martes, 25 de febrero de 2014

¿De qué somos capaces?

Potencialidades.-


En ocasiones, cuando voy por la calle y me voy cruzando con personas desconocidas, se me ocurre pensar en cómo será la vida de esas personas, cómo será su mundo íntimo, cómo vivirán sus preocupaciones, ansiedades y alegrías, cómo se comportarán en privado, cual será su cara oculta, cuales sus secretos inconfesables. Al verlos así, parece que todos somos similares y que nuestra forma de vivir debe de ser asimismo parecida. Pero no es así.
Aunque el grupo social al que pertenecemos por medio de unos valores establecidos ha creado unas pautas de comportamiento, existen una serie de factores imposibles de controlar que son muy distintos de unas personas a otras: por una parte la estructura psicológica grabada en nuestro código genético que, a su vez, va a ser modificada de forma importante por el ambiente familiar, social y la educación de los primeros años, lo que va a dar lugar a nuestra estructura de adulto mas o menos estable. Sobre esta, van a actuar a su vez las circunstancias de la vida, que para cada persona van a ser distintas, todo lo cual dará lugar a que las vivencias y las formas de actuar sean también distintas al estar manejando diversas variables.
Es similar, en general, la forma de comportarnos como grupo social. Todos más o menos respetamos el ir por las aceras, pasamos por los pasos de peatones, respetamos las reglas de circulación, el horario de trabajo, las llamadas normas de educación, etc. Sin embargo, al vernos así, a todos unificados, casi iguales, tengo que hacer un esfuerzo de imaginación para pensar en lo diferentes que son nuestras sensaciones, nuestras vivencias, nuestros comportamientos en privado, en definitiva nuestras vidas, y qué se encierra detrás de todos esos rostros anónimos que me cruzo cada día. La mayoría son gente que pudiéramos considerar más o menos normal, pero seguro que alguna vez detrás de esos rostros corrientes y anónimos me he cruzado, con algún ladrón, algún violador y, probablemente, con algún asesino.
Cada uno llevamos nuestro mundo interior a cuestas, pero es etéreo, invisible, oculto, sólo enseñamos nuestro lado bueno o neutro como máximo. Todos tenemos nuestros secretos más o menos inconfesables que llevamos peor o mejor asumidos, unas veces superados y en ocasiones vigentes.
Pero, además de violadores, corruptos, ladrones y asesinos confirmados públicamente o no, el resto de las personas que nos cruzamos ¿se puede decir que son  distintos a los anteriores, que son normales, que son incapaces de realizar dichas acciones?
Estoy convencido de que la mayoría no son capaces de hechos inmorales o punibles, pero algunos sí. Las personas que han cometido tales delitos ha sido porque han convergido al menos dos factores: por una parte una estructura psicológica determinada capaz de llevar a cabo tales acciones, y por otra unas circunstancias que les han permitido realizarla. Por eso entre todas estas personas que nos cruzamos, teóricamente sin tacha, hay algunas con estructuras psicológicas capaces de acciones detestables. Habrá dictadores, ladrones, corruptos, incluso asesinos, únicamente se diferencian de los anteriores en que no se han dado las circunstancias que favorezcan el que den rienda suelta a sus instintos.
Esto es fácil de ver en la vida diaria y en la reciente historia. Muchas personas que consideramos normales, consiguen alguna cota de poder y se comportan como corruptos o como dictadores. Nos es muy difícil entender cómo hay individuos que en situaciones de crisis social o de guerra, matan a sangre fría incluso a mujeres y a niños, y sin embargo esto sucede y no precisamente de forma aislada, sólo tenemos que volver la vista a nuestro entorno, a la historia, y actualmente a muchos países en el mundo. Existen muchos asesinos en potencia, muchos fanáticos, que sólo necesitan una motivación para justificar sus barbaridades, con la circunstancia agravante además de que en su fuero interno pueden llegar incluso a sentirse héroes. No existe ninguna diferencia entre los asesinos de uno u otro bando que en la guerra civil eran capaces de sacar a personas de sus camas y fusilarlos en las cunetas de las carreteras o en las tapias de los cementerios, simplemente por su ideología, o los asesinos que matan de un tiro en la nuca; todos ellos tenían y tienen la excusa de la lucha por un “pretendido ideal”. Esta gran diferencia entre las estructuras psicológicas de las diferentes personas se muestran, fundamentalmente, en situaciones límite, en situaciones de crisis social o personal, o cuando la presión de las circunstancias es muy fuerte.
Lo mismo que hay muchos asesinos en potencia, también hay personas que no han podido desarrollar sus aptitudes positivas porque no se han dado las condiciones adecuadas. Se pierden sabios, pensadores, artistas, etc. porque no han tenido las circunstancias propicias para desarrollar sus aptitudes. También detrás de esas caras  anónimas existen muchos hombres y mujeres buenos y honrados, que constituyen la mayoría, y algunos que son capaces de importantes acciones de solidaridad e incluso de acciones heroicas.

