Mujer y sociedad.
Ángel Cornago Sánchez.
No cabe duda, que la mujer ha sido y es discriminada por su condición de
tal. Durante muchos periodos de la historia, este comportamiento ha sido generalizado.
El mecanismo para someterla en tiempos primitivos cabe pensar que fue la
fuerza, aunque después, la educación, tanto en la familia con en las escuelas,
ha sido el modo más poderoso, sutil y eficaz para conseguirlo. Hasta hace pocos
años así era, e incluso muchas madres lo inculcaban a sus hijas; como ejemplo
de lo dicho, algunas las obligaban a levantarse de la mesa a servir un vaso de
agua al hermano varón, o a servirle la comida o la cena. Las mismas hijas
adoptaban ese papel como una obligación. Suele suceder con todas las situaciones
de sometimiento, que para iniciar el cambio debe haber conciencia de la situación para comenzar
a cortar el hilo de la dependencia.
Los hombres se comportaban con el poder que en ese momento se les
otorgaba, en muchos casos de forma abusiva, considerando a la mujer una
propiedad que tenía la obligación de servirle. En muchas familias no era así, y
el afecto, y la calidad humana de ambos, hacía que la relación fuera buena y
que nadie estuviera sometido. Incluso, era frecuente que la mujer fuera el
elemento fuerte de la casa, tomando las decisiones importantes sobre los hijos,
y administrando la economía.
Actualmente en nuestro medio está cambiando, pero queda mucho trecho, y
especialmente en algunos lugares del mundo son tratadas peor que a los animales,
utilizándolas como esclavas, e incluso asesinándolas impunemente. Es de
suma gravedad, y los organismos internacionales que nos representan, no pueden
mirar hacia otro lado.
En cuanto a capacidad intelectual, responsabilidad, consecuencia,
compromiso, minuciosidad, equilibrio, afectividad, etc., son tan capaces, y, en
muchos casos y aspectos, más que los varones. He tenido la suerte de trabajar
habitualmente con mujeres, y su capacidad, preparación, dedicación, responsabilidad,
etc, no se ha diferenciado en nada de la de mis compañeros.
Los hombres también tenemos defectos que la sociedad referida nos ha inculcado
y precisamos desprendernos, como son la sensación de prepotencia, de poca
delicadeza, de seguridad de pose, de falta de sensibilidad muchas veces
fingida, etc. Los hombres, sobre todo hace años, debíamos ser fuertes, muy
machos, no podíamos llorar, la sensibilidad se tachaba de mariconería en tono
despectivo. Esa educación ha sido muy negativa para nosotros.
La educación debe ser igual para ambos sexos, respetando las
peculiaridades de cada cual. Es un injusticia que los sueldos sean distintos, lo mismo que el acceso a puestos de responsabilidad.
La maternidad es una circunstancia diferenciadora que los gobiernos deben
valorar y favorecer, porque es la
esencia de la supervivencia de la sociedad, y lejos de penalizarla
discriminando a las madres, deben primar la natalidad con coberturas sociales,
y la reinserción de la mujer a su puesto de trabajo con todas las garantías, haciendo compatibles el trabajo con la maternidad.
Esta sociedad no habrá llegado a la madurez hasta que no haya superado
algo tan básico como la igualdad de sexos. También la igualdad de razas, la no
discriminación por el lugar de nacimiento, por la orientación sexual, por la clase social.
En otro ámbito de ideales, nos quedan otros objetivos para conseguir un
mundo mejor que estamos muy lejos de alcanzar, exigiendo justicia social,
propugnando una protección especial para los más vulnerables, como son los
niños, los ancianos, los que padecen exclusión social.
Para que los ideales se lleven a cabo,
debemos vivirlos primero como necesarios en nuestras mentes y en
nuestros corazones.
Ángel Cornago Sánchez.derechos de la mujermujer y sociedad
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