sábado, 27 de diciembre de 2014

SALUD Y PROYECTO DE VIDA

SALUD Y PROYECTO DE VIDA.
 Ángel Cornago Sánchez
El informe del Hastings Center[i] define la salud, como “la experiencia de bienestar e integridad del cuerpo y de la mente, caracterizada por una aceptable ausencia de condiciones patológicas y, consecuentemente, por la capacidad de la persona para perseguir sus metas vitales y para funcionar en su contexto social y laboral habitual”. Es una definición mucho más realista que la de la OMS ya que matiza: “una aceptable ausencia de condiciones patológicas”, a diferencia de la definición de la OMS que hablaba “de completo bienestar...”, lo cual es una utopía.
 El concepto de salud aún tiene un matiz que me parece muy importante para definirla. Salud no es sólo encontrarse bien físicamente, estar sereno psicológicamente, no tener problemas espirituales ni sociales, ni incluso tener una capacidad aceptable para perseguir las metas vitales. Salud es vivir movido por “un impulso vital”, tener un “proyecto de vida” por el que moverse y al que dirigirse. No de forma compulsiva, pues la compulsión, además de producir angustia, hace desaparecer el resto de los factores de la vida que son  importantes; por eso hay que perseguirlo de forma equilibrada. El impulso debe ir dirigido, a un proyecto de vida proporcionado a lo que uno es y a las aptitudes individuales. No se puede pretender ser un buen profesional de una actividad determinada si no se tiene aptitudes para ella. Tampoco se puede pretender ser de los mejores futbolistas del mundo, aunque se tengan buenas aptitudes, pues el llegar a determinadas cotas, supone la convergencia de otros factores que no dependen de uno mismo. Además, es conveniente contar con la posibilidad de que se puede fracasar. Son aspectos que conviene tener en cuenta para no frustrarse y sentirse fracasado. Un impulso desproporcionado, lo más probable es que sea motivo de infelicidad. Sin embargo, el impulso vital si es adecuado y proporcionado, permite que alguna de las otras facetas del sentirse con salud, no sean todo lo saludables que debieran, cosa por otra parte frecuente, pues es una utopía que nos encontremos siempre bien, física, psicológica, espiritual y socialmente. Estos determinados sinsabores se pueden, de alguna forma, compensar con el impulso vital, que no debe funcionar como tal mecanismo como primera finalidad, pues en este caso sería un refugio, que puede servir, pero no entraría dentro del concepto de plenitud de salud. Una persona puede tener una incapacidad física, pero tener una rica vida  intelectual que le permite compensar su deficiencia. Este impulso vital  tendrá más fuerza si es por algo no material, aunque no necesariamente trascendente. El impulso vital, es algo por lo que merece la pena vivir. No es una predestinación que la pueden sentir los fanáticos, sino unas vivencias que el individuo las siente “como que llenan su vida” y le compensan, al menos en parte, del resto de los aspectos negativos. Esta vivencia, por supuesto, es muy individualizada y cada persona puede tener la suya. Pueden ser ideales humanistas, políticos, religiosos, profesionales, de trabajo, aficiones, afectos, incluso perseguir dinero o poder, aunque la calidad de la vivencia en estos casos son de más bajo rango. No es saludable dejar pasar los días sin esperar ni buscar nada; hay que vivir por algo. Esta actitud, permite sobrellevar las alteraciones en los otros aspectos que hacen que no nos sintamos con plena salud. De hecho, muchas personas enferman o aparece la enfermedad, al dejar de “vivir por algo”.
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro "Conocer al enfermo"



 Proyectosalud



[i]The Goals of Medicine:Setting New Priorities.The Hastings Center Report 1996.Tradcc Rodriguez Pozo

viernes, 19 de diciembre de 2014

CONSIDERACIONES SOBRE LAS CREENCIAS

LAS CREENCIAS

                        Ángel Cornago Sánchez

Las creencias, pertenecen al ámbito de lo privado. En alguna ocasión, se ha debatido sobre conveniencia de la laicidad o no de los estados. Sin redundar en razonamientos, baste decir, en mi opinión, que en una sociedad multicultural, el Estado debe ser laico, y respetar las creencias de sus ciudadanos. No debe asociarse con ninguna religión, ni las religiones asociarse con los poderes de turno. Es la perversión de su fin.
Los colegios, además de respetar las creencias de sus alumnos, deben formar en derechos fundamentales y no en adoctrinamientos sectarios. Se debe educar en valores universales, de respeto, convivencia, solidaridad, justicia social, esfuerzo, trabajo bien hecho…, es decir en algo que trasciende lo meramente material y utilitarista. Los padres son los máximos responsables de lo que desean para sus hijos, y sólo debe intervenir el Estado cuando se conculquen derechos o deberes fundamentales.
Las personas que profesan una religión, salvo excepciones, asimilada de forma correcta, no hacen daño a nadie por el hecho de ser creyentes. Las religiones que predican valores de respeto y convivencia, la no violencia, valores sociales…, los creyentes, si cumplen sus preceptos, serán buenos ciudadanos y, además, les permitirá en muchos momentos de sus vidas afrontar los sinsabores de forma más llevadera. El ser creyente no es garantía de nada. Hay creyentes desalmados, pero también entre los que no creen en nada.
Considero que nuestra vida es algo más que materia. Somos, además de razón, sentimientos, sensaciones, que nos llevan a trascender de lo meramente físico y de lo meramente material e individual. Necesitamos emocionarnos ante los afectos, ante el arte, ante las maravillas del mundo, sentirnos solidarios con nuestros semejantes, regirnos por códigos éticos que no están escritos pero que todos sabemos que debemos cumplir, excepto en la sociedades decadentes en valores, como puede ser la actual. Necesitamos tener valores arraigados, ser críticos con los poderes de turno, tener ideales individuales y sociales. Esto no es religión, lo debemos sentir independientemente de que seamos o no creyentes. Sería trascender de lo material y de lo meramente individual. Sería parte de lo que podemos llamar espiritualidad, que no es sinónimo de religión, y que me parece necesario fomentar en el ser humano.
Hay muchas personas que además, su espiritualidad la apoyan en creencias de una religión determinada. El problema es que las religiones se han utilizado en muchos momentos de la historia para tener controlados a los ciudadanos o para conseguir o mantener el poder. Es la perversión de las religiones. En el ámbito individual, bien enfocadas, sin fundamentalismos, sirven de consuelo y ayuda en los momentos malos que a todos nos toca vivir. Como ejemplo, se ha demostrado que los pacientes terminales llevan mejor los últimos meses de sus vidas si tienen creencias.
Considero que hay respetar todas las religiones, siempre que cumplan con los derechos fundamentales. Por supuesto, el ser ateos o agnósticos, es una opción tan respetable y tan válida como ser creyente. Ambos se deben respetar y no hacer bandera de su posición.
Ángel Cornago Sánchez