Cuándo estamos en una plaza llena de gente desconocida, estamos rodeados de potenciales héroes, potenciales sabios, y también potenciales asesinos, incluso nosotros  ¿de qué seríamos capaces dependiendo de las circunstancias?
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro "Arraigos, melindres y acedías"

miércoles, 19 de febrero de 2014

Juanito. Información de diagnóstico grave

Juanito. 

Es un relato ficticio, un tanto exagerado, una recreación literaria, para ilustrar la “información al paciente con proceso grave”. De mi libro “El paciente terminal y sus vivencias”. El tema es trascendente,  aunque hoy es difícil que se desarrolle así; hace unos años no era infrecuente.

Juanito era un hombre rubicundo, obeso, pequeño de estatura y de carácter abierto. Era alegre, dicharachero, amigo de sus amigos y muy emprendedor. Cuando joven, hizo la mili en África y, al vestir el uniforme, empezó a ser patente para todos lo que hasta entonces sólo habían apreciado las personas de su círculo más íntimo. En los desfiles, llevaba el fusil como si fuera el palo de una fregona con la que fuese a hacer las tareas de la casa.
- Me estropeas todos los desfiles -le decía el sargento-. Visto desde atrás, mientras todos los cañones de los fusiles llevan un ritmo y un compás, el tuyo parece que va marcando un vals.
- Mi sargento -le decía Juanito-, lo hago lo mejor que sé, lo que pasa es que no me sale... no sé hacerlo de otra forma.
- Juanito... - proseguía el sargento- yo creo que eres mariquita, por no decir otra cosa, porque esos andares que sacas con el fusil al hombro, parecen andares de pasarela.
- A lo mejor tiene razón mi sargento, esto de las armas y de los militares nunca me ha gustado
El sargento un hombre mayor, a punto de jubilarse y pasado del ejército y de toda su parafernalia, entendía lo que le sucedía a Juanito.
- ¿Te gustan las mujeres? ¿Te gustaba jugar con muñecas cuando eras pequeño? -le preguntaba.
- La vedad es que me gustaba jugar con las muñecas de mis hermanas, pero yo creía que era porque siempre he estado rodeado de mujeres; mi madre se quedó viuda cuando yo era muy niño y me crié con ella y tres hermanas. Y respecto a las mujeres... las chicas, la verdad es que no me atraen demasiado. Me llaman más la atención los compañeros fuertes y musculosos, tal vez porque me gustaría parecerme a ellos.
- Juanito..., fijo que eres mariquita- le dijo el sargento-. En cuanto acabemos la instrucción te voy a poner en la cocina, allí se te notará menos.
Desde aquel momento, aunque antes lo había sospechado muchas veces, asumió que sus inclinaciones sexuales correspondían a su propio sexo, y si hasta entonces lo había reprimido o había barajado esa posibilidad con miedo, desde entonces lo asumió con la mayor naturalidad. Tuvo varios amantes, uno de ellos el sargento, y después de licenciarse, convivió con varias parejas diferentes.
Cuando tenía cuarenta años, estaba trabajando de censor de cuentas en una empresa  de auditorias, y comenzó a encontrarse mal. En un principio no le dio demasiada importancia, pero los síntomas fueron en aumento y, enseguida, sospechó lo peor. La vida de crápula que había llevado, con una promiscuidad sexual manifiesta, la iba a pagar de la forma que desde los estamentos religiosos, les decían que era como una maldición divina para los de su condición: el SIDA. Fue al médico convencido de que estaba afectado por dicha enfermedad y, desde los primeros momentos de la entrevista, le dijo que era homosexual, antes de que el médico le preguntara nada. Don Servando, un médico joven, calvo y estirado, cuando Juanito le dijo que era gay le miró con frialdad y le pareció apreciar que con desprecio. Le pidió unos análisis y le citó una semana después para el resultado. Cuando acudió a la cita, Don Servando con un tono que parecía decepcionado, le dijo que no tenía SIDA, pero que tenía una anemia que había que estudiar, y que por eso le derivaba al internista del hospital.
