lunes, 24 de marzo de 2014

Lo psicológico nos hace padecer

Características del padecimiento psicológico.

           La vivencia psicológica negativa es otra forma de padecer, aunque no está tan claro el mecanismo bioquímico por el que se produce. La tristeza, la angustia, la intranquilidad, la depresión, la irritabilidad..., son manifestaciones de disconfort y que, como en el dolor físico, son signos de alarma que nos dicen que algo no va bien en nuestro entramado psicológico. También tiene unas características determinadas:
El grado de padecimiento es muy variable. Depende de tres factores fundamentales: de la estructura psicológica grabada en los genes, de las modulaciones realizadas por la educación, fundamentalmente en la infancia por la familia, y de las circunstancias que le toque vivir en el medio en el que se desenvuelva. Estas variables van a dar lugar, a que personas con las mismas circunstancias sociales las vivan de muy diversas maneras. La estructura genética, hoy por hoy, es imposible cambiarla; la debida a la educación, difícil, y en todo caso a través de procesos lentos. Las circunstancias van a ser las que van a matizar las vivencias; actuar sobre ellas no siempre es fácil, y sobre algunas imposible, porque no dependen de la voluntad sino que llegan en el devenir de la vida. Pero aun así, por todo lo dicho, el grado de padecimiento va a ser subjetivo.
       La manera de influir de forma positiva sobre los síntomas, en muchos casos, no debe ser farmacológica,  a no ser que los síntomas sean muy acusados. En ocasiones serán necesarios los medicamentos, pero es fundamental tratar de actuar sobre la estructura psicológica y las circunstancias sociales. Esta actuación tiene que ser dirigida por profesionales, psicólogos y psiquiatras, que tratarán de centrar sus entramados psicológicos para afrontar los problemas. La ayuda de estos especialistas no centrada solo en fármacos, es fundamental. Si en todo tratamiento en medicina es necesaria la empatía, el afecto y la comprensión, en los padecimientos psicológicos mucho más. Influir sobre las circunstancias sociales, generalmente no es tan sencillo; por ejemplo si la fuente de estrés es el trabajo, no se puede cambiar con facilidad, aunque se le pueden aportar herramientas para hacerle frente. Hay otras circunstancias que con ayuda de los servicios sociales se pueden mejorar. Se debe intentar aguantar cierto grado de angustia o de tristeza y aprender a hacerles frente.  El recurrir siempre a fármacos, supone impedir el proceso de reestructuración que debe partir de los propios recursos psicológicos del individuo, para desde ahí, ir elaborando el proceso que le lleve a una situación de enfoque adecuado.
   A veces hay que calmar los síntomas psicológicos con fármacos. En ocasiones, el síntoma es tan acusado que impide elaborar nada y, en ese caso, está indicado paliarlo con medicación. También es importante asegurar el sueño. Es un tema en todo caso a valorar en cada caso.
  El padecimiento psicológico también es consustancial a la existencia humana y, yo diría, que está más presente que el físico. Es fácil pasar largas temporadas sin ninguna dolencia física y, sin embargo, es difícil pasar unas semanas sin que alguna preocupación ensombrezca la vida diaria y altere nuestro equilibrio.

Una aclaración sobre el dolor:
En la sensación subjetiva del paciente influirán ambas sensaciones, la física y la psicológica, que se interrelacionarán y se incrementarán o disminuirán una o la otra dependiendo de las circunstancias.  Esribe Robert Twycross[i], “el dolor es una experiencia psicosomática, e inevitablemente estará modulado por el estado de ánimo, la moral y la percepción de su significado. La percepción del dolor aumenta si va acompañado por alguna o varias de las siguientes vivencias: malestar, insomnio, fatiga, ansiedad, temor, ira, tristeza, depresión, aburrimiento, aislamiento mental, abandono social”. Por consiguiente, en su tratamiento es preciso una completa valoración de todos los aspectos referidos, ya que tratando estos, mejorará mucho su eficacia. En ocasiones, no es cuestión de cambiar de calmante sino de asociarlo a un tranquilizante, de mejorar el sueño, de establecer una relación más estrecha con el paciente, preocupándonos por sus angustias y sus miedos. Muchas veces, las quejas repetidas son una llamada para que nos aproximemos más a su mundo.




 Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: "Para comprender al enfermo"

domingo, 2 de marzo de 2014

El fondo y las formas

El fondo y las formas.

