jueves, 31 de octubre de 2013

El difunto (Humor negro)


 
 
El difunto (Humor negro)

 
Hace unos días, después de más de treinta años, celebramos una cena los compañeros y compañeras que trabajamos juntos en una clínica  de Tudela. Se llamaba clínica de “La Milagrosa”. El nombre le venía que ni pintado porque, aunque no hacíamos milagros, sí que jugamos un papel importante en la asistencia sanitaria en aquel entonces, con medios muy rudimentarios.

En la cena, después de tantos años, recordamos anécdotas, muchas dramáticas, y algunas con cierta gracia.

Una de ellas fue lo sucedido con un señor muy mayor que ingresó en la zona de hospitalización en Medicina Interna, y que a los dos o tres días falleció porque su corazón falló definitivamente. Según la legislación vigente, había que trasladarlo en funeraria a su pueblo de residencia, que era en una comunidad próxima. Aunque no era legal, era frecuente hacerlo en ambulancia, incluso desde los hospitales de Pamplona, para evitar gastos a las familias. En el informe de alta hospitalaria, poníamos que salía del hospital en “estado de suma gravedad”, y si les paraba la policía se argüía  que había fallecido en el trayecto. La familia, en este caso, no podía sufragar los gastos de la ambulancia y mucho menos el traslado en funeraria. La solución que se adoptó propuesta por la familia con la complicidad de los sanitarios de la clínica, y la del médico de su pueblo que firmó el certificado, fue vestir al difunto, como si fuera un viajero, colocarlo en el asiento delantero de una furgoneta Citroen de aquellas de dos asientos que se utilizaban para la agricultura, le pusieron la boina, lo sujetaron con el cinturón de seguridad y así lo llevaron a su pueblo. La forma fue ilegal, pero a aquella familia les solucionó un problema para ellos grave. La enfermera que les ayudó a sentarlo en el asiento del conductor, recordaba que le costó introducirle en el vehículo los pies calzados con alpargatas, porque tanto se había demorado el asunto en la búsqueda de la solución, que el “rigor mortis” estaba haciendo ya su aparición.
No ocurrió ninguna incidencia.

(Mis disculpas si este relato hiere la sensibilidad de alguien)
Ángel Cornago Sánchez

miércoles, 30 de octubre de 2013

Envejecer


Envejecer

 

 El ser humano desde que nace, está abocado hacia la muerte que sucederá más tarde o más temprano. Llega a la vida en un estado de indefensión, y si no fuera por la protección que le prodigan sus progenitores, moriría sin remedio a las pocas horas. A diferencia de los animales, que comienzan a andar en muchas especies a los pocos minutos de nacer y a tener cierta autonomía a las pocas semanas, la dependencia del ser humano se prolonga durante muchos años. En nuestra especie, a través de la evolución, se ha desarrollado nuestro cerebro, dando lugar a la inteligencia que, de alguna forma, nos hace dominar el mundo. Sin embargo, hemos ido perdiendo otras funciones que ya no nos son tan necesarias para la supervivencia: tenemos peor olfato y peor vista que la mayoría de los animales, somos más lentos corriendo, menos intuitivos, etc.
Se puede cifrar en más de diez años el tiempo en que el ser humano va a necesitar de sus padres de forma muy determinante para su supervivencia, al menos en el momento actual en que el desarrollo tecnológico y el tipo de vida, hacen a nuestra especie cada vez más dependiente en la época infantil; los niños de hace cien años y los pertenecientes a sociedades muy primitivas, tienen más recursos para enfrentarse a la naturaleza. El proceso de maduración del organismo para adaptarse al medio y alcanzar su plenitud, todavía seguirá hasta los veintidós o veinticinco  años. Se puede decir que a partir de los treinta comienza la involución. Se irá haciendo notar “el desgaste” que, poco a poco, afectará a todo su organismo y que en su progresión, no se va a detener; le va hacer más vulnerable ante distintas causas que tarde o temprano van a vencerle y le van a llevar a la muerte.
Hay que entender pues, que durante unos años esa máquina que es nuestro cuerpo se va a ir perfeccionando hasta llegar a un máximo grado de maduración, para después ir deteriorándose progresivamente. Esto no es del todo cierto, pues como se ha comprobado, incluso en la infancia si están presentes determinados componentes genéticos, existen ya ateromas en las arterias propios del proceso de envejecimiento.
Aspectos del envejecimiento, son considerados por no pocas personas, como enfermedades, cuando son simple consecuencia de ese deterioro progresivo de nuestro organismo. Lo mismo que envejece nuestra piel, lo hace el resto de nuestro organismo aunque no lo veamos. Por ejemplo es normal el deterioro de las articulaciones con artrosis y molestias por poner un ejemplo. Esto no quiere decir que no debamos buscar alivio, pero considero que es importante el concepto. 
Ángel Cornago Sánchez
 