Cuando le llegó la cita, habían pasado cuarenta días. En ese tiempo, Juanito había adelgazado ocho kilos y tenía en el estómago molestias cada vez mayores. El médico le exploró y le dijo que era conveniente ingresarlo para completar estudio. Juanito le pidió que le explicara la causa de por qué debía ingresar; la única explicación fue, que era necesario estudiarlo para saber qué tenía. Le hicieron diversas pruebas: más análisis, gastroscopia, ecografía y escaner. Durante su ingreso nadie le decía nada, ni el por qué de las pruebas ni los resultados de ellas, a pesar de que él preguntaba con insistencia. Siempre le daban largas. Después de todos los estudios, un día entró el doctor y le dijo que era conveniente operarle del estómago porque tenía una úlcera peligrosa.
- ¿Qué quiere decir peligrosa doctor, que tengo cáncer?
- ¡No que va! Es una ulcerilla complicada que nos puede traer problemas -dijo el médico trasmitiendo que no existía mayor gravedad.
- Doctor yo quiero saber la verdad -insistió Juanito-. He visto morir a compañeros míos y quiero saber a qué atenerme en cada momento.
- Usted debe confiar en nosotros le dijo el médico -dando la conversación por cerrada-.
Cuando salió de la habitación, llamó a las hermanas de Juanito y les dijo que tenía un cáncer de estómago de aspecto evolucionado y que iban a intentar operarlo. Las hermanas insistieron en que no le dijeran nada, pues había sido siempre “muy blando” y se iba a derrumbar. La intervención fue un fracaso, pues cuando le abrieron pudieron comprobar que todo estaba invadido; no le pudieron hacer nada, sólo “abrir y cerrar”. Cuando les preguntó a los cirujanos qué tal había ido la intervención, le dijeron que bien, que había quedado bien, pero que era conveniente que llevara un tratamiento de quimioterapia para asegurar el resultado. Cuando Juanito vio que le pasaban a oncología y que iba a llevar tratamiento con quimioterapia, volvió a preguntar si tenía cáncer. Le dijeron que era una úlcera malignizada en uno de los bordes, pero que con la intervención y la quimioterapia iría bien. Al contrario de lo que le decían, se fue encontrando cada vez peor. Se le cayó el pelo. El verse así, le hacía sufrir mucho. Cada vez que se miraba en el espejo se deprimía, por una parte por el aspecto tan deplorable que tenía, pero sobre todo porque había perdido aquella melena rizada de la que se sentía tan orgulloso. Tenía intensos dolores que no llegaban a calmar con los medicamentos que le daban. Se fue deteriorando cada vez más. Se sentía aislado, no podía hablar con nadie de sus inquietudes y de sus miedos, sospechaba que le estaban engañando, aunque a veces, le surgía la esperanza, diciéndose a sí mismo que era mal pensado, que seguramente le estaban diciendo la verdad y que debía tener más paciencia. Los síntomas fueron cada vez a más y llegó un momento en que se dio cuenta de que se moría. Pensó que no merecía ya la pena hablar del tema ni con los médicos ni con sus hermanas. Únicamente se volvió todavía menos locuaz, tenía claro que no se podía comunicar con la gente que le rodeaba y decidió seguirles el juego. Cuando le decían que tenía que tener paciencia, que el proceso era lento y que se pondría bien, asentía convencido de lo contrario. Murió en el hospital. Los últimos días fueron de unos dolores muy intensos que no acertaban a calmar suficientemente; bueno... más bien ponían poco interés en calmarle, al fin y al cabo era un paciente terminal y no había nada que hacer. Seguramente el que fuera homosexual hizo sentir a algún sanitario que se lo tenía merecido. La noche que falleció se había quedado sólo, como casi todas; sus hermanas tenían su familia y no podían quedarse a cuidarlo durante la noche. Cuando entró la enfermera de madrugada a dar vuelta le encontró muerto, ya frío.

