El fondo y
las formas.
Es algo consustancial al ser humano revestirnos de
artefactos, adoptar formas, poses y actitudes que tienen por finalidad
trasmitir una imagen determinada a las personas de nuestro entorno y, en definitiva,
comunicar una serie de características de nuestra personalidad reales o no, que
el sujeto en cuestión pretende que sean conocidas por los demás. Es una forma
de comunicación no verbal que ocupa un lugar preeminente dentro de las formas
de comunicarnos.
Esta forma de relacionarnos ha existido siempre, e incluso la
utilizan también los animales. Algunos de ellos, como el gato y el jabalí,
erizan su pelo cuando están en actitud agresiva, el pavo real extiende su cola
para atraer a la hembra, el camaleón cambia de color cuando se siente en
peligro, el león ruge para hacer notar su
poderío, etc. Los pueblos primitivos se sirven de adornos y de pinturas
para distinguir al jefe, al hechicero o a los guerreros. En la sociedad actual
existen una serie de profesiones que matizan sus funciones y sus rangos por
medio de signos; como más representativos, los militares con el uniforme, los
jueces con la toga, y los miembros de las religiones con los hábitos y ornamentos. En definitiva,
existen en el ser humano y en los animales una serie de mecanismos de
comportamiento que tienen por finalidad mostrar su rango, u otras más concretas
como la defensa del territorio, de la vida o el mantenimiento de la especie.
El objeto de este revestimiento en las personas, es arrogarse
unas características determinadas que pretenden que los demás le reconozcan.
Dichas características, en general, son de dominio, de poder, de status social
privilegiado, aunque existen también individuos que les interesa pasar
desapercibidos y no se revisten de nada, en definitiva este no revestirse,
también es una forma de comunicar que, al menos externamente, desean pasar
inadvertidos.
En los reyes, jefes de
estado, líderes religiosos, jefes militares, estos signos son más manifiestos,
por lo tanto podemos decir que cuanto más ostentosos y llamativos son, mas
intentan matizar su individualidad, y en general su poder. En ocasiones el
signo externo se convierte en símbolo y entonces puede llegar a tener más
importancia que la persona que lo ostenta; es el caso de la corona, la bandera,
el báculo.
Todas estas actitudes,
en los animales se corresponden con lo que en realidad son, o sólo las adoptan
en momentos determinados para fines concretos. Por ejemplo el rugido del león
para avisar del dominio en su territorio, o el extender la cola el pavo real
con finalidades de procreación. Lo mismo sucede con el hombre primitivo, el
jefe se reviste de determinados atributos para indicar su rango, o los
guerreros se pintan para indicar su estado de agresividad previo a la lucha, o
las muchachas indígenas se adornan con flores para indicar que están receptivas
a los juegos amorosos.
El ser humano actual utiliza también estos mecanismos, pero
además utiliza otros que tienen una diferencia sustancial en cuanto a su finalidad.
El hombre de nuestra sociedad trata de demostrar que tiene un status
determinado dentro del grupo social al que pertenece, se corresponda o no con
la realidad, y eso porque sabe de la importancia que tienen este tipo de
atributos para que los demás lo valoren. Trata de vivir en un barrio
determinado, tener un coche de determinada marca, usar ropa de reconocida
calidad, llevar joyas, frecuentar determinados locales, codearse con personas
prestigiadas socialmente. Los ademanes forzados, la forma de hablar son otros
mecanismos que tratan de comunicar características de su personalidad.
La generalización en estas formas de comportamiento se debe a
dos factores, por una parte a la teórica igualdad de oportunidades que hace que
cualquier persona pueda aspirar a ocupar un lugar destacado socialmente; aunque
no lo pueda ocupar, como dicho status va unido a unos signos externos, estos
signos se convierten en finalidad siendo más asequible conseguirlos que el
status en sí. La otra razón, a mi juicio la más importante, es que en la
sociedad actual los valores y los ídolos sociales son muy superficiales;
valoramos al hombre rico, al que aparenta seguridad, al que tiene desparpajo,
al que tiene poder, o cualidades como la
belleza, la elegancia, la fuerza, la agresividad, la juventud, etc.
quedando otras, como la inteligencia, la honradez, la bondad, o contenidos como
el arte, la ciencia, la cultura, etc., en muy segundo lugar. Podemos decir
pues, que en este momento social existe una valoración excesiva de aspectos
superficiales en menoscabo de valores más profundos y fundamentales.
Mantener un status
determinado basado en conseguir signos externos valorados socialmente, puede
ser la finalidad básica de muchas familias que llegan a sacrificar aspectos
mucho más importantes. Para determinadas personas, el tener un abrigo de visón
o un coche ostentoso, en el ambiente que frecuentan, puede ser muy importante y
utilizan todas sus energías para conseguir esos fines, incluso si su economía
no está en relación con esas necesidades sacrifican otras más básicas para
obtener dichos fines.
Esto lleva a que haya una discrepancia entre lo que se es y
lo que se quiere aparentar, y algo que la naturaleza creó para ocasiones
determinadas, en general trascendentes, se convierte en una actitud crónica por
motivos vacíos que pueden no tener ninguna recompensa. Viven una existencia
superficial condicionada por uno y mil factores sin contenido de los que llegan
a sentirse esclavos. Esta forma de vida esta llena de insatisfacciones y es fuente
de frustración y hastío.
Aunque el refranero español es sabio y dice que “el hábito no
hace al monje”, en la sociedad actual parece que impera la creencia de que el
hábito sí que hace al monje. Esto lo saben muy bien las empresas de consumo,
que intentan vendernos sus productos basando su publicidad en lo accesorio y no
en lo fundamental, casi no nos hablan del producto en cuestión, pero nos lo
presentan asociado a mujeres bellas, coches ostentosos, marcos paradisíacos o
personas valoradas socialmente. Lo mismo sucede con los partidos políticos, sus
líderes deben ser fundamentalmente buenos vendedores, con ademanes, elocuencia
y, a poder ser buena presencia, más que personas con contenido.
Respecto a las vivencias personales, el que exista una
disociación traumática entre lo que se es y lo que nos gustaría ser, lleva a una
permanente frustración y, por tanto, a una permanente infelicidad.
Aceptarnos como somos y llenar de contenido nuestra vida, es
algo imprescindible para conseguir cotas de felicidad.
Ángel Cornago Sáchez. De mi libro: "Arraigos, melindres y acedías."
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