El final de año, en un ejercicio que tiene mucho de banal y un tanto de ingenuo, suele ser el momento en que nos planteamos que, a partir de las doce campanadas del día
treinta y uno del año que se acaba, las circunstancias del año venidero van a
ser distintas para bien, y que nuestra “suerte” va a cambiar. Como si el
calendario en un escorzo casi mágico colocase los astros de tal forma que,
irremediablemente, fueran a influir sobre nuestro destino, nuestras vidas y las
de nuestros seres queridos, de forma favorable.
Si lo razonamos, no tiene ninguna lógica, pues el día uno de enero no
tiene por qué ser distinto del treinta y uno, y en realidad no lo suele ser;
puede hacer más o menos frío, llover, nevar, etc., nada distinto de los que puede
suceder cualquier otro día. Sin embargo, se parece al “día de año nuevo” del año
anterior, en la resaca que tal vez nos han dejado los excesos de la celebración
de la “noche vieja”, y en los buenos momentos vividos con nuestros familiares y
amigos. Generalmente empezamos el año, relajados, felices, y con resaca.
A pesar de estos razonamientos, sin embargo, estos momentos de catarsis
colectiva, son muy positivos. Seguro que ni los astros ni el calendario van a
cambiar nuestra vida, pero la podemos cambiar nosotros con esa actitud y esa
esperanza de futuro, que con cada campanada y con cada una de las doce uvas,
proyectamos sobre el futuro. Es como si con las doce uvas estuviéramos
ingiriendo, amuletos de felicidad futura.
Inmediatamente después, lo celebramos como si lo hubiéramos conseguido.
Es como si con el año viejo hubiésemos sacudido las sandalias del polvo del
camino, dejando lo negativo, disponiéndonos a afrontar el trecho del nuevo año
con nuevo ímpetu, con fuerzas renovadas y con esperanza.
Es muy positiva la celebración, por la reunión con familiares y amigos en
un ambiente de alegría, de esperanza, de desmadre colectivo. De alguna forma
nos conjuramos con el destino para atraer las fuerzas positivas.
En el plano personal, realmente el año próximo puede ser distinto, puede
ser mejor, hay que proyectarlo así; para conseguir algo hay que quererlo desde
lo más profundo, siempre que sea razonable. Hay que tener esperanza.
En lo social, no dejar de reivindicar y de exigir la regeneración de
nuestro sistema democrático, en este momento putrefacto y sometido a los poderes
económicos. Creo que iremos a mejor, por que peor que ahora no puede estar, y
no me refiero a lo económico, sino a la salud de nuestra democracia. Hay
exigencias incuestionables: poder judicial y jueces independientes, base
fundamental del estado de derecho. Políticos honrados, que persigan la justicia
social con una mejor distribución de la riqueza.
Mi solidaridad y mi afecto para las personas que el año terminado haya
sido duro, hayan sufrido desgracias, o les haya dejado heridas difíciles de cicatrizar.
A todas y todos, que tengáis un buen año 2014.
Ángel Cornago Sánchez
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