martes, 29 de octubre de 2013

Salud


 

SALUD

 Estamos acostumbrados a asociar el estado de salud, a una situación en que no tenemos ningún padecimiento físico. Este concepto es parcial, por que el ser humano no es sólo funcionamiento mecánico y bioquímico, es, además, vivencias psicológicas: sentimientos y sentido de grupo que le lleva a formar parte de diversos conjuntos sociales, necesarios para su bienestar. Todos estos aspectos son intrínsecos a su existencia, por eso definimos la salud, según la OMS, como “estado de bienestar óptimo físico, mental y social y no sencillamente la ausencia de enfermedad”. A pesar de que es un concepto teórico y poco ajustado a la realidad, esta visión es importante porque incluye todas las causas que hace que el ser humano sienta algún tipo de padecimiento. Al mismo tiempo, es teórica y poco realista, porque es muy difícil que nos encontremos de forma más o menos prolongada, sin ningún padecimiento físico, psicológico, o social, y no siempre se podrá decir que carezcamos de salud. El estado habitual es que tengamos alguna preocupación, en ocasiones incluso importante, alguna molestia física, sobre todo a partir de determinada edad, o algún problema en nuestro entorno social, y no por eso deberemos decir que estamos enfermos, si dichas alteraciones las tenemos controladas y no alteran nuestra vida de forma importante. La investigación sobre la presencia de síntomas físicos o psicológicos en la población en diversos estudios, concluye que entre el 85-90% refiere algún síntoma físico o psicológico. Podemos concluir pues, que hay entre la población “sana” una presencia importante de sintomatología física y psicológica, pero ni por ellos mismos ni por su entorno, son considerados enfermos.
También es cierto que en nuestro momento histórico está sobrevalorada la salud. Muchas personas toleramos mal pequeñas molestias, lógicas a determinada edad o en determinadas circunstancias. Sobrevaloramos la belleza, el cuerpo atlético y bien formado, la juventud, la vida despreocupada y placentera, la superficialidad, aspectos todos que no aseguran una buena salud mental, o al menos un equilibrio psicológico. Antes al contrario, la vejez va a llegar, tal vez la enfermedad, y no todos ni todas vamos a conseguir ese canon de belleza que estamos acostumbrados a admirar e incluso queremos imitar. Es necesaria la aceptación de nuestras limitaciones. Si no, se puede producir mucha infelicidad.