 ReligionreligiónlaicosestadoESPIRITUALIDAD

miércoles, 17 de diciembre de 2014

EL PACIENTE TERMINAL Y SUS VIVENCIAS

EL PACIENTE TERMINAL Y SUS VIVENCIAS

La enfermedad grave es un momento de crisis en la vida del ser humano; cuando aparece, se enfrenta a una situación  que pone en peligro la esencia misma de su ser, su vida. Surge como consecuencia un nuevo replanteamiento existencial que si la enfermedad cura será transitorio, aunque en ocasiones la crisis sufrida puede dejar cambios permanentes que van a condicionar su sistema de valores e incluso su forma de vida. Cuando el diagnóstico es de enfermedad terminal le va a llevar a la muerte en un plazo corto de tiempo y, como consecuencia, se produce un abandono definitivo de la mayoría de los intereses que eran el motor cuando tenía salud, que se sustituyen por otros más profundos: se produce un cambio radical en cuanto a expectativas, proyectos, valores, relaciones, incluso creencias en algunos casos; es el momento de hacer balance de la propia existencia sin tiempo para remediar casi nada, pero en general con tiempo suficiente para hacer un ejercicio de aceptación de nuestros errores y tal vez de reconsideración de posturas. Desaparece lo baladí y toma fuerza lo fundamental.
La relación médico-paciente hasta hace pocos años paternalista, hoy tiene lugar bajo un nuevo vínculo basado en el principio de autonomía auspiciado por la bioética. Ya no se discute que el paciente tiene derecho a estar informado, también a no estarlo y a delegar si así lo manifiesta, y a decidir sobre las actuaciones diagnósticas y terapéuticas que le afecten. Este enfoque supone un positivo avance  que da una nueva dimensión a la relación sanitaria,  más humana y en definitiva más enriquecedora también para el sanitario.
Es un momento de especial vulnerabilidad ya que, aunque el paciente sea capaz de gestionar su autonomía, por su enfermedad va a vivir en una situación de precariedad y va a depender de la actuación y cuidado de muchas personas: durante el proceso van a influir sobre él de forma positiva o negativa, los  sanitarios, la propia familia, y también las instituciones sanitarias, las circunstancias sociales..; todos,  teóricamente deberían proporcionarle ayuda, pero con frecuencia no es así y, en ocasiones, incluso provocan más sufrimiento. La medicina actual tiene como objetivo fundamental realizar actuaciones curativas, pero es mucho más remisa en emplear sus recursos en medidas paliativas y en la asistencia en los últimos meses, semanas o días de vida y, especialmente, en  la asistencia en el momento de la muerte, siendo así que, excepto los que mueren de forma repentina, todos la vamos a necesitar.
             
El final de la vida es  clave en nuestra existencia, por una parte porque supone el fin y ruptura con todo, por otra, porque las últimas semanas, meses e incluso años, pueden ir acompañados de importantes sufrimientos tanto físicos como psicológicos. El momento de la muerte puede ser especialmente dramático. Los organismos sanitarios y los profesionales de la salud tenemos el deber de estar sensibilizados, formados y  preparados para dar respuesta a esta importante y trascendental demanda. ¿Hasta donde debemos seguir luchando los sanitarios para alargar una vida?¿Estamos produciendo con nuestra actuación en muchas ocasiones más dolor y sufrimiento a costa, en el mejor de los casos, de alargarla unos días o semanas? ¿Tenemos claro que hacerlo puede ser maleficente? ¿Hasta donde llega la autonomía del paciente? ¿Tiene derecho a decidir sobre su propia vida? Algunas soluciones, implican graves problemas éticos.
En el libro se tratan las distintas opciones que se pueden presentar analizando los principios éticos implicados. Se trata extensamente los principios de autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia. La "información" merece una reflexión especial. Asimismo se analizan los dilemas éticos al final de la vida: el principio del doble efecto, la sedación terminal, el estado vegetativo permanente, la limitación del esfuerzo terapéutico, el encarnizamiento terapéutico, la eutanasia, el suicidio asistido… temas todos, candentes en la sociedad en el momento actual. He intentado tomar una postura razonada de cada una de las opciones.
           



muerteenfermo terminalbioética

COMPRENDER AL ENFERMO

A través de estas líneas, se analizan los conceptos de salud y enfermedad. El distinto papel de los protagonistas del encuentro: paciente, médico, sanitarios..., con los factores que influyen en ese momento tan especial para conseguir la curación si es posible, el alivio y el acompañamiento si no hay otra opción. Necesarias, la calidad técnica, y la no menos importante calidad humana. A todos, nos va a tocar, nos ha tocado o nos tocará, pasar por situaciones de menoscabo de nuestra salud; vamos a padecer síntomas físicos, y también, el sufrimiento derivado de la incertidumbre sobre la causa de nuestras dolencias o la de nuestros familiares. La preparación técnica y la actitud humana de los médicos, enfermeras y demás sanitarios, va a ser esencial para que ese momento de crisis lo superemos, sintiéndonos bien estudiados, entendidos, arropados, y en ocasiones consolados, o al contrario, tratados de forma deshumanizada aunque técnicamente la atención sea adecuada. Este trabajo, está realizado por un médico con años de experiencia en muy diversos ámbitos, fundamentalmente hospitalario, que siempre ha considerado imprescindible, además de una excelente formación técnica, la necesidad de un enfoque humano en el ejercicio profesional, para conseguir la máxima eficacia. Estas líneas van dirigidas al público en general, y a los trabajadores de la sanidad.

EDITORIAL SALTERRAEENFERMOENFERMEDADSANITARIOS

martes, 16 de diciembre de 2014

ARRAIGOS, MELINDRES Y ACEDIAS"

LIBRO DE RELATOS CORTOS.
“Arraigos, melindres y acedías”, trata de ser una aproximación a la  sociedad  española de los últimos años de la dictadura y primeros de la democracia, en forma de relatos cortos, escenificados en Los Fayos, pequeño pueblo del Moncayo en la provincia de Zaragoza, y en Tudela (Navarra), una ciudad media de provincias, como tantas de nuestro país, a las que se puede extrapolar, desde una perspectiva intimista que considero es el rasgo fundamental del libro, contado por alguien que en aquellos años vivió su adolescencia y primera juventud.
El nexo con aquella época son fundamentalmente los sentidos y las sensaciones,
la nostalgia, la ironía, a veces la crítica descarnada. Son las características de la obra.
El resultado, unas veces son cortos relatos de costumbres, otras vivencias poéticas rozando el melindre y, otras, análisis sociales y sensaciones ácidas.
    NOTA: los escritores que no somos famosos, no aparecemos en las estanterías ni en los expositores de las librerías. El que va a comprar tiene en cuenta lo que ve, a no ser que lleve la decisión tomada. Este es un medio, para poner nuestros libros en el expositor y que nos conozcáis.

sábado, 13 de diciembre de 2014

LAS SOMBRAS DE LA LUNA


Novela: LAS SOMBRAS DE LA LUNA.  Ediciones Trabe
Juan llegó a pensar que su destino atormentado, estaba escrito en las sombras de la luna. La novela relata la historia de varios personajes que les tocó vivir la España de la posguerra y de la transición a la democracia: Juan, Clara, Laura, Ricardo... Es una historia de sensaciones, sentimientos y traumas, personificados en sus protagonistas, en un contexto social y político que marca sus vidas de forma determinante.
Fue una época convulsa por las imposiciones morales, religiosas y políticas que les tocó vivir. Educados en verdades absolutas, algunos, como Juan, en el seminario, lo que condicionará sus valores y contradicciones, fundamentalmente en su relación de pareja, primero con Laura, mujer dulce y de juicio equilibrado, y después con Clara de evolución mucho más tormentosa. Ambas relaciones marcarán el destino de Juan que tendrá en su amigo Ricardo, el contrapunto que trata de salvarlo.
La novela se desarrolla en Oviedo, León, Zaragoza y Zudaire (Navarra),  fundamentalmente.






LAS SOMBRAS DE LA LUNAEDICIONES TRABEANGEL CORNAGO

lunes, 8 de diciembre de 2014

Dudar es un ejercicio de madurez

Dudar.

