jueves, 24 de octubre de 2013

El culumbrucu. Reflexiones para la vida cotidiana


 
 
EL CULUMBRUCU

Nunca había reparado en el “culumbrucu”, y, sin embargo, ha sido acompañante
habitual en mi vida, como en la de casi todos. En mi fuero interno, era sinónimo de
engaño banal, de inocentada. Cuando era niño, hace ya muchos años, era artificio
habitual en las conversaciones de los adultos con nosotros, que nos quedábamos con la
boca abierta cuando nos relataban historias de ogros, gigantes, príncipes encantados,
héroes legendarios, protagonistas de historias fantásticas que agitaban nuestras
emociones infantiles, unas veces con miedo, otras con admiración, y otras con el deseo
de poder emularlos algún día. Fue una época plagada de “culumbrucus”.
En nuestra juventud, seguimos la misma pauta. Pero entonces ya no eran los héroes, ni
los ogros, ni lo perros callejeros que se convertían en duendes, ni los Reyes Magos, ni
aquellas fantasías que tantas veces nos habían hecho volar con la imaginación y de cuyo
despertar no nos sentimos especialmente traumatizados. En este caso, nuestro corazón
latía con fuerza cuando sentíamos que queríamos cambiar el mundo a una sociedad más
justa, más igualitaria, más humana. Creímos en nuestros líderes y teníamos la certeza de
que con ellos y aquella causa que enardecía nuestras inquietudes y nuestras conciencias,
podríamos conseguir lo que nos estábamos planteando: un mundo mejor.
Después, en la madurez el despertar fue muy duro. Los ideales, eran utilizados por los
antiguos líderes carismáticos de las ideas de juventud, para medrar en poder y en dinero.
Las palabras sagradas: progresismo, democracia, justicia social... se pervirtieron y se las
apropiaron grupos y personas cuyo motor y finalidad eran dominar y dominarnos, en
nuestras opiniones, en nuestros votos, y, hasta en nuestros sentimientos, conscientes de
que detrás de dichas consignas objeto de nuestros ideales de antaño, con los medios de
comunicación y con técnicas de marketing, nos podían colar las mayores ignominias.
Hoy, casi en la vejez, después de tantos avatares, y comprendiendo las debilidades que
tenemos los seres humanos, acepto casi todas y a casi todos y todas, excepto a aquellos
que nos han traicionado, a los que han mancillado ideales y palabras, a los que quieren
imponernos su voluntad por la fuerza o con engaños.

Ángel Cornago Sánchez

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