Juanito tuvo una información deficiente, engañosa y casi nula, de la que los médicos y sus hermanas fueron cómplices. La actitud de las hermanas, es frecuente en los familiares de los pacientes terminales en un intento de acallar su propia angustia. En los médicos que le atendieron, es imperdonable; debían haberle informado del diagnóstico, mucho más, teniendo en cuenta que Juanito lo demandó. Tenía derecho a saber que no se le había podido operar, tenía derecho a saber si la quimioterapia le iba a ofrecer algo o sólo sufrimientos, como así fue. Tenía, además, derecho a que le calmaran los dolores, a no sentirse sólo en los momentos finales, a poder comunicarse. Hay casos similares al de Juanito, aunque cada vez menos.

Estos casos felizmente hoy son raros. Hace años se daban con frecuencia. Hoy los sanitarios tienden a informar a sus pacientes con veracidad, aunque depende quien, no con delicadeza. También los protocolos de tratamiento del dolor y la sedación han mejorado mucho la calidad de vida en la fase terminal.

Ángel Cornago Sánchez

jueves, 13 de febrero de 2014

Expertos y poderes

Expertos y poderes

Estamos en un mundo en el que priman los poderes económicos que manejan a los poderes políticos  y a los poderes judiciales a través de los poderes políticos. Esto es así, y para convencerse solo hay que observar nuestro país, aunque también se da en otros muchos, pero tal vez no con tanta virulencia y descaro.
¿Quién puede entender que la banca condone millones de deuda a los partidos? Eso no es a cambio de nada.
Los sistemas de los partidos son piramidales. Existe una oligarquía donde se trasmiten las líneas y opiniones y, “el que se mueve no sale en la foto”.  Los cargos, fuera de la oligarquía, deben ser meros transmisores de consignas, no les interesa que tengan ideas propias. Por eso no les interesan las listas abiertas.
El poder judicial, teóricamente independiente, basamento del un estado de derecho, esta politizado. Determinados jueces emiten sentencias sorprendentes dependiendo de sus simpatías políticas. El Poder Judicial, es elegido por los partidos. Un escándalo de  tales proporciones, que si no estuviésemos adormecidos por tanto abuso, no deberíamos consentir. También hay muchos jueces honrados, cuya tarea es muy difícil por las presiones de uno u otro lado.
El sistema está gastado y no sirve; es preciso nuevos políticos y nuevos partidos con otra forma distinta de estructurarse, y sobre todo con principios éticos y no partidistas a la hora de defender sus ideas y alcanzar el poder. Los salvadores extremistas de izquierdas y de derechas: peligrosos, nos llevarían al desastre.
Los expertos, es una forma ladina, de utilizar al ciudadano para dirigir nuestras opiniones con fines diversos, ideológicos, o económicos dirigidos al consumo de determinadas sustancias para enriquecer a grupos económicos determinados
Los expertos son personas con conocimientos muy por encima de la media sobre determinadas materias. Se puede decir que un experto conoce todo lo que se sabe de la materia en la que está especializado, hasta los máximos avances.
La autoridad de un experto emerge de ese saber especial, y su magisterio, sienta cátedra sobre la materia en cuestión. Ese magisterio o ese pronunciamiento del experto, si se le da publicidad en los ambientes del área de influencia, crea estado de opinión en los ciudadanos, y tiene repercusiones sobre decisiones ideológicas, económicas, o de consumo.