 Ángel Cornago Sánchezdudarmadurez
Según el diccionario de la Real Academia, duda es la indeterminación entre dos o más juicios o decisiones. El concepto de duda entraña tener que elegir entre varias opciones, ya sean ideas, personas, cosas, actos o actitudes. Aunque me he referido a dos o más alternativas, esta situación cobra todo su significado cuando se reducen a dos, es como si el acto decisorio nos pusiera entre la espada y la pared.
El hecho de dudar, llevado al extremo, supone dejar la mente suspendida sin el basamento sólido de la certidumbre; es como sentir el cosquilleo desagradable de la velocidad, la inestabilidad del vértigo, el miedo a lo desconocido; supone en definitiva sensación de inseguridad, desasosiego y ansiedad.
La duda puede durar desde unos segundos, hasta toda la vida. Toda primera acción o la introspección de un concepto, requiere pasar por el tamiz de la duda, al menos durante unos segundos, el tiempo necesario para decidir si nos lanzamos o no a ejecutarla, o a reflexionar antes de asumir la idea en cuestión. Esta situación no puede durar mucho, pues genera ansiedad de forma progresiva y llegaría un momento en que no podríamos tolerarla. Exige, en un tiempo prudencial, resolverla o almacenarla como “duda”, sin estar debatiéndola de forma continua, aunque  hay que revisarla de vez en cuando.
En la praxis, la duda tiene el límite del momento de iniciar la acción, y no siempre nos permite la indeterminación o manifestarla como duda. Hay casos en que tenemos que tomar decisiones, aun sin estar plenamente convencidos. En estas circunstancias hay que asumirlas, aun en el caso de que resulten erróneas.
No todas las personas aceptan la duda; existen individuos que dan la impresión de tenerlo todo claro, no se les ve nunca dudar, actúan de forma compulsiva, incluso con agresividad si piensan que los demás perciben sus dudas. Son personas que no pueden tolerar la ansiedad que se produce en los momentos de indecisión, y esa misma intolerancia, como la pescadilla que se muerde la cola, les lleva a crear cada vez más ansiedad; necesitan en todo momento pisar firme; el flotar les produce un vértigo que no pueden tolerar.
Existen asimismo personas que se debaten en una permanente duda, con  miedo continuo a equivocarse o a tomar partido; sólo se sienten seguros en su reducido y frágil territorio; se colocan siempre en el borde de la tapia; necesitan ser aceptados por todos y a todos intentan contentar. No se puede contar con ellos para ningún cometido que requiera cierto compromiso o riesgo.
La sociedad  valora la duda  de forma negativa, necesita que sus ídolos sociales, sus líderes, se muestren firmes, seguros, omnipotentes, poco humanos, casi dioses, para sentirse protegidos, para que esa seguridad se proyecte sobre ellos; es un fenómeno social que ha permitido que determinados líderes hayan sido capaces de inducir a las masas a realizar verdaderas atrocidades, fundándose exclusivamente en su carisma; una de las características del carisma es la sensación que emana del líder de todopoderoso, de seguridad, en definitiva de no dudar.
La carencia de dudas es también propia de personas primitivas y poco inteligentes; las pocas verdades y los códigos que utilizan son los que les enseñaron, nunca los han elaborado ni los han puesto en tela de juicio, y todo lo resuelven con esas elementales reglas.
El dudar, reflexionar y resolver, es un ejercicio intelectual que mejora nuestra capacidad de discernir, nos reafirma en nuestra condición de seres humanos limitados y, al mismo tiempo, capaces de grandes logros. En definitiva, la madurez, el ir madurando, pues el proceso no se acaba nunca, está jalonado de un rosario de dudas y reflexiones que, bien llevadas, nos conducen de forma progresiva a sentir esa sensación interior mezcla de humildad y  de profunda sabiduría, que nos puede llevar por el camino de cierta plenitud.

 Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: "Arraigos, melindres y acedías".

sábado, 29 de noviembre de 2014

En muchas ocasiones nuestro equilibrio se tambalea.

Equilibrio.
Ángel Cornago Sánchez
Aquella tarde estaba triste, algo se había roto en mí. Sin saber por qué, fui encontrándome cada vez más apesadumbrado. Motivos aparentes, cercanos, recientes, no parecían de entidad; más lejanos en el tiempo y más profundos en el alma, probablemente muchos, pero no había sucedido nada que hiciera presumir que los hubiera desempolvado aun sin querer. Una vida cuando se lleva vivida, tiene mucho contenido acumulado y, entre ese contenido, hay mucho de negativo y doloroso.
Cuando pienso en esto me doy cuenta de que en muchas ocasiones, tal vez, no son las circunstancias externas las que traen los momentos dolorosos, sino que están dentro de uno mismo, en nuestra forma de ser, en nuestra historia. Pero... ¿hemos podido ser de otra manera? Estamos acostumbrados a idealizar que nuestra trayectoria en la vida hubiera sido muy otra si no hubiera ocurrido tal o cual circunstancia, poniendo como argumento sólo nuestras posibles virtudes y los acontecimientos positivos. Sin embargo, debemos tener en cuenta, que somos no solo lo positivo que hay en nosotros, también lo negativo y, como tal, debemos aceptarlo aunque esa parte nuestra sea la causa de que no hayamos llegado a cotas más altas de aceptación personal o de felicidad.
Probablemente, cuando llega esa tristeza inopinada, de aparente sinsentido, algo se ha removido en el fondo de nuestros sentimientos, de nuestros recuerdos o de nuestras frustraciones, que hace que revivamos de nuevo circunstancias que antes nos causaron dolor. Fue porque algo deseado no tuvimos o porque después de tenerlo lo perdimos; ese “algo” que nos produce infelicidad no suelen ser cosas materiales, sino más bien ideales o personas. La infelicidad siempre nace de la sensación de carencia de algo.
No todos los días estamos igual, los hay en que las mismas circunstancias nos pasan desapercibidas, y otros, sin embargo, tambalean nuestra estabilidad estímulos menos manifiestos. Somos frágiles e influyen en nosotros muchas circunstancias que no controlamos; incluso el tiempo, la temperatura y la presión atmosférica producen cambios que acusamos.
Básicamente, lo que más influye, es nuestra estructura psicológica conformada por nuestro código genético, y las circunstancias vividas en los primeros años que han condicionado nuestro desarrollo psicológico, y que han hecho que esas aptitudes o defectos gravados en nuestros genes hayan desarrollado o aminorado sus potencialidades. Después, en la edad adulta, cambiar radicalmente el trayecto tomado es laborioso. Otro factor son las circunstancias que nos toca vivir de adultos, que van a ponernos a prueba en muchas ocasiones, y a las que nos vamos a enfrentar con esa estructura que tenemos conformada.
Por eso, hay días en que me siento triste y no sé por qué, al menos no sé por qué, de repente, soy mucho más sensible a carencias o frustraciones que en otras ocasiones me parecía haber superado. Lo cierto es que, habitualmente, después de la tempestad viene la calma, y hace presumir que, a lo mejor mañana, será otro día y me encontraré de nuevo tranquilo y relajado, pero con la seguridad de que, tarde, o más bien temprano, aparecerá otro u otros días de tempestad.
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: “Arraigos, melindres y acedías”.


