Tormenta.
Ángel Cornago Sánchez
Estaba triste, lloraba, decía frases insulsas, inconexas, de
vacía apariencia, de dudosa cordura. Era el sentimiento el que hablaba
desbordado y, cuando habla el sentimiento, sólo uno lo entiende; es como una
marmita cociendo que de vez en cuando deja escapar su aguado y cálido vapor.
Intentaba comunicarme, hacerme entender, pedir auxilio, pedir
calor; pero después de mucho insistir sin obtener mas que palabras que sonaban
a cumplido, a moralina o a reproche, sin saber cómo, el nudo de la garganta y
la opresión en el pecho fueron aflojando. Paulatinamente comencé a respirar
mejor, a sentirme más sosegado, a poder inspirar hondo de vez en cuando. Cierta
sensación de paz se fue apoderando de mí progresivamente.
Estaba sólo; fuera, la lluvia había humedecido las hojas de
los bardales, las hojas de los chopos, de las que todavía goteaban pequeñas y
frías gotas plateadas. Mis zapatos al andar sobre la hierba estaban empapados.
El ambiente olía a ozono y a tierra mojada. El tiempo, como yo, se había
serenado. Era una sensación de bienestar y de paz interior la que me producía
respirar aquel ambiente fresco y húmedo.
El horizonte fue aclarando y las nubes densas y grises fueron
disipándose para dar paso a un sol, primero tibio, después resplandeciente y
cálido.
Yo, me sentía confortado, y el futuro comenzaba a estar azul,
como el cielo.
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: "Arraigos, melindres y acedías".tormentatiempo
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