Ángel Cornago Sänchez



lunes, 28 de octubre de 2013

Bioética. Reflexiones para la vida cotidiana

Bioética

A primeros del presente mes, se ha celebrado en León el Congresos Nacional de Bioética al que asistí. El nombre genérico del congreso fue “Bioética en los tiempos sombríos”, en alusión al momento que nos está tocando vivir, y no en referencia a la crisis económica, sino también y fundamentalmente a la social. Pienso que somos una sociedad en decadencia, precisamente por la crisis de valores que ha llevado a la crisis económica y social.
Para quien no conozca qué es la Bioética, simplemente dos apuntes. Van Ressenlaer Potter en 1979 en Wisconsi, acuñó el término de Bioética para indicar la necesidad de un diálogo entre los científicos y humanistas con objeto de preservar a la humanidad de su propia destrucción. Potter da a la bioética un enfoque globalizador poniendo acento en la vida en su sentido más amplio. André Helleguers fundador de Kennedy Intitute en 1971 entiende la bioética en un sentido más restringido: según él debe centrarse en las cuestiones éticas de la práctica clínica y de la investigación médica.
Hasta ahora el enfoque de Helleguers es el que ha predominado y ha jugado un papel muy importante en la asistencia sanitaria. Por esta filosofía hemos pasado de una asistencia paternalista por parte del médico, al reconocimiento como derecho de la autonomía del paciente, donde él es el que decide debidamente informado. Hay muchos más aspectos que no puedo tratar aquí.
El momento que estamos viviendo de contaminación del medio ambiente, de sobreexplotación de los medios naturales, de explotación de las clases más desfavorecidas, todo ello en aras a un progreso económico en manos de unos pocos; de armas de destrucción masiva, de corrupción…en definitiva de crisis de valores, lleva a pensar que debemos dar a la bioética un enfoque más globalizador, el que en un principio planteó Potter. Es el sentir que se palpaba en el congreso.
Es hora de que la mayoría silenciosa, empecemos a tomar protagonismo en esta sociedad sin principios. El sistema está gastado. Hacen falta personas nuevas, con valores; no contaminadas. ¿Nos dejarán los poderes económicos?

Seguiré con este tema.

Ángel Cornago Sánchez

domingo, 27 de octubre de 2013

Nuevo día. Reflexiones para la vida cotidiana


Nuevo día

Cuando nos levantamos de la cama por las mañanas es difícil que lo primero que percibamos sea una sensación de bienestar. Lo normal es que nos sintamos somnolientos, con el cuerpo entumecido y con cierta resistencia a comenzar el nuevo día, cuando no, de mal humor. La reconfortante ducha y el café del desayuno, nos ponen en la tensión suficiente para afrontar el nuevo día con sus retos. Es la vida cotidiana, la que se presenta ante nosotros una jornada tras otra. Esporádicamente habrá hechos puntuales que otorgarán a ese día una significado especial y nos producirán vivencias singulares, pero lo habitual, serán vivencias más o menos universales y rutinarias llevadas de forma subjetiva.
Los ámbitos en que nos desenvolvemos cada día, son para la mayoría de las personas los mismos: la familia, el trabajo, las aficiones…también lo sugerentemente prohibido (no me refiero a lo ilegal). En esos marcos nos vamos a sentir: vulnerables ante muchas circunstancias, reforzados y fuertes ante otras, felices, desgraciados, enamorados, traicionados, sujetos a poderes, ostentando poder, aunque solo sea sobre nuestros hijos. Nos vamos a sentir con salud, enfermos, vamos a sentir admiración, envidia, amor, odio... Nos vamos a sentir tristes o vamos a reír a carcajadas. Vamos a no creer en el más allá o vamos a buscar nuestra trascendencia en momentos de crisis.
De este mar de sensaciones, vamos a sentir probablemente todas en algún momento de nuestra vida, muchas de forma frecuente, la mayoría de forma cotidiana. Van a dominar más unas u otras, dependiendo de nuestra estructura psicológica potenciada por la educación sobre todo en la infancia. Después van a influir de forma determinante las circunstancias, que parte van a ser debidas al azar, pero otras las habremos buscado mas o menos conscientemente dependiendo en definitiva, también, de nuestra forma de ser. Después, durante nuestra vida, la forma de enfrentarnos a todo lo que nos toca vivir, las vivencias y las enseñanzas, junto con la reflexión, va hacer que vayamos acumulando un bagaje que con los años nos permita ser expertos en pragmática de la vida, y que tal vez permita que nos sintamos cada vez, si no más felices, más equilibrados, si hemos sabido asimilar y aceptar las circunstancias vividas, el proceso de declive y envejecimiento.
Ángel Cornago Sánchez

viernes, 25 de octubre de 2013

Espiritualidad. Reflexiones para la vida cotidiana


Espiritualidad

 

            En nuestra vida ordinaria, estamos sumergidos en ruidos de artificio que no nos permiten oírnos a nosotros mismos. En artefactos que nos estimulan de forma poderosa con mensajes de lo más frívolos, engañosos, burdos, sin contenido. Estamos en un momento histórico de crisis económica, pero fundamentalmente de valores. La cultura, el arte, la literatura, están en decadencia. La mayoría de los programas de las televisiones son patéticos. Se crean las condiciones que nos impiden crecer como personas.