Es algo consustancial al ser humano revestirnos de artefactos, adoptar formas, poses y actitudes que tienen por finalidad trasmitir una imagen determinada a las personas de nuestro entorno y, en definitiva, comunicar una serie de características de nuestra personalidad reales o no, que el sujeto en cuestión pretende que sean conocidas por los demás. Es una forma de comunicación no verbal que ocupa un lugar preeminente dentro de las formas de comunicarnos.
Esta forma de relacionarnos ha existido siempre, e incluso la utilizan también los animales. Algunos de ellos, como el gato y el jabalí, erizan su pelo cuando están en actitud agresiva, el pavo real extiende su cola para atraer a la hembra, el camaleón cambia de color cuando se siente en peligro, el león ruge para hacer notar su  poderío, etc. Los pueblos primitivos se sirven de adornos y de pinturas para distinguir al jefe, al hechicero o a los guerreros. En la sociedad actual existen una serie de profesiones que matizan sus funciones y sus rangos por medio de signos; como más representativos, los militares con el uniforme, los jueces con la toga, y los miembros de las religiones  con los hábitos y ornamentos. En definitiva, existen en el ser humano y en los animales una serie de mecanismos de comportamiento que tienen por finalidad mostrar su rango, u otras más concretas como la defensa del territorio, de la vida o el mantenimiento de la especie.
El objeto de este revestimiento en las personas, es arrogarse unas características determinadas que pretenden que los demás le reconozcan. Dichas características, en general, son de dominio, de poder, de status social privilegiado, aunque existen también individuos que les interesa pasar desapercibidos y no se revisten de nada, en definitiva este no revestirse, también es una forma de comunicar que, al menos externamente, desean pasar inadvertidos.
 En los reyes, jefes de estado, líderes religiosos, jefes militares, estos signos son más manifiestos, por lo tanto podemos decir que cuanto más ostentosos y llamativos son, mas intentan matizar su individualidad, y en general su poder. En ocasiones el signo externo se convierte en símbolo y entonces puede llegar a tener más importancia que la persona que lo ostenta; es el caso de la corona, la bandera, el báculo.
 Todas estas actitudes, en los animales se corresponden con lo que en realidad son, o sólo las adoptan en momentos determinados para fines concretos. Por ejemplo el rugido del león para avisar del dominio en su territorio, o el extender la cola el pavo real con finalidades de procreación. Lo mismo sucede con el hombre primitivo, el jefe se reviste de determinados atributos para indicar su rango, o los guerreros se pintan para indicar su estado de agresividad previo a la lucha, o las muchachas indígenas se adornan con flores para indicar que están receptivas a los juegos amorosos.
El ser humano actual utiliza también estos mecanismos, pero además utiliza otros que tienen una diferencia sustancial en cuanto a su finalidad. El hombre de nuestra sociedad trata de demostrar que tiene un status determinado dentro del grupo social al que pertenece, se corresponda o no con la realidad, y eso porque sabe de la importancia que tienen este tipo de atributos para que los demás lo valoren. Trata de vivir en un barrio determinado, tener un coche de determinada marca, usar ropa de reconocida calidad, llevar joyas, frecuentar determinados locales, codearse con personas prestigiadas socialmente. Los ademanes forzados, la forma de hablar son otros mecanismos que tratan de comunicar características de su personalidad.
La generalización en estas formas de comportamiento se debe a dos factores, por una parte a la teórica igualdad de oportunidades que hace que cualquier persona pueda aspirar a ocupar un lugar destacado socialmente; aunque no lo pueda ocupar, como dicho status va unido a unos signos externos, estos signos se convierten en finalidad siendo más asequible conseguirlos que el status en sí. La otra razón, a mi juicio la más importante, es que en la sociedad actual los valores y los ídolos sociales son muy superficiales; valoramos al hombre rico, al que aparenta seguridad, al que tiene desparpajo, al que tiene poder, o cualidades como la  belleza, la elegancia, la fuerza, la agresividad, la juventud, etc. quedando otras, como la inteligencia, la honradez, la bondad, o contenidos como el arte, la ciencia, la cultura, etc., en muy segundo lugar. Podemos decir pues, que en este momento social existe una valoración excesiva de aspectos superficiales en menoscabo de valores más profundos y fundamentales.
 Mantener un status determinado basado en conseguir signos externos valorados socialmente, puede ser la finalidad básica de muchas familias que llegan a sacrificar aspectos mucho más importantes. Para determinadas personas, el tener un abrigo de visón o un coche ostentoso, en el ambiente que frecuentan, puede ser muy importante y utilizan todas sus energías para conseguir esos fines, incluso si su economía no está en relación con esas necesidades sacrifican otras más básicas para obtener dichos fines.
Esto lleva a que haya una discrepancia entre lo que se es y lo que se quiere aparentar, y algo que la naturaleza creó para ocasiones determinadas, en general trascendentes, se convierte en una actitud crónica por motivos vacíos que pueden no tener ninguna recompensa. Viven una existencia superficial condicionada por uno y mil factores sin contenido de los que llegan a sentirse esclavos. Esta forma de vida esta llena de insatisfacciones y es fuente de frustración y hastío.
Aunque el refranero español es sabio y dice que “el hábito no hace al monje”, en la sociedad actual parece que impera la creencia de que el hábito sí que hace al monje. Esto lo saben muy bien las empresas de consumo, que intentan vendernos sus productos basando su publicidad en lo accesorio y no en lo fundamental, casi no nos hablan del producto en cuestión, pero nos lo presentan asociado a mujeres bellas, coches ostentosos, marcos paradisíacos o personas valoradas socialmente. Lo mismo sucede con los partidos políticos, sus líderes deben ser fundamentalmente buenos vendedores, con ademanes, elocuencia y, a poder ser buena presencia, más que personas con contenido.
Respecto a las vivencias personales, el que exista una disociación traumática entre lo que se es y lo que nos gustaría ser, lleva a una permanente frustración y, por tanto, a una permanente infelicidad.
Aceptarnos como somos y llenar de contenido nuestra vida, es algo imprescindible para conseguir cotas de felicidad.

Ángel Cornago Sáchez. De mi libro: "Arraigos, melindres y acedías."