LO SUBJETIVO EN
LA ENFERMEDAD.
En la
enfermedad, hay una visión objetiva fundada en resultados analíticos e
instrumentales, que es la que utilizamos habitualmente los profesionales
sanitarios. Es imprescindible para la valoración del caso. Si sólo existiese
este factor, el ejercicio diagnostico sería relativamente sencillo, pues los
cuadros clínicos se ajustarían a las descripciones aceptadas. Pero hay un
aspecto subjetivo, que va hacer que las manifestaciones de una misma enfermedad
sean muy diversas según los distintos individuos. Va a depender de determinadas
variantes anatómicas, fisiológicas, de la evolución del proceso, de la forma de
vivir la enfermedad cada paciente influido por muy diversas variables, desde su
estructura psicológica, apoyo social, relación con el equipo sanitario, estado
de ansiedad, depresión, etc. De hecho, una misma patología puede ser vivida de
forma muy distinta por diferentes pacientes, incluso por el mismo en diferentes
momentos. Este aspecto, a veces, no lo valoramos adecuadamente los sanitarios.
Nuestra misión es, ayudar a la realidad vivida por el paciente, no sólo a la
realidad que puede parecer objetiva. Además, hay que tener en cuenta, que
también tenemos nuestra propia subjetividad a la hora de analizar lo que nos
está relatando la persona que tenemos delante. Esta subjetividad nuestra,
dependerá asimismo de nuestra forma de ser, de nuestros valores, de nuestras
creencias, de nuestras ideas políticas, de nuestra forma de estar ese día, de
si sintonizamos o no con ese paciente. Son
aspectos que van a influir en la relación. Debemos intentar ser
conscientes de ellos, ser auto-críticos y controlar nuestra forma de estar, de
actuar e incluso de pensar. Entre
paciente y sanitario se dan fenómenos de transferencia y contra-transferencia
que es preciso tener en cuenta.
Además de
vivir la enfermedad de forma distinta, existen también formas distintas de
expresar los síntomas que, asimismo, dependen de características culturales,
psicológicas y sociales. En determinados grupos sociales, el que los varones
muestren debilidad ante el dolor está mal visto; en otros sin embargo, las
manifestaciones pueden ser exageradas. Hay pacientes que hacen de sus síntomas
una forma de relación con los demás: sólo hablan de sus males, incluso a algunos
les permite mantener determinados privilegios en su entorno. Otros, sin
embargo, sufren en silencio y hay que insistirles para que manifiesten qué les
sucede.
La
enfermedad se sabe que puede acontecer, pero muchas personas no tienen
conciencia de lo que es, hasta que la sufren ellas o alguno de sus seres
queridos. En ese momento, si creen que está en peligro la vida o el sufrimiento
es grande, se produce lo que E. Pellegrino[i] llama
una “desintegración” y una “caotización”. Cuando se está enfermo
la percepción subjetiva del propio cuerpo se transforma, con una reducción de
los otros intereses personales y una focalización creciente en él. El resto de
las cuestiones quedan desplazadas a un segundo término. Los síntomas que
produce impiden ocuparse de otros intereses. También se produce una alteración
de la esfera de valores: es un momento de crisis que puede hacer replantearse
los valores éticos e incluso los de carácter religioso. La función del médico
es, intentar poner en orden su integridad, tanto física como psicológica,
teniendo en cuenta sus valores.
Este esquema no siempre es así. En un
primer momento hay pacientes que ponen en marcha mecanismos compensadores tanto
en el ámbito físico como psicológico, que tienden a mantener el equilibrio y la
serenidad, incluso pueden mantenerse y
reforzarse los aspectos psicológicos y hasta su sistema de valores. Cuando los
mecanismos de compensación fracasan, es cuando surge la “desintegración” y la
“caotización” referidas. El momento en que esto sucede, depende de la gravedad
de la enfermedad en primer lugar, pero fundamentalmente, de la estructura
psicológica del paciente.
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