Es una vorágine que nos arrastra sin ser conscientes muchas veces a donde vamos. O que nos sume en el hastío y el aburrimiento.

Considero que es fundamental la reflexión, el silencio, el tiempo para mirarnos hacia dentro. En ese mundo interior se puede encontrar consuelo, paz, y cierta felicidad.

No estoy hablando de religión que lleva implícitas creencias que pertenecen a otro ámbito. Estoy hablando de espiritualidad, de cultivar ese mundo interior que todos tenemos y que casi nos pasa desapercibido.

Las condiciones son: dedicarle tiempo, silencio, soledad en un marco adecuado.

Acabo de llegar de estar dos días en el monasterio cisterciense Santa María de Huerta. He estado otras veces en La Oliva. Estoy lejos de las creencias de esos monjes, pero tengo curiosidad por la forma de cultivar su espiritualidad.

Las condiciones que se crean en el monasterio son adecuadas. El marco es impresionante, con sus iglesias y claustros majestuosos; el silencio, el oírles cantar sus rezos… crea un ambiente adecuado para alimentar la espiritualidad. Yo tengo muchas preguntas que hacerles, pero apenas se puede hablar con ellos. Para permitirte pasar unos días, no te exigen nada, solo que no vayas de turismo, que tu objetivo sea tu espiritualidad, independientemente de la religión que seas o aunque no seas creyente. Considero que se podría lograr lo mismo, en un monasterio budista

 En nuestro mundo interior está nuestro equilibrio, y en él la paz y la dosis de felicidad que podamos conseguir. Tampoco es un panacea que te resuelva todo, pero ayuda.
Ángel Cornago Sánchez

jueves, 24 de octubre de 2013

El culumbrucu. Reflexiones para la vida cotidiana


 
 
EL CULUMBRUCU

Nunca había reparado en el “culumbrucu”, y, sin embargo, ha sido acompañante
habitual en mi vida, como en la de casi todos. En mi fuero interno, era sinónimo de
engaño banal, de inocentada. Cuando era niño, hace ya muchos años, era artificio
habitual en las conversaciones de los adultos con nosotros, que nos quedábamos con la
boca abierta cuando nos relataban historias de ogros, gigantes, príncipes encantados,
héroes legendarios, protagonistas de historias fantásticas que agitaban nuestras
emociones infantiles, unas veces con miedo, otras con admiración, y otras con el deseo
de poder emularlos algún día. Fue una época plagada de “culumbrucus”.
En nuestra juventud, seguimos la misma pauta. Pero entonces ya no eran los héroes, ni
los ogros, ni lo perros callejeros que se convertían en duendes, ni los Reyes Magos, ni
aquellas fantasías que tantas veces nos habían hecho volar con la imaginación y de cuyo
despertar no nos sentimos especialmente traumatizados. En este caso, nuestro corazón
latía con fuerza cuando sentíamos que queríamos cambiar el mundo a una sociedad más
justa, más igualitaria, más humana. Creímos en nuestros líderes y teníamos la certeza de
que con ellos y aquella causa que enardecía nuestras inquietudes y nuestras conciencias,
podríamos conseguir lo que nos estábamos planteando: un mundo mejor.
Después, en la madurez el despertar fue muy duro. Los ideales, eran utilizados por los
antiguos líderes carismáticos de las ideas de juventud, para medrar en poder y en dinero.
Las palabras sagradas: progresismo, democracia, justicia social... se pervirtieron y se las
apropiaron grupos y personas cuyo motor y finalidad eran dominar y dominarnos, en
nuestras opiniones, en nuestros votos, y, hasta en nuestros sentimientos, conscientes de
que detrás de dichas consignas objeto de nuestros ideales de antaño, con los medios de
comunicación y con técnicas de marketing, nos podían colar las mayores ignominias.
Hoy, casi en la vejez, después de tantos avatares, y comprendiendo las debilidades que
tenemos los seres humanos, acepto casi todas y a casi todos y todas, excepto a aquellos
que nos han traicionado, a los que han mancillado ideales y palabras, a los que quieren
imponernos su voluntad por la fuerza o con engaños.