 Equilibrioestabilidadpsicología

domingo, 9 de noviembre de 2014

Los beneficios de la enfermedad

Los beneficios de la enfermedad.
Ángel Cornago Sánchez

La enfermedad, habitualmente produce dolor, sufrimiento, a veces amenaza la vida, e incluso lleva a la muerte tarde o temprano.  Puede ser aguda, y con frecuencia enfermamos de forma crónica conforme vamos teniendo edad, con carencias más o menos importantes. Vamos a convivir con la enfermedad o con la amenaza y, desde luego, sabiendo que la muerte es segura.
En general, la enfermedad produce preocupación y una serie de inconvenientes que suelen impedir llevar una vida plena y, la reacción habitual, es cuidarse, llevar los tratamientos indicados, en definitiva intentar curarse para poder reintegrarse al estado de salud.
Cuando enfermamos, precisamos cuidados especiales. En general, la enfermedad nos impide hacer nuestra vida habitual, por eso debemos estar de baja laboral y precisamos cuidados hasta que recuperamos nuestras capacidades.
Pero no siempre es así. Hay un número “reducido” de personas que alargan las bajas laborales e incluso simulan dolencias, para poder disfrutar del sueldo sin trabajar. Este es el caso más conocido de aprovecharse de la teórica situación de enfermo, que en realidad es un fraude. Defraudan a todos los cotizantes. Por otra parte, debo dejar claro, que aun con este pequeño inconveniente porque el número es reducido, debe ser un derecho social irrenunciable, aunque hay que controlarlo.
Pero se dan otros beneficios más sibilinos que produce la “enfermedad”. Suele suceder con enfermedades reales, más o menos crónicas, y los utilizados suelen ser los propios familiares, los propios cuidadores. El paciente en cuestión, se acostumbra a una serie de prerrogativas y cuidados, que en muchos casos podrían realizar ellos sin ayuda, o podrían contribuir a pequeñas tareas en la casa, pero adoptan el estatus de enfermo con todas sus consecuencias.
Esto es negativo para el propio paciente porque se aferra al beneficio que le produce la enfermedad de no hacer o no contribuir a determinadas tareas, que recaen en otras personas generalmente familiares, y le impide progresar en sus capacidades. Los cuidadores, en muchos casos no son conscientes de que están siendo utilizados y, a veces sometidos.
También hay casos, que detrás de quejas repetidas hay una llamada para pedir atención o cariño que no se atreve a pedir abiertamente. 
Casos llamativos son las llamadas “neurosis de renta”. Se trata de pacientes anclados en los síntomas de su teórica enfermedad que les producen beneficios importantes, y que, consciente o inconscientemente, no están dispuestos a mejorar, porque prefieren vivir los beneficios que les produce el estatus de enfermo. Pueden vivir así durante años, y algunos toda la vida, siendo una carga extremadamente dura para los familiares
El caso extremo son las personas que simulan una enfermedad para obtener un beneficio concreto o los beneficios referidos.
Todas estas situaciones son difíciles de etiquetar para los sanitarios, que pueden sospechar que se encuentran ante uno de estos casos, pero son difíciles de demostrar.
Es un tema delicado. Etiquetar a alguien de uno de estos problemas y equivocarse es aumentar su sufrimiento.
Detrás de estos comportamiento hay personalidades  patológicas, pues para cualquier persona, poder llevar una vida plena con sus obligaciones y beneficios, es mucho más gratificante que llevarla limitada, aunque le suponga ciertas ventajas.

Ángel Cornago Sánchezneurosis de rentasimulador

domingo, 2 de noviembre de 2014

CONSIDERACIONES SOBRE LA MUERTE

La muerte.

MUERTETANATORIOSOLEDADÁngel Cornago Sánchez
La humanidad hasta hace unos cien años siempre ha convivido con la muerte de forma natural. La muerte formaba parte de la vida cotidiana, siempre estaba presente, pues las personas estaban sometidas a un sinfín de noxas que en muchas ocasiones eran mortales. Una simple apendicitis, una neumonía, infecciones, enfermedades o traumatismos hoy banales, podían llevar a la muerte sin remedio, por eso siempre se tenía presente que la  enfermedad y la muerte estaban acechando. Los planes de futuro siempre eran  aleatorios y estaban supeditados a la “salud”, algo que todavía se considera hoy en día, pero con mucha menos sensación de amenaza, sobre todo en las personas jóvenes. Hoy rara vez se muere un niño; antes en cada familia había varios fallecimientos en edad infantil.
La muerte en los pueblos primitivos constituía un evento de suma importancia, tanto para el individuo, como para la comunidad. Los ritos funerarios y las exequias fúnebres se realizaban con gran solemnidad. Trataban de conectar la vida de este mundo, con el más allá después de la muerte. En algunas civilizaciones antiguas, como la egipcia, los poderosos pretendían asegurar su vida en ultratumba con monumentos grandiosos, como las pirámides. Las manifestaciones de duelo eran, en general, manifiestas y públicas, incluso, el sufrimiento se teatralizaba para hacer partícipe a la comunidad del tremendo dolor que suponía para los familiares y amigos, perder al difunto. En la alta edad media, como señala Philip Aries[1], “las manifestaciones más violentas de dolor afloraban justo después de la muerte. Los asistentes se rasgaban las vestiduras, se mesaban la barba y los cabellos, se despellejaban las mejillas, besaban apasionadamente el cadáver, caían desmayados y, en el intervalo de estas manifestaciones, pronunciaban el elogio del difunto, uno de los orígenes de la oración fúnebre”. Después, seguían los ritos religiosos y, posteriormente, la comitiva fúnebre recorriendo la ciudad o el pueblo del difunto, se dirigiría al lugar de enterramiento para la inhumación del cadáver. Todo, en estos cuatro tiempos marcados por el ceremonial que suponía la muerte de una persona en aquella sociedad.
Hasta hace pocos años, la muerte tenía lugar en el domicilio, rodeado de familiares y amigos. En la Iglesia católica y en nuestro medio, el “viático” se llevaba a los moribundos, en una comitiva que atravesaba las calles de las ciudades y de los pueblos con boato y solemnidad. La comitiva, hacía el recorrido desde la iglesia hasta el domicilio de la persona que presumiblemente estaba muy próxima a morir, precedida de una cruz y del tañer característico de una campana, con los curas y los monaguillos ataviados con ornamentos negros con ribetes dorados. Cuando llegaban a su destino, todos entraban en la casa, incluso en la habitación, y rodeado de toda esta parafernalia, el sujeto, pero también los presentes, tenían conciencia de la tragedia del momento. Incluso a los niños se les hacía partícipes de esas vivencias. Estas manifestaciones impregnaban la vida de los pueblos, lo mismo que otras de carácter festivo, pero se tenía muy claro que la muerte estaba ahí, se convivía con la muerte.
Hoy estas manifestaciones han desaparecido, en todo caso, el viático ha sido sustituido por un cura vestido de seglar que, como cualquier visitante, acude a la cabecera del moribundo para darle el último consuelo espiritual si es creyente, ya sea en su domicilio o en el hospital. Después de la muerte, se llora a hurtadillas, ocultándose del resto de las personas; se utilizan gafas de sol oscuras para ocultar los ojos llorosos. La pena y la desesperación por la pérdida del ser querido, se viven en la intimidad; es una desesperación “hacia dentro”, que impide esa catarsis que incluso podría ser beneficiosa en el aspecto psicológico para superar el dolor. Las exequias funerarias cada vez se han ido reduciendo más, de tal forma que, actualmente, ya no se recibe en el domicilio del fallecido, sino en los tanatorios. Antes, se “velaba” el cuerpo presente del difunto durante toda la noche de forma ininterrumpida hasta la hora del entierro. Hoy, se deja al difunto en el tanatorio durante la noche y la familia marcha a su casa. El luto tan manifiesto hasta hace menos de cien años, hoy ha desaparecido. Incluso el cadáver se tiende a hacer desaparecer, de tal forma, que la incineración anteriormente inexistente en nuestra cultura, cada vez está más extendida.
¿Quiere esto decir que hoy se sufre menos por los difuntos? Considero que no tiene nada que ver. Estamos en la cultura de la felicidad, que cada vez se aleja más de la realidad y que cada vez está más lejos de cualquier tipo de sufrimiento, por eso, las manifestaciones excesivas de dolor ante la muerte no tienen cabida en las ceremonias comunitarias. Hoy, no se concibe ni se acepta la enfermedad ni el sufrimiento, no se acepta ni el envejecimiento, solo la juventud, la belleza, el triunfo. Por tanto, tampoco se acepta la muerte, que es el último e inexorable fracaso y, como no se puede evitar, se lleva en silencio, sin ceremonias que trasciendan de lo privado. En el ámbito individual, el dolor, la pena y el duelo, son similares e incluso más intensos que en épocas anteriores, al no haber podido exteriorizar de forma más patente esas emociones. El dolor se vive en la intimidad, incluso el hacer excesivas manifestaciones de dolor se considera como exageraciones e histerismos. En realidad, sucede con todas las manifestaciones de sufrimiento[2].
La muerte de hoy, es con frecuencia la muerte en soledad. Nos parece una muerte trágica, y conceptuamos la soledad como un sufrimiento añadido muy importante. Por eso, nos imaginamos una muerte buena como una muerte en paz, sin sufrimientos y, sobre todo, rodeados de nuestros seres queridos que, en ese momento, nos aportan cariño y consuelo. Hoy, es frecuente que esto no sea así. Lo habitual es morir en el hospital rodeados de toda parafernalia terapéutica, que sirve de poco en ese momento. Y en ocasiones, solos.

Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: “Comprender al enfermo”






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domingo, 26 de octubre de 2014

JUBILACIÓN Y CRISIS DE PAREJA

JUBILACIÓN Y CRISIS DE PAREJA

                Ángel CORNAGO SÁNCHEZ

La jubilación es un momento especial en la vida personal, pero también en la vida de pareja como tal. Por una parte, supone un cambio sustancial del ritmo de vida de cada uno de los miembros que, puede provocar vivencias psicológicas dispares: desde sensación de libertad y de tener tiempo, por fin, para dedicarse a esas aficiones que se han tenido abandonadas durante tantos años; en tal caso produce liberación, y comienzo de una vida que puede ser muy gratificante. O si no se tienen aficiones, proyectos, o formas de darle sentido a la vida, son unos años que se pueden vivir con aburrimiento, hastío, y la creencia de que ya no se sirve para nada. Por supuesto hay vivencias mixtas.
Para las personas que tienen pareja, es una prueba de fuego. Si los dos están jubilados, van a pasar de tener cada uno su “parcela” de vida individual, de trabajo, de compañeros, de tiempo gestionado de forma personal, de diferentes encuadres, relaciones, intereses, preocupaciones, etc., a compartir casi todas las horas del día y de la noche, renunciando a esa vida independiente que cada uno disfrutaba. Si la relación es excelente, no van a surgir problemas especiales. Pero…, relaciones excelentes hay pocas. En muchos casos se van a descompensar las que estaban más o menos en equilibrio inestable, que son muchas, por ese compartir tanto tiempo, y la carencia del que anteriormente utilizaban individualmente.
Vivir en pareja no quiere decir que las aficiones, las opiniones, las ideas, etc., sean comunes; ese aforismo de que “dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición”, es una falacia, habrá algunos casos, y desde luego no es positivo para el proyecto de cada cual. Es fundamental, como durante toda la vida, para ambos miembros, guardar su individualidad, y que esta sea respetada por el otro. En mi opinión, es la mejor de forma de vivir en pareja de forma digna.
La relación de pareja en la jubilación, como he dicho, sufre una prueba de fuego, aunque no suele tener consecuencias mayores, porque la mayoría de hombres y mujeres se resignan, sabiendo que la “suerte está echada”, y que la alternativa a esa edad de vivir solos, o buscar otra pareja es complicada y poco sugerente, por lo que habitualmente se opta por seguir juntos. Hay casos en que en un arranque de coraje y dignidad deciden separarse, con la convicción de que es algo que debían haber hecho hace muchos años, aunque no es frecuente.
En todo momento, en pareja, es importante tener la sensación de que se convive con alguien que te quiere, que se preocupa por ti, que te es leal, fiel, y no me refiero a la fidelidad en el aspecto físico, creo que hay frecuentes infidelidades entre las parejas que no son físicas, no se les da demasiada importancia y que son tan graves, como son la deslealtad en los apoyos psicológicos, o en las carencias, en las confidencias que a veces se utilizan como agresión en momentos de tensión, en intentar hacer daño en los desencuentros sin reparar en medios…, etc. Estos mecanismos perversos de relación no son extraños y se recrudecen en los momentos de crisis.
La vida de pareja siempre es difícil y tiene sus momentos críticos, uno de ellos es el de la jubilación. A esa edad, es lógico que se hayan ya producido los ajustes, y que incluso la necesidad del otro miembro sea más intensa que en épocas anteriores. La pareja vivida de forma madura y gratificante, es la mejor forma de convivencia.
Ángel Cornago Sánchcrisis de parejajumilaciónjubilaciónez

sábado, 18 de octubre de 2014

¿Qué acciones llegamos a ser capaces de realizar?

          Las circunstancias y las potencialidades

 En ocasiones, cuando voy por la calle y me voy cruzando con personas desconocidas, se me ocurre pensar en cómo será la vida de esas personas, cómo será su mundo íntimo, cómo vivirán sus preocupaciones, ansiedades y alegrías, cómo se comportarán en privado, cual será su cara oculta, cuales sus secretos inconfesables. Al verlos así, parece que todos somos similares y que nuestra forma de vivir debe de ser asimismo parecida. Pero no es así.
Aunque el grupo social al que pertenecemos por medio de unos valores establecidos ha creado unas pautas de comportamiento, existen una serie de factores imposibles de controlar que son muy distintos de unas personas a otras: por una parte la estructura psicológica grabada en nuestro código genético que, a su vez, va a ser modificada de forma importante por el ambiente familiar, social y la educación de los primeros años, lo que va a dar lugar a nuestra estructura de adulto mas o menos estable. Sobre esta, van a actuar a su vez las circunstancias de la vida, que para cada persona van a ser distintas, todo lo cual dará lugar a que las vivencias y las formas de actuar sean también distintas al estar manejando diversas variables.
Es similar, en general, la forma de comportarnos como grupo social. Todos más o menos respetamos el ir por las aceras, pasamos por los pasos de peatones, respetamos las reglas de circulación, el horario de trabajo, las llamadas normas de educación, etc. Sin embargo, al vernos así, a todos unificados, casi iguales, tengo que hacer un esfuerzo de imaginación para pensar en lo diferentes que son nuestras sensaciones, nuestras vivencias, nuestros comportamientos en privado, en definitiva nuestras vidas, y qué se encierra detrás de todos esos rostros anónimos que me cruzo cada día. La mayoría son gente que pudiéramos considerar más o menos normal,  con sus fallos puntuales, pero seguro que detrás de esos rostros corrientes y anónimos, me he cruzado con algún ladrón, algún violador, algún pederasta, y, probablemente, con algún asesino.
Cada uno llevamos nuestro mundo interior a cuestas, pero es etéreo, invisible, oculto, sólo enseñamos nuestro lado bueno o neutro como máximo. Todos tenemos nuestros secretos más o menos inconfesables que llevamos peor o mejor asumidos, unas veces superados y en ocasiones vigentes.
Pero, además de violadores, corruptos, ladrones y asesinos confirmados públicamente o no, el resto de las personas que nos cruzamos ¿se puede decir que son  distintos a los anteriores, que son normales, que son incapaces de realizar dichas acciones?
Estoy convencido de que la mayoría no son capaces de hechos inmorales o punibles, pero algunos sí. Las personas que han cometido tales delitos ha sido porque han convergido al menos dos factores: por una parte una estructura psicológica determinada capaz de llevar a cabo tales acciones, y por otra, unas circunstancias que les han permitido llevarla a cabo. Por eso entre todas estas personas que nos cruzamos, teóricamente sin tacha, hay algunas con estructuras psicológicas capaces de acciones detestables. Habrá dictadores, ladrones, corruptos, incluso asesinos; en apariencia, únicamente se diferencian de los anteriores en que no se han dado las circunstancias que favorezcan el que den rienda suelta a sus instintos.
Esto es fácil de ver en la vida diaria y en la reciente historia. Muchas personas que consideramos normales, consiguen alguna cota de poder y se comportan como corruptos o como dictadores. Nos es muy difícil entender cómo hay individuos que en situaciones de crisis social o de guerra, matan a sangre fría incluso a mujeres y a niños, y sin embargo esto sucede y no precisamente de forma aislada, sólo tenemos que volver la vista a nuestro entorno, a la historia, y actualmente a muchos países en el mundo. Existen muchos asesinos en potencia, muchos fanáticos, que sólo necesitan una motivación para justificar sus barbaridades, con la circunstancia agravante además de que en su fuero interno pueden llegar incluso a sentirse héroes. No existe ninguna diferencia entre los asesinos de uno u otro bando que en la guerra civil eran capaces de sacar a personas de sus camas y fusilarlos en las cunetas de las carreteras o en las tapias de los cementerios, simplemente por su ideología, o los asesinos que matan de un tiro en la nuca; todos ellos tenían y tienen la excusa de la lucha por un “pretendido ideal”. Suelen ser fanáticos manejados desde los despachos por otros asesinos más sofisticados. Esta gran diferencia entre las estructuras psicológicas de las diferentes personas se muestran, fundamentalmente, en situaciones límite, en situaciones de crisis social o personal, o cuando la presión de las circunstancias es muy fuerte.
Lo mismo que hay muchos asesinos en potencia, también hay personas que no han podido desarrollar sus aptitudes positivas porque no se han dado las condiciones adecuadas. Se pierden sabios, pensadores, artistas, etc. porque no han tenido las circunstancias propicias para desarrollar sus aptitudes. También detrás de esas caras  anónimas existen muchos hombres y mujeres buenos y honrados, que constituyen la mayoría, y algunos que son capaces de importantes acciones de solidaridad e incluso de acciones heroicas.
Cuándo estamos en una plaza llena de gente desconocida, estamos rodeados de potenciales héroes, potenciales sabios, en general de gente buena, pero también por potenciales asesinos. Nosotros  ¿de qué seríamos capaces dependiendo de las circunstancias?
Ángel Cornago Sánchez, De mi libro "Arraigos, melindres y acedías".