Si los expertos lo son realmente y son honrados, es un excelente medio para hacernos partícipes de su sabiduría, para abrirnos perspectivas sobre las materias en cuestión, y que así tomemos las decisiones más adecuadas a la hora de asumir una idea o decidir un consumo, pero, en no pocas ocasiones, los expertos dependen directa o indirectamente, de los propulsores de ideologías o de grupos económicos que les interesa lanzar tal o cual sustancia para el consumo, o tal o cual idea a la opinión pública. Incluso algunas investigaciones están sesgadas por intereses. Es otra de tantas perversiones que se dan en la sociedad actual para utilización de los ciudadanos.
Hay muchos expertos honrados trabajando,  y muchos de ellos investigando en silencio, y gracias a su trabajo, las ciencias, la medicina y la tecnología, ha avanzado en último siglo. En general tienen poco reconocimiento social ni económico, por que los ídolos sociales, en este momento histórico que estamos viviendo, son de cartón-piedra.
Considero que debemos ser críticos con todo lo que vamos a asumir como nuestro.
Ángel Cornago Sánchez


domingo, 9 de febrero de 2014

Los altos

Los altos.-

Cuando era niño, asociaba con lógica, la estatura y el poder. Los niños mayores dominaban a los más pequeños y, si teníamos un hermano, primo o amigo mayor que nosotros, nos sentíamos protegidos. Esa sensación de protección era mucho mayor si estábamos bajo la tutela de un adulto.
Se dice que en la niñez se graban las sensaciones y muchas formas de comportamiento que van a regir durante nuestra vida. Recuerdo de entonces, que aquellos niños mayores que hacían gala de su poderío físico ante los que éramos más pequeños, con los que la lucha era desigual, producían en mí sensación de repulsa; esto no les sucedía a todos, pues algunos eran mucho más prácticos e intentaban hacerse sus amigos a toda costa, para de alguna forma, ser partícipes de su poder o al menos no tenerlos en su contra. Estos comportamientos más o menos, se irán reproduciendo en la edad adulta, donde pululan en todos los ambientes los oportunistas que se arriman al poder de turno y están dispuestos a medrar a costa de lo que sea. A muchos se les veía venir ya desde pequeños.
Era muy niño, tenía diez años, y en el colegio de jesuitas un chico de cuarto, de los desarrollados, no sé por qué motivo le estaba pegando una paliza soberana a un compañero de clase amigo mío; estaba sintiendo pavor por aquella tortura que estábamos presenciando, como yo, otros amigos, y en un gesto que pensé iba a ser secundado por los demás, pretendí liberar a mi compañero de aquella situación y me lancé por detrás a colgarme del cuello de aquel energúmeno. El resultado no pudo ser peor para mí, porque el susodicho, enfurecido, soltó al otro para defenderse de mi ataque, momento que éste aprovechó para salir corriendo junto con los que estaban presenciando la pelea. No recuerdo la paliza que me dio, aunque me lo puedo figurar, pero sí sé me quedó grabado aquel acto de insolidaridad, casi de traición, que me dolió mucho más que los golpes, y que sigo recordando cuando viene a cuento.

