Duda.
El hecho de dudar, llevado al extremo, supone dejar la mente
suspendida sin el basamento sólido de la certidumbre; es como sentir el
cosquilleo desagradable de la velocidad, la inestabilidad del vértigo, el miedo
a lo desconocido; supone en definitiva sensación de inseguridad, desasosiego y
ansiedad.
La duda puede durar desde unos segundos, hasta toda la vida.
Toda primera acción o la introspección de un concepto requiere pasar por el
tamiz de la duda, al menos durante unos segundos, el tiempo necesario para
decidir si nos lanzamos o no a ejecutarla, o a reflexionar antes de asumir la
idea en cuestión. Esta situación no puede durar mucho, pues genera ansiedad de
forma progresiva y llegaría un momento en que no podríamos tolerarla. Exige, en
un tiempo prudencial, resolverla o almacenarla como “duda”, sin estar
debatiéndola de forma continua, aunque
hay que revisarla de vez en cuando.
En la praxis, la duda tiene el límite del momento de iniciar
la acción, y no siempre nos permite la indeterminación o manifestarla como
duda. Hay casos en que tenemos que tomar decisiones, aun sin estar plenamente
convencidos. En estas circunstancias hay que asumirlas, aun en el caso de que
resulten erróneas.
No todas las personas aceptan la duda; existen individuos que
dan la impresión de tenerlo todo claro, no se les ve nunca dudar, actúan de
forma compulsiva, incluso con agresividad si piensan que los demás perciben sus
dudas. Son personas que no pueden tolerar la ansiedad que se produce en los
momentos de indecisión, y esa misma intolerancia, como la pescadilla que se
muerde la cola, les lleva a crear cada vez más ansiedad; necesitan en todo
momento pisar firme; el flotar les produce un vértigo que no pueden tolerar.
Existen asimismo personas que se debaten en una permanente
duda, con miedo continuo a equivocarse o
a tomar partido; sólo se sienten seguros en su reducido y frágil territorio; se
colocan siempre en el borde de la tapia; necesitan ser aceptados por todos y a
todos intentan contentar. No se puede contar con ellos para ningún cometido que
requiera cierto compromiso o riesgo.
La sociedad valora la
duda de forma negativa, necesita que sus
ídolos sociales, sus líderes, se muestren firmes, seguros, omnipotentes, poco
humanos, casi dioses, para sentirse protegidos, para que esa seguridad se
proyecte sobre ellos; es un fenómeno social que ha permitido que determinados
líderes hayan sido capaces de inducir a las masas a realizar verdaderas
atrocidades, fundándose exclusivamente en su carisma; una de las
características del carisma es la sensación que emana del líder de
todopoderoso, de seguridad, en definitiva de no dudar.
La carencia de dudas es también propia de personas primitivas
y poco inteligentes; las pocas verdades y los códigos que utilizan son los que
les enseñaron, nunca los han elaborado ni los han puesto en tela de juicio, y
todo lo resuelven con esas elementales reglas.
El dudar, reflexionar y resolver, es un ejercicio intelectual
que mejora nuestra capacidad de discernir, nos reafirma en nuestra condición de
seres humanos limitados y, al mismo tiempo, capaces de grandes logros. En
definitiva, la madurez, el ir madurando, pues el proceso no se acaba nunca,
está jalonado de un rosario de dudas y reflexiones que, bien llevadas, nos
conducen de forma progresiva a sentir esa sensación interior mezcla de humildad
y de profunda sabiduría, que nos puede
llevar por el camino de cierta plenitud.
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: "Arraigos, melindres y acedías"
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Libre