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viernes, 10 de octubre de 2014

Despertar la consciencia.

Despertar  la consciencia.conscienciadespertar

Estaba roto, harto de corregir el gesto, de mostrar en econsciencial rostro sensaciones que no se correspondían con el momento que en realidad estaba viviendo.
Con códigos inconscientes, nos habían educado para ser amables, educados, correctos, cariñosos y…, sumisos con el poderoso; había que dar una imagen de afabilidad, discreción, docilidad, nunca de competencia; al poderoso no le gustan las personas seguras de sí mismas, con criterios propios, las perciben como amenazantes para su status.
Al mismo tiempo nos habían educado para ser agresivos, audaces, seguros, altivos, soberbios..., con el débil. Con el débil había que dar una imagen de seguridad, de suficiencia, de poder, aunque todo ello, eso sí, impregnado en un halo de moralina paternalista. La relación con el débil es muy importante porque nos confirma nuestro propio valer; es la referencia que nos permite reafirmarnos en nuestro estatus de superiores. Si el débil osaba contradecirme, sentía una sensación de rabia contenida y contestaba con una agresividad desproporcionada. !Estaría bueno¡
No había más status. Nos habían educado para tener la sensación de que en los intercambios relacionales, a las personas había que colocarlas por encima o por debajo, sólo había que mantenerlas a nivel el tiempo justo de medirlas.
Era una lucha sin cuartel de actitudes vacías, sumisas o altivas. Mientras, yo, sin mirarme en el espejo, sin dibujar mis contornos, sin matizar mi silueta, desorientado, con el regusto amargo de estar vacío, crispaba y adaptaba el gesto adecuándolo al momento que parecía estaba viviendo.
Un buen día en que el sol brillaba con más fuerza, di un corte de mangas a la “fábrica de códigos”, y con las manos en los bolsillos, despeinado, la figura descompuesta, saltando de forma descoordinada, emitiendo gritos de placer e impregnado de una gozosa sensación de libertad, di la espalda al pasado y, respirando hondo, me fui por la senda que lleva al horizonte blanco y azul.
Y... aquí estoy. Actualmente dudo, río, lloro, pero me miro en el espejo y me percibo, toco mi silueta y sé que soy yo, hablo con la gente y sé que son personas... Muchas veces me siento en el suelo para sentir en las posaderas mi propio peso, mientras con las palmas de mis manos trato de percibir el latido de la tierra.
Y este latido, me dice cada día que sigo vivo, porque me enervo por las injusticias, por la utilización perversa de los poderes, por los razonamiento sectarios, y…, por otras muchas cosas más, a las que espero no acomodarme nunca
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro “Arraigos, melindres y acedías”.


viernes, 26 de septiembre de 2014

Peregrino, un burro peculiar y rencoroso.



Las imágenes visuales que evocamos con más facilidad son las caras de familiares directos con los que hemos tenido relación especial y ya han desaparecido o están lejos; para mí,  por ejemplo, las caras de mis abuelos de Los Fayos; la de mi abuela con su piel arrugada pero fina como el terciopelo, pálida y sonrosada, su pelo blanco recogido en moño, su pequeña estatura, sus manos deformadas por el reuma, su rostro amable y cariñoso con los ojos azules y vivos. Mi abuelo alto, delgado, pelo ralo, cano, ojos azules y claros, piel arrugada, brazos y manos grandes y toscas, piernas torpes, todo él emanando sencillez, bondad y cariño.
Mi abuelo, para las labores del campo tenía un burro que llamaba Peregrino; del nombre no sé el origen ni el motivo. “Peregrino” era un burro de tamaño medio, no tenía la contundencia y estatura de un jumento de postín, pero tampoco era como esos pollinos enanos y paticortos en los que cuando sus amos van montados arrastran las alpargatas por el suelo; de color gris, una raya negra recorría todo el espinazo hasta el rabo y remarcaba los bordes de sus orejas. Era, como todos los burros, obstinado, terco, reservón, y resignado en un momento dado. Cuando de niño iba a casa de mis abuelos, casi antes de verles a ellos entraba a la cuadra a ver a Peregrino, me sentaba encima de un saco de paja, y allí pasaba un rato observándolo. Sentía un profundo cariño por aquel animal, a pesar de que alguna vez me jugó alguna mala pasada.
 Uno de esos días que llegué de Tudela, entré en la cuadra y después de estar un rato acariciándole y observándolo, decidí mostrarle mi cariño dándole una buena cena; sin que se enterara mi abuelo fui llenando el pesebre de remolachas, patatas, manzanas, calabazas, hasta que estuvo casi lleno; intentaba echar una última remolacha y, de repente, sentí la pata trasera del burro en mi pecho que me dio un tremendo empujón y me tiró contra la pared opuesta. Por lo visto el burro no se las había visto mejor en su vida, con una cena tan suculenta y abundante; seguramente interpretó que en vez de ir a echarle más comida iba a quitársela, o le estaba impidiendo con mi insistencia dar cuenta de ella; de lo que estoy seguro es de que no quiso hacerme daño, pues no fue una coz con un golpe seco que podía haberme partido el pecho y haberme matado, fue simplemente apartarme con un gran empujón, y creo que hasta con cuidado; no me ocasionó ni el más mínimo rasguño, sólo el susto. Nadie se enteró.
De madrugada, muchos días mi abuelo y yo íbamos al campo; nos montábamos en el burro que ya se sabía, por la costumbre, todas las huertas donde solíamos ir a trabajar; cuando pasábamos por la más cercana al pueblo, obstinado trataba de meterse en ella, y así sucesivamente hasta que enfilábamos el camino de la que estaba a hora y media de camino, que llamábamos “el río de la casa”; entonces, el burro, disminuía el paso con nosotros a su lomo, empezaba a sacudir la cabeza y las orejas y, con paso cansino, como resignado y deprimido, tomaba el camino que irremediablemente le iba a suponer un esfuerzo considerable; había una chopera junto al río que atravesábamos poco antes de llegar, y el burro, rencoroso, se acercaba todo lo que podía a los viejos troncos con intención de  rozar nuestras piernas contra ellos y desmontarnos. Hace poco tiempo estuve con un vecino de Vozmediano al que mi abuelo se lo vendió cuando ya no podía dominarlo; con este hombre trabajó durante años y, cuando era ya muy viejo, se lo vendió a un gitano. Pobre suerte la de estos animales que van de mano en mano dependiendo de su rentabilidad, y quien sabe si desgarrando sus sentimientos.

