitales de Pamplona, para evitar gastos a las familias. En
el informe de alta hospitalaria, poníamos que salía del hospital en “estado de
suma gravedad”, y si les paraba la policía se argüía que había fallecido en el trayecto. La familia,
en este caso, no podía sufragar los gastos de la ambulancia y mucho menos el
traslado en funeraria. La solución que se adoptó propuesta por la familia con
la complicidad de los sanitarios de la clínica, y la del médico de su pueblo
que firmó el certificado, fue vestir al difunto, como si fuera un viajero,
colocarlo en el asiento delantero de una furgoneta Citroen de aquellas de dos
asientos que se utilizaban para la agricultura, le pusieron la boina, lo
sujetaron con el cinturón de seguridad y así lo llevaron a su pueblo. La forma
fue ilegal, pero a aquella familia les solucionó un problema para ellos grave.
La enfermera que les ayudó a sentarlo en el asiento del conductor, recordaba
que le costó introducirle en el vehículo los pies calzados con alpargatas,
porque tanto se había demorado el asunto en la búsqueda de la solución, que el “rigor
mortis” estaba haciendo ya su aparición.
No ocurrió ninguna incidencia.(Mis disculpas si este relato hiere la sensibilidad de alguien)
Ángel Cornago Sánchez