lunes, 6 de enero de 2014

Los poderositos


Los poderositos.

 

El poder cambia al ser humano. No sé qué autor dijo que, para saber cómo es una persona hay que analizarla ostentando poder.

Es sabido que el poder se persigue y es muy difícil, yo diría que imposible, que alguien llegue a tener una cota de poder importante y no la haya buscado de una u otra manera. Es lícito, siempre que el fin no sea el propio provecho, sino los objetivos para los que ha sido creado dicho poder, y siempre que para conseguirlo se respeten las normas éticas. Hay profesiones que lo llevan implícito.

También es cierto que el poder tiene sus servidumbres, una de ellas, tal vez la más importante, que hay que renunciar con frecuencia a determinadas convicciones en pos de mantener o conseguir el poder. Es la perversión del objetivo del poder en política, que debería ser servicio a los ciudadanos y no el poder en sí. El eterno problema de: “el fin justifica los medios”. Peligrosísimo, por que se han hecho barbaridades fundándose en tal axioma, incluso grupos, apoyándose en psicópatas, se justifican para matar; tenemos ejemplos cerca. Los gobiernos tienen sus “cloacas del estado” donde también rige tal axioma. Estos poderosos o aspirantes a tales, son el cáncer de una sociedad libre.

El poder es perseguido por muchas personas, y basta tener pequeñas cotas de poder para que salga la catadura ética, moral y humana que cada uno lleva dentro. No es preciso que el poder objetivamente sea muy importante, incluso se observa más en los ámbitos pequeños donde no suelen existir mecanismos de control; este tipo de sujetos, intentan sentirse grandes en sus pequeñas parcelas; todos conocemos a guardias municipales y a otras personas con uniforme, a funcionarios de ventanilla, profesores, médicos, directores de empresas, jueces, etc. y, hasta padres de familia, que se comportan de forma altiva y soberbia, y están demostrando permanentemente sus pequeñas o grandes cotas de decisión sobre sus subordinados; cuando la posibilidad de decisión es más influyente y visible, como en el caso de algunos políticos, lo hacen notar; en realidad se diferencian muy poco de los anteriores, sólo en el grado y el disimulo. Todos estos son los “imbéciles poderositos”, que además suelen ser malas personas, pues esas pequeñas cotas las viven como algo propio, utilizando a los demás para magnificar su poderío.

La sociedad está plagada de estos individuos, porque todavía persisten las ideas trasnochadas, en algunas empresas, de que a los subordinados, hay que tenerlos controlados, mejor dicho sometidos, y utilizan mandos condicionados por el servilismo y, así va todo, porque en general se trata de gente mediocre al servicio de otros poderosos más inteligentes, a veces de la misma calaña.

A estos imbéciles poderosos, que en las empresas, o en el trabajo, en sus profesiones, se comportan con prepotencia y despotismo con las personas sobre las que tienen poder de decisión, es a los que me refiero; suele ser gente miserable que se rodea de gente manejable pero interesada, para tener controlados al resto. También me refiero a esos imbéciles poderosos que en el momento que consiguen esa cota de poder, renuncian a sus  orígenes, a sus raíces, y se comportan socialmente como clase dominante.

Por supuesto que hay empresarios, políticos, personas con uniforme, honrados y respetuosos, y que la mayoría de los jueces son independientes. Todos ellos junto con los intelectuales, no esclavos de ideologías, tienen mucho que decir para iluminar el futuro.

 Ángel Cornago. De mi libro: "Arraigos, melindres y acedías".

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