Equilibrio.
Ángel Cornago Sánchez
Aquella tarde estaba triste, algo se había roto en mí. Sin
saber por qué, fui encontrándome cada vez más apesadumbrado. Motivos aparentes,
cercanos, recientes, no parecían de entidad; más lejanos en el tiempo y más
profundos en el alma, probablemente muchos, pero no había sucedido nada que
hiciera presumir que los hubiera desempolvado aun sin querer. Una vida cuando
se lleva vivida, tiene mucho contenido acumulado y, entre ese contenido, hay
mucho de negativo y doloroso.
Cuando pienso en esto me doy cuenta de que en muchas
ocasiones, tal vez, no son las circunstancias externas las que traen los
momentos dolorosos, sino que están dentro de uno mismo, en nuestra forma de
ser, en nuestra historia. Pero... ¿hemos podido ser de otra manera? Estamos
acostumbrados a idealizar que nuestra trayectoria en la vida hubiera sido muy
otra si no hubiera ocurrido tal o cual circunstancia, poniendo como argumento
sólo nuestras posibles virtudes y los acontecimientos positivos. Sin embargo,
debemos tener en cuenta, que somos no solo lo positivo que hay en nosotros,
también lo negativo y, como tal, debemos aceptarlo aunque esa parte nuestra sea
la causa de que no hayamos llegado a cotas más altas de aceptación personal o
de felicidad.
Probablemente, cuando llega esa tristeza inopinada, de
aparente sinsentido, algo se ha removido en el fondo de nuestros sentimientos,
de nuestros recuerdos o de nuestras frustraciones, que hace que revivamos de
nuevo circunstancias que antes nos causaron dolor. Fue porque algo deseado no
tuvimos o porque después de tenerlo lo perdimos; ese “algo” que nos produce
infelicidad no suelen ser cosas materiales, sino más bien ideales o personas.
La infelicidad siempre nace de la sensación de carencia de algo.
No todos los días estamos igual, los hay en que las mismas
circunstancias nos pasan desapercibidas, y otros, sin embargo, tambalean
nuestra estabilidad estímulos menos manifiestos. Somos frágiles e influyen en
nosotros muchas circunstancias que no controlamos; incluso el tiempo, la temperatura
y la presión atmosférica producen cambios que acusamos.
Básicamente, lo que más influye, es nuestra estructura
psicológica conformada por nuestro código genético, y las circunstancias
vividas en los primeros años que han condicionado nuestro desarrollo
psicológico, y que han hecho que esas aptitudes o defectos gravados en nuestros
genes hayan desarrollado o aminorado sus potencialidades. Después, en la edad
adulta, cambiar radicalmente el trayecto tomado es laborioso. Otro factor son
las circunstancias que nos toca vivir de adultos, que van a ponernos a prueba
en muchas ocasiones, y a las que nos vamos a enfrentar con esa estructura que
tenemos conformada.
Por eso, hay días en que me siento triste y no sé por qué, al
menos no sé por qué, de repente, soy mucho más sensible a carencias o
frustraciones que en otras ocasiones me parecía haber superado. Lo cierto es
que, habitualmente, después de la tempestad viene la calma, y hace presumir
que, a lo mejor mañana, será otro día y me encontraré de nuevo tranquilo y
relajado, pero con la seguridad de que, tarde, o más bien temprano, aparecerá
otro u otros días de tempestad.
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: “Arraigos, melindres y
acedías”.
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