Ángel Cornago SánchezburroPeregrinolos fayos

sábado, 20 de septiembre de 2014

LAS APARIENCIAS SON MÁS IMPORTANTES QUE EL FONDO

El fondo y las formas.
PUBLICIDADEs algo consustancial al ser humano revestirnos de artefactos, adoptar formas, poses y actitudes que tienen por finalidad trasmitir una imagen determinada a las personas de nuestro entorno y, en definitiva, comunicar una serie de características de nuestra personalidad ,o de nuestro estado en ese momento, reales o no, que el sujeto en cuestión pretende que sean conocidas por los demás. Es una forma de comunicación no verbal que ocupa un lugar preeminente dentro de las formas de comunicarnos.
Esta forma de relacionarnos ha existido siempre, e incluso la utilizan también los animales. Algunos de ellos, como el gato y el jabalí, erizan su pelo cuando están en actitud agresiva, el pavo real extiende su cola para atraer a la hembra, el camaleón cambia de color cuando se siente en peligro, el león ruge para hacer notar su  poderío, etc. Los pueblos primitivos se sirven de adornos y de pinturas para distinguir al jefe, al hechicero o a los guerreros. En la sociedad actual existen una serie de profesiones que matizan sus funciones y sus rangos por medio de signos; como más representativos, los militares con el uniforme, los jueces con la toga, y los miembros de las religiones  con los hábitos y ornamentos. En definitiva, existen en el ser humano y en los animales una serie de mecanismos de comportamiento que tienen por finalidad mostrar su rango, u otras más concretas como la defensa del territorio, de la vida o el mantenimiento de la especie.
El ser humano actual utiliza también estos mecanismos, pero además utiliza otros que tienen una diferencia sustancial en cuanto a su finalidad. El hombre de nuestra sociedad trata de demostrar que tiene un status determinado dentro del grupo social al que pertenece, se corresponda o no con la realidad, y eso porque sabe de la importancia que tienen este tipo de atributos para que los demás lo valoren. Trata de vivir en un barrio determinado, tener un coche de determinada marca, usar ropa de reconocida calidad, llevar joyas, frecuentar determinados locales, codearse con personas prestigiadas socialmente. Los ademanes forzados, la forma de hablar son otros mecanismos que tratan de comunicar características de su personalidad.
La generalización en estas formas de comportamiento se debe a dos factores, por una parte a la teórica igualdad de oportunidades que hace que cualquier persona pueda aspirar a ocupar un lugar destacado socialmente; aunque no lo pueda ocupar, como dicho status va unido a unos signos externos, estos signos se convierten en finalidad siendo más asequible conseguirlos que el status en sí. La otra razón, a mi juicio la más importante, es que en la sociedad actual los valores y los ídolos sociales son muy superficiales; valoramos al hombre rico, al que aparenta seguridad, al que tiene desparpajo, al que tiene poder, o cualidades como la  belleza, la elegancia, la fuerza, la agresividad, la juventud, etc. quedando otras, como la inteligencia, la honradez, la bondad, o contenidos como el arte, la ciencia, la cultura, etc., en muy segundo lugar. Podemos decir pues, que en este momento social existe una valoración excesiva de aspectos superficiales en menoscabo de valores más profundos y fundamentales.
 Mantener un status determinado basado en conseguir signos externos valorados socialmente, puede ser la finalidad básica de muchas familias que llegan a sacrificar aspectos mucho más importantes. Para determinadas personas, el tener una ropa de marca o un coche ostentoso, en el ambiente que frecuentan, puede ser muy importante y utilizan todas sus energías para conseguir esos fines, incluso si su economía no está en relación con esas necesidades sacrifican otras más básicas para obtener dichos fines.
Esto lleva a que haya una discrepancia entre lo que se es y lo que se quiere aparentar, y algo que la naturaleza creó para ocasiones determinadas, en general trascendentes, se convierte en una actitud crónica por motivos vacíos que pueden no tener ninguna recompensa. Viven una existencia superficial condicionada por uno y mil factores sin contenido de los que llegan a sentirse esclavos. Esta forma de vida esta llena de insatisfacciones y es fuente de frustración y hastío.
Aunque el refranero español es sabio y dice que “el hábito no hace al monje”, en la sociedad actual parece que impera la creencia de que el hábito sí que hace al monje. Esto lo saben muy bien las empresas de consumo, que intentan vendernos sus productos basando su publicidad en lo accesorio y no en lo fundamental; casi no nos hablan del producto en cuestión, pero nos lo presentan asociado a mujeres bellas, coches ostentosos, marcos paradisíacos o personas valoradas socialmente. Lo mismo sucede con los partidos políticos, sus líderes deben ser fundamentalmente buenos vendedores, con ademanes, elocuencia y, a poder ser buena presencia, más que personas con contenido.
Respecto a las vivencias personales, el que exista una disociación traumática entre lo que se es y lo que nos gustaría, ser lleva a una permanente frustración y, por tanto, a una permanente infelicidad.
Aceptarnos como somos y llenar de contenido nuestra vida, es imprescindible para conseguir cotas de felicidad.

                Ángel Cornago Sánchez. De mi libro,  “Arraigos, melindres y acedías” 

viernes, 22 de agosto de 2014

Los Fayos, pueblo con encanto de Aragón.


Los Fayos tiene una fascinación especial en mi vida, las causas no son del caso, pero tal vez la más importante es que en casa de mis abuelos me sentía muy feliz; la relación con ellos fue profundamente afectiva, y mi estancia en el pueblo durante los meses de verano constituía un alto en mi vida infantil que me fue sumamente beneficiosa psicológicamente; creo que en esos meses vivía lo que debe de ser una infancia feliz.
Los Fayos, para quien no lo conozca, es un pintoresco pueblo situado en las faldas del Moncayo, más concretamente aguas abajo del nacimiento del río Queiles. Situado debajo de un cortado a pico de la roca, se me antoja que es de existencia muy antigua. Hay cuevas en diversas zonas construidas por el hombre en plena vertical, cuyo acceso debía de ser por lianas, escalas de cuerda u otro sistema que en un momento determinado permitiese hacerlas completamente inaccesibles; las entradas eran al parecer  por la parte alta. Encima del pueblo hay una grande, la llamada cueva de Caco, con habitaciones cavadas dentro y un gran pozo en la parte más alta que se llenaba con la lluvia de un barranquizo próximo canalizado por un pequeño túnel hasta dentro de la cueva; de niño me he deslizado a gatas por este túnel hasta el precipicio. La entrada a esta cueva se hacía desde lo alto de la peña; desde la carretera, mejor con prismáticos, se puede ver el trayecto que seguían sus moradores para acceder a ella: un trayecto sumamente peligroso pero muy fácil de defender. Recuerdo de niño que en el mismo borde del precipicio había una gruesa pared que tiraron porque caían piedras sobre las casas del pueblo. Al parecer esta cueva, en la edad media, fue utilizada como castillo, pero su origen debe de ser mucho más remoto.
Algo que me extraña sobremanera, es el que no se sepa nada o muy poco sobre su historia; a veces pienso que es una ignorancia interesada por parte de las autoridades, por el proyecto muy antiguo de la construcción de un pantano, que en el momento actual ya es realidad; tal vez esta sea la causa de que nunca se haya investigado seriamente el origen de este pueblo y de sus vestigios arqueológicos. Incluso, durante la construcción de dicho pantano, con los movimientos de tierras se descubrió un fósil de una animal grande, pues he podido ver un diente del tamaño de un puño, que alguien pudo recuperar antes de que, rápidamente, lo cubrieran de cemento, no fuera que les pararan las obras, y al parecer había muchos intereses. Creo que hicieron fotos que deben de estar archivadas.
Le tengo un cariño especial a este pequeño pueblo y a sus gentes que conozco desde niño, entre los que me he encontrado feliz y cómodo. Hoy sigue siendo mi refugio.
En Los Fayos había una banda de música que el maestro de la escuela había formado con mozos del pueblo. Para mí, aquella banda sonaba muy bien, aunque supongo que no debían de ser unos virtuosos; tocaban en la procesión, en misa acompañando en sus cantos al “batanero”, en los conciertos del mediodía y en los bailables de la noche.
El “Batanero” era un hombre del pueblo que ejercía de sacristán de la iglesia, y en los días de fiesta grande, desde el coro, cantaba la misa en latín manejando los grandes salterios como si de un cura experimentado se tratara. Los sones de la banda en la iglesia, los latinajos del Batanero, la misa solemne, las mujeres con sus mejores galas con grandes y trabajados velos cubriéndoles la cabeza, los hombres con trajes de pana, chalecos y alpargatas en general negros, daban un ambiente de fiesta que recuerdo como días importantes que me ha tocado vivir.
Unidos a  los sonidos de la banda asocio los de las bombardas que se hacían explosionar durante la procesión, y que retumbaban de forma especial en la vertical de la peña. Los cantos de los “gozos a San Benito” por parte de los hombres del pueblo, esos mismos hombres a los que había oído blasfemar en tantas ocasiones, y que el día de la fiesta cantaban con todas sus fuerzas en honor del santo; el ambiente era festivo y para mí constituían el sumun de mi felicidad infantil. De hecho mi sensación de felicidad ha estado siempre muy en relación con la felicidad o desgracia vivida en mi entorno; es como si fuese demasiado sensible o vulnerable a lo que me rodea.
Después de la procesión, mientras que los adultos tomaban vermut y la banda acomodada a la sombra en la esquina de la plaza interpretaba lo que se llamaba concierto, los niños nos dedicábamos a quemar martinas o a explosionar los petardos que comprábamos en los vendedores ambulantes que venían durante las fiestas.
El segundo día de fiestas, al día siguiente del de la patrona, traían el toro; unos días antes se había preparado la plaza vallándola con maderas de chopo que se subían al hombro desde la carretera donde estaban apiladas secándose; había que subirlas por las empinadas escaleras de la plaza, tarea ardua en ocasiones cuando se trataban de largos y gruesos troncos. El toril era la barbería, situada en la misma plaza, en la que en tiempo normal cortaba el pelo y afeitaba el practicante del pueblo. El tejado del toril era el estrado donde tocaba la banda por las noches.
La llegada del toro era todo un acontecimiento; cuando se oía llegar el camión en la lejanía, el corazón se nos aceleraba y era como si sintiéramos ya el peligro. Un niño algo más joven que yo se subía al último piso de su casa y apenas salía en todas las fiestas. Lo soltaban a la entrada de la calle Larga previa colocación de una soga atada a los cuernos; el recorrido del encierro prácticamente era todo el pueblo, pues dadas sus características, con un carro y unos tableros a la entrada y otros a la salida quedaba cerrado sin posibilidad de que se escapara. Las casas estaban abiertas, y eran lugar de refugio para cualquiera que lo necesitara; en alguna ocasión el toro se llegó a colar en una entrada y creo que entró hasta la cuadra donde estaban las caballerías. Las fiestas consistían en eso, toro por la mañana, por la tarde, y el baile de la hora del vermut, de la tarde y de la noche. Casi todos los años el toro se escapaba, aunque en realidad lo dejaban escapar para aumentar la diversión, pues con la soga siempre había posibilidad de sujetarlo; en estos casos cualquier árbol, o incluso el río, era nuestro lugar de resguardo para evitar las embestidas. En una ocasión recuerdo que no hubo posibilidad de cogerlo y tuvo que matarlo a tiros la guardia civil en el “soto blanco”.
El último día de fiestas se llevaba al toro  ensogado hasta la hornacina situada a los pies de la ermita de San Benito, se rodeaba con la soga hasta que se le dejaba inmóvil, y allí el matarife le clavaba el cuchillo en el cuello. La calle era pendiente y la sangre bajaba cuesta abajo dejando un reguero de coágulos viscosos; había personas con verrugas en las manos que metían las manos en la herida del toro porque, según decían, era un remedio seguro. Al día siguiente todo el pueblo se comía al animal en un ambiente de confraternidad.
Ángel Cornago Sánchez


