Los
espacios.
Incluso el ámbito individual, en la relación con los demás,
todos percibimos que necesitamos un espacio mínimo que se puede cifrar,
dependiendo de las personas, en el que podemos abarcar con los brazos en jarra,
donde en raras ocasiones dejamos introducirse a los otros; ese espacio es mayor
por la espalda, zona que menos podemos controlar, y en determinadas personas y
situaciones. Este territorio individual que todos tenemos y que
inconscientemente salvaguardamos, supone un mecanismo de seguridad instintivo,
no sólo físico, sino también psicológico. Todos hemos experimentado cierta
incomodidad cuando entramos con otra persona en un ascensor reducido; solemos
colocarnos con la espalda apoyada en una de las paredes, no sólo por un acto de
educación, sino por sentirnos seguros. Cuando hablamos con otra persona, sobre
todo si es la primera vez, necesitamos tenerla a cierta distancia, si no, el
proceso de valoración que siempre se produce sufre interferencias.
En nuestra actividad diaria, en el trabajo pero sobre todo en
casa, tenemos unos espacios habituales en los cuales nos encontramos
especialmente confortables y seguros. Generalmente comemos en el mismo lugar de
la mesa, dormimos en el mismo lado de la cama, nos sentamos en el mismo sillón,
incluso cuando no estamos suelen ser respetados por el resto de los miembros de
la familia; son espacios referenciales unidos indefectiblemente a nuestra vida,
que también tienen muchos animales y que, supongo, constituyen un mecanismo de
seguridad y una prolongación de nosotros mismos.
Cuando la muerte afecta a uno de los miembros de la familia,
existe un primer momento de duelo y desesperación al ver vacíos los espacios
que ocupaba el fallecido, pero tarde o temprano, en un mecanismo de defensa
natural contra el sufrimiento, se invaden o se destruyen; por eso es frecuente
el cambiar los muebles de lugar, cambiar
la decoración, etc., en búsqueda de una nueva distribución que borre los
anteriores.
Podríamos decir que nuestro límite no acaba en nuestra piel,
sino que existe un halo de espacio que siempre nos acompaña y que forma parte
de nosotros; en nuestra vida diaria necesitamos también unos lugares o espacios referenciales en los que,
instintivamente, nos encontramos seguros y confortables.
Ángel Cornago Sánchez. De mi librp "Arraigos, melindres y acedías".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Libre