Ángel Cornago Sánchez

lunes, 21 de octubre de 2013

El pinganillo. Reflexiones de la vida cotidiana


“EL PINGANILLO”

 

 

¡Cuantas veces suena el pinganillo! A lo largo de nuestra vida, con frecuencia, recibimos llamadas de atención de nuestra conciencia que nos lanza una señal de que estamos ante situaciones en que debemos tomar partido, y cuya elección, supone o no, un quebrantamiento de principios. Desde que tenemos uso de razón, desde que tomamos conciencia de valores,  vamos formando una serie de códigos que son los que van a controlar nuestros comportamientos. No me refiero a las religiones que, al adoctrinarnos, incluyen principios, algunos coincidentes con valores universales, pero  otros creados por la propia religión, y que, en no pocas ocasiones, entorpecen el desarrollo del individuo e incluso le atormentan y manipulan.

También suponen llamadas los intereses, las ambiciones, las pasiones, las debilidades. Entre unos y otros nos pasamos la vida ponderando qué camino seguir o qué decisión debemos tomar, pero nunca debe desparecer la conciencia de la actuación tomada. El quebrantar ocasionalmente principios, ceder a las debilidades, a las pasiones, no cumplir siempre con el deber, cae dentro de lo humano, y creo que todos hemos transgredido alguna vez la forma del mejor proceder. Pero cuando esto sucede ha sonado “el pinganillo”, y hemos sentido un regusto amargo, o al menos hemos tenido conciencia de que no hemos obrado bien.

Hoy existe una perversión de principios. En nombre de palabras rimbombantes como justicia social, libertad, democracia, el bien de la mayoría, progreso…, muchos de nuestros dirigentes, “de uno y otro signo”, son capaces de transgredir los principios con toda naturalidad, sin tener sensación de mala conciencia, e incluso disfrazándolo de hacer el bien a los ciudadanos. Se han instalado en la mentira, en la ineficacia, cuando no en la corrupción, con el fin de mantener o conseguir poder y de gozar de suculentos sueldos y prebendas. Primero desconectaron el pinganillo, después lo perdieron.

En el ámbito de lo privado, mientras no se hace daño a terceros, las pasiones, los instintos, los fallos, si son ocasionales, son perdonables, pero a los que viven de nuestro trabajo y administran nuestros impuestos, no se les puede perdonar, no solo la corrupción, sino el disfrutar de esos sueldos y prebendas desproporcionados, la ineficacia, y el no tener responsabilidad a la hora de administrar nuestro dinero.

Ya no les suena el pinganillo de la conciencia.
Ángel Cornago Sánchez

domingo, 20 de octubre de 2013

Los años. Reflexiones para la vida cotidiana


Los años
Estamos entrando en el otoño y llega el invierno. Hemos pasado un año nuevamente, en el que, como en todos, a nivel personal, hemos vivido momentos buenos, y otros de preocupación e incluso de disgusto. Como grupo ha sido un año duro en lo social.
Cuando somos jóvenes tenemos ante nosotros una expectativa de vida larga, y así se suele cumplir por lo general. Estamos cargados de ilusiones, de proyectos, de ideales, de quimeras y de fuerza para conseguirlas. También, con frecuencia, de inconsciencia, de falta de reflexión, de agresividad, de falta de juicio reposado.
Cuando estamos en el invierno de nuestra vida, con casi toda la vida gastada y expectativas mas bien cortas sobre el porvenir, solemos volvernos prudentes, excesivamente prudentes, conservadores, excesivamente conservadores (y no me refiero solo en lo político), con falta de ímpetu y de proyectos. En cambio tenemos experiencia, la sabiduría que da el aprendizaje de haber vivido variadas y complejas situaciones, de haber reflexionado sobre el entorno, sobre el mundo y sobre la propia esencia del existir.
La primera fase, la de la juventud, es necesaria para empujar a la sociedad hacia el futuro, al cambio de estructuras caducas, al progreso, siempre que se haga con inteligencia y justicia.
Los que estamos en el invierno de nuestra vida, debemos sacudirnos el polvo de decepciones, sinsabores, advertencias, etc. que hemos ido acumulando por el camino, limpiar de telarañas la experiencia, esas telarañas de conservadurismo, de conformismo, de miedos, de asirnos a la seguridad, a lo establecido. Explotemos la sabiduría que dan los años de un vivir responsable, la experiencia sabia, llenemos de proyectos nuestra vida, de proyectos que trasciendan lo cotidiano e influyan en lo social. Hay que seguir vivos de sensaciones, con la inteligencia despierta y cultivada, aunque nuestra piel esté arrugada y nuestro paso  ya no sea  vivo ni firme.
Aunque así debe ser siempre, este país, en este momento, nos necesita a todos. No debemos seguir impasibles a lo que está sucediendo.
 Ángel Cornago Sánchez
 