viernes, 27 de junio de 2014

Connotaciones frívolas de "el pajar"

El pajar

El pajar, además de ser el lugar para almacenar la paja, ha tenido siempre, sobre todo en el ambiente rural, connotaciones más frívolas, pues era el lugar habitual donde nuestros padres y abuelos, allá en la primera mitad y parte de la segunda del siglo pasado, intentaban organizar sus juegos amorosos, y, realmente, debía de ser un sitio muy confortable siempre que se dispusiera, como mínimo, de una manta para hacer de barrera entre el cuerpo y la paja. En aquel tiempo cuando se decía que se había ido con una chica a la chopera, se podía sobreentender que había habido intentos y juegos amorosos sin poder asegurar que se habían conseguido romper todas sus resistencias llegando a un entendimiento amoroso completo; sin embargo, cuando trascendía que una chica había ido con un chico al pajar, se daba por sentado que su “honra” había sido mancillada. Incluso podía decirse que el pajar era el sitio de encuentro de los líos amorosos ya establecidos; las resistencias se rompían en otros lugares, pero una vez vencidas, el pajar, íntimo, confortable, cálido y acogedor, era el sitio ideal para solazarse y dar rienda suelta a los impulsos amorosos. No tiene nada que ver con “el huerto”, que se ha utilizado posteriormente y que aún se utiliza para significar lo mismo. Con mi cuadrilla de amigos de Los Fayos en las fiestas patronales, a veces dormíamos en el pajar, pero siempre solos y para continuar la fiesta llevados por los efluvios del alcohol cuando ya no había ningún sitio a donde ir; allí, en voz alta, fantaseábamos sobre las hazañas sexuales que seríamos capaces de hacer con fulanita o menganita, cuando realmente lo único que habíamos hecho en aquella época con el sexo contrario era bailar agarrado, y la proximidad de una chica un poco lanzada nos ponía los pelos de punta.
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro "Arraigos, melindres y acedías"

miércoles, 4 de junio de 2014

Comprender al enfermo

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Queridos amigos: deseo comunicaros, que ayer salió de nuevo al mercado mi libro "Para comprender al enfermo" editado en 2007 por editorial San Pablo. En dos años se vendieron dos ediciones de no menos 750 ejemplares cada una, y en 2009 se dejó de editar, no sé muy bien el motivo, probablemente por no estar de acuerdo la editorial con alguno de los contenidos. Me he enterado hace unos meses. Le he ofrecido el libro a Sal-Terrae, que ya publicó mi libro "El paciente terminal y sus vivencias" y ha aceptado de forma casi inmediata. Ha cambiado ligeramente el nombre: "Comprender al enfermo". El contenido es prácticamente el mismo. La primera tirada es de 1500 ejemplares y la distribución de esta editorial es en todo el mundo de habla hispana, como he podido comprobar con "El paciente terminal y sus vivencias" que se ha vendido y se sigue vendiendo también, en sur-américa.
Saludos.
Ángel Cornago Sánchez



En este libro se analizan, desde un enfoque humanista, los conceptos
de salud y enfermedad, los diferentes papeles de los protagonistas
en el encuentro asistencial: pacientes, médicos, sanitarios,
familias..., y también los factores que influyen en ese momento tan
especial para conseguir, si es posible, la curación y, si no hay otra
opción, el alivio y el acompañamiento.

Entendemos la enfermedad desde una visión integral, sabiendo
que en ella hay un componente físico y otro psicológico, siempre
presentes e inseparables. Aunque predomine uno de ellos, dependiendo
de las circunstancias, ambos influyen en el entorno social.

La preparación técnica y la actitud humana de los médicos, las
enfermeras y los demás sanitarios son esenciales para que podamos
superar ese momento de crisis, sintiéndonos bien estudiados,
entendidos, arropados y en ocasiones consolados, o, por el contrario,
tratados de forma deshumanizada, aunque técnicamente la
atención haya sido adecuada. Defendemos que es imprescindible,
además de una excelente formación técnica, la necesidad de un
enfoque humano en el ejercicio profesional, para conseguir la excelencia
y la máxima eficacia.

ÁNGEL CORNAGO SÁNCHEZ es médico, especialista en medicina
interna y en aparato digestivo. Diplomado en medicina psicosomática,
máster en bioética (Comillas) y diplomado en sofrología
(Caycedo), ha hecho dos años de psicoanálisis individual y ha
trabajado en el medio rural y en diversos hospitales: Hospital de
Navarra, Residencia Virgen Blanca (León), Nuestra Señora de Covadonga
(Oviedo), Hospital Reina Sofía de Tudela (Navarra). Autor
de varios libros, en Sal Terrae ha publicado El paciente terminal y
sus vivencias.