Ángel Cornago Sánchez. De: "Arraigos, melindres y acedías" 



domingo, 2 de febrero de 2014

La broma

La broma.

Broma es sinónimo de burla, de chanza, y tiene por finalidad dejar a la persona objeto de la misma en ridículo. Dejarla en ridículo quiere decir despojarla de ese halo que todos llevamos con el que trasmitimos, generalmente de forma inconsciente, rasgos de nuestra personalidad, como seguridad, poder, simpatía, elegancia, sabiduría, etc. y nuestra propia autoestima.
La broma trata de despojarnos de ese halo, de esas cualidades reales o no, que como mecanismos de defensa tratan de ocultar nuestra parte débil para evitar mostrarla a los demás y que sirva de mofa; es como si nos quitaran la ropa delante de una concurrencia para mostrar nuestras vergüenzas.
Está claro que el que hace una broma, tal como la estamos definiendo, no trata de aportar nada positivo al sujeto de la misma, sino que muy al contrario, trata, de alguna manera, de hacerle daño; se trata de un mecanismo de agresión disimulado bajo un rasgo de humor que, habitualmente, no consideramos como agresión pero cuya finalidad es producir una sensación psicológica desagradable.
Cuando se hace una broma existe un trastrueque de la posición que ocupan en el grupo los sujetos del acto, el que hace la broma y el que la recibe. El que la hace, si todos le aplauden, se siente protagonista, centro de atención del grupo, valorado por su capacidad para producir gracia; de alguna forma se coloca por encima “dominando” a la persona objeto de la broma. Eso lleva a que haya individuos que, más que perseguir la agresión, lo que pretenden es tener protagonismo en el grupo y, a falta de otros mecanismos, utilizan este. Con el que la recibe sucede lo contrario; al ser motivo de mofa para los demás, se siente humillado. Existe la circunstancia agravante de que el agredido, en vez de reaccionar y manifestar claramente su desagrado, habitualmente se controla y se calla porque si no lo hace, corre el riesgo de que además le traten de inadaptado. Y todo porque la broma es un mecanismo agresivo disimulado. Ni el propio “agresor”, con frecuencia, es consciente de su verdadera motivación.
La broma se utiliza mucho en las relaciones interpersonales como mecanismo de agresión solapado, sin entidad de tal, pero con la misma finalidad. Es fácil observar en los grupos, que las bromas se producen generalmente entre personas que compiten por algo o se envidian por algo. También es fácil distinguir en el grupo al individuo que siempre está haciendo bromas para de alguna forma adquirir protagonismo.
La cualidad de la broma, lógicamente, está en relación con el grado de agresión que se pretende conseguir y con la respuesta del agredido. Si el agredido se siente afectado, el agresor puede no volver a utilizarla, o al contrario seguir hurgando en la llaga al darse cuenta de que ha hecho daño, propósito que perseguía.
Por eso, cuando la relación entre las personas de un grupo se basa fundamentalmente en bromas, podemos decir que la forma de relación entre ellas es básicamente agresiva.
Por supuesto que existe la broma superficial y cariñosa que no tiene como objeto la agresión. En este caso la percibimos como tal y no suele causar problemas. Se caracteriza porque viene de personas que tenemos claro no pretenden hacernos daño, aunque en esto nos podemos llevar muchas sorpresas con gente teóricamente muy próxima. Además,  no se utilizan nunca temas que se sabe van a molestar y, por último, duran muy poco, son testimoniales, y al menor atisbo de que algo ha sido percibido como desagradable, no se vuelve a insistir e incluso se pide disculpas.
La broma, tan socorrida en las relaciones interpersonales, no es una forma inocente de comunicación, con frecuencia es un mecanismo agresivo y, como tal, hay que conceptuarla, o al menos tenerlo en cuenta.
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: "Arraigos, melindres y acedías"