Apariencia y realidad
Ángel Cornago Sánchez
Es algo consustancial al ser humano revestirnos de
artefactos, adoptar formas, poses y actitudes que tienen por finalidad
trasmitir una imagen determinada a las personas de nuestro entorno y, en
definitiva, comunicar una serie de características de nuestra personalidad
reales o no, que el sujeto en cuestión pretende que sean conocidas por los
demás. Es una forma de comunicación no verbal que ocupa un lugar preeminente
dentro de las formas de comunicarnos.
Esta forma de relacionarnos ha existido siempre, e incluso la
utilizan también los animales. Algunos de ellos, como el gato y el jabalí,
erizan su pelo cuando están en actitud agresiva, el pavo real extiende su cola
para atraer a la hembra, el camaleón cambia de color cuando se siente en
peligro, el león ruge para hacer notar su
poderío, etc. Los pueblos primitivos se sirven de adornos y de pinturas
para distinguir al jefe, al hechicero o a los guerreros. En la sociedad actual
existen una serie de profesiones que matizan sus funciones y sus rangos por
medio de signos; como más representativos, los militares con el uniforme, los
jueces con la toga, y los miembros de las religiones con los hábitos y ornamentos. En definitiva,
existen en el ser humano y en los animales una serie de mecanismos de
comportamiento que tienen por finalidad mostrar su rango, u otras más concretas
como la defensa del territorio, de la vida o el mantenimiento de la especie.
El objeto de este revestimiento en las personas, es arrogarse
unas características determinadas que pretenden que los demás le reconozcan que,
en general, son de dominio, de poder, de status social privilegiado, de
belleza, de juventud, aunque existen también individuos que les interesa pasar
desapercibidos y no se revisten de nada, en definitiva este no revestirse,
también es una forma de comunicar que, al menos externamente, desean pasar
inadvertidos.
Estas actitudes, en los animales se corresponden con lo que
en realidad son, o sólo las adoptan en momentos determinados para fines
concretos. Algunas personas tratan de mostrar aspectos de su personalidad que
no se corresponden con lo real. Mantener un estatus determinado basado en
conseguir signos externos valorados socialmente, puede ser la finalidad básica
de muchas familias que llegan a sacrificar aspectos importantes. Para
determinadas personas, el tener un abrigo de visón o un coche ostentoso, en el
ambiente que frecuentan, puede ser muy importante y utilizan todas sus energías
para conseguir esos fines, incluso si su economía no está en relación con esas
necesidades sacrifican otras más básicas para obtener dichos fines. Mostrar un
aspecto físico elegante, impecable se convierte a veces en una forma de vivir
obsesiva, lo mismo que no aceptar el proceso de envejecimiento e intentar por medio de intervenciones más o menos agresivas, paliar el proceso natural.
Esto lleva a que haya una discrepancia entre lo que se es y
lo que se quiere aparentar; se convierte en una actitud crónica por motivos
vacíos que pueden no tener ninguna recompensa. Viven una existencia superficial
condicionada por uno y mil factores sin contenido de los que llegan a sentirse
esclavos. Esta forma de vida esta llena de insatisfacciones y es fuente de
frustración y hastío.
Aunque el refranero español es sabio y dice que “el hábito no
hace al monje”, en la sociedad actual parece que impera la creencia de que el
hábito sí que hace al monje. Esto lo saben muy bien las empresas de consumo,
que intentan vendernos sus productos basando su publicidad en lo accesorio y no
en lo fundamental, casi no nos hablan del producto en cuestión, pero nos lo
presentan asociado a mujeres bellas y jóvenes, coches ostentosos, marcos
paradisíacos o personas valoradas socialmente
Respecto a las vivencias personales, el que exista una
disociación traumática entre lo que se es y lo que nos gustaría ser,REALIDAD lleva a una
permanente frustración y, por tanto, a una permanente infelicidad.
Aceptarnos como somos y llenar de contenido nuestra vida, es
algo imprescindible para conseguir cotas de felicidad.
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro “Arraigos, melindres y
acedías” Ed. Trabe.
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