lunes, 14 de octubre de 2013

Las creencias. Reflexiones para la vida cotidiana


LAS CREENCIAS

 

Recientemente, se ha debatido sobre conveniencia de la laicidad o no de los estados. Disponemos de poco espacio para razonamientos, pero baste decir, en mi opinión, que en una sociedad multicultural, el Estado debe ser laico. Otra cosa muy distinta es que a los colegios que no sean públicos, se les obligue a no impartir las enseñanzas que profesen o a que retiren los signos o emblemas de su religión, siempre que ese centro educativo, respete los principios de convivencia y no sirva apara alimentar ideas extremistas. Los colegios públicos deben ser láicos. Todos los colegios, también los públicos, además de respetar las creencias de sus alumnos, deben formar en derechos fundamentales y no en adoctrinamientos sectarios. Se debe educar en valores universales, de respeto, convivencia, solidaridad, justicia social, esfuerzo, trabajo bien hecho…, es decir en algo que trasciende lo meramente material y utilitarista. Por supuesto los padres son los máximos responsables y garantes de lo que desean para sus hijos, y sólo debe intervenir el Estado cuando se conculquen derechos o deberes universales.

Nuestra vida es algo más que materia. Somos, además de razón, sentimientos, sensaciones que nos llevan a trascender de lo meramente físico y de lo meramente individual. Necesitamos emocionarnos ante los afectos, ante el arte, ante las maravillas del mundo, sentirnos solidarios con nuestros semejantes, regirnos por códigos éticos que no están escritos pero que todos sabemos que debemos cumplir, excepto en la sociedades decadentes en valores, como puede ser la actual. Necesitamos tener valores arraigados, ser críticos con los poderes de turno, tener ideales individuales y sociales. Esto no es religión, lo debemos sentir independientemente de que seamos o no creyentes. Sería trascender de lo material y de lo meramente individual. Sería parte de lo que podemos llamar espiritualidad, que no es sinónimo de religión.

Hay muchas personas que además, su espiritualidad la apoyan en creencias de una religión determinada. El problema es que las religiones se han utilizado, en muchos momentos de la historia, para tener controlado al ciudadano o para conseguir o mantener poder. Es la perversión de las religiones. Bien enfocadas, sin fundamentalismos, sirven de consuelo y ayuda en los momentos malos que a todos nos toca vivir. Como ejemplo, se ha demostrado que los pacientes terminales llevan mejor los últimos meses de sus vidas si tienen creencias.

Las personas que profesan una religión, salvo excepciones, asimilada de forma correcta, no hacen daño a nadie por el hecho de ser creyentes. Las religiones que predican valores de respeto y convivencia, la no violencia, valores sociales…, como el cristianismo, los creyentes, si cumplen sus preceptos, serán buenos ciudadanos y, además, les permitirá en muchos momentos de sus vidas afrontar los sinsabores de forma más llevadera.
La vida no es solo materialismo. El tener valores también es ser creyente, aunque no se profese una religión determinada.

 
Ángel Cornago Sánchez