DUDA
Según el
diccionario de la Real Academia, duda es la indeterminación entre dos o más
juicios o decisiones. El concepto de duda entraña tener que elegir entre varias
opciones, ya sean ideas, personas, cosas, actos o actitudes. Aunque me he
referido a dos o más alternativas, esta situación cobra todo su significado
cuando se reducen a dos, es como si el acto decisorio nos pusiera entre la
espada y la pared.
El hecho de
dudar, llevado al extremo, supone dejar la mente suspendida sin el basamento
sólido de la certidumbre; es como sentir el cosquilleo desagradable de la
velocidad, la inestabilidad del vértigo, el miedo a lo desconocido; supone, en
definitiva, sensación de inseguridad, desasosiego y ansiedad.
La duda
puede durar desde unos segundos hasta toda la vida. Toda primera acción o la
introspección de un concepto requiere pasar por el tamiz de la duda, al menos
durante unos segundos, el tiempo necesario para decidir si nos lanzamos o no a
ejecutarla, o a reflexionar antes de asumir la idea en cuestión. Esta situación
no puede durar mucho, pues genera ansiedad de forma progresiva y llegaría un
momento en que no podríamos tolerarla. Exige, en un tiempo prudencial,
resolverla o almacenarla como «duda», sin estar debatiéndola de forma continua,
aunque hay que revisarla de vez en cuando.
En la
praxis, la duda tiene el límite del momento de iniciar la acción, y no siempre
nos permite la indeterminación o manifestarla como duda. Hay casos en que
tenemos que tomar decisiones, aun sin estar plenamente convencidos. En estas
circunstancias hay que asumirlas, aun en el caso de que resulten erróneas.
No todas las personas aceptan la duda; existen individuos que dan
la impresión de tenerlo todo claro, no se les ve nunca dudar, actúan de forma
compulsiva, incluso con agresividad si piensan que los demás perciben sus
dudas. Son personas que no pueden tolerar la ansiedad que se produce en los
momentos de indecisión, y esa misma intolerancia, como la pescadilla que se
muerde la cola, les lleva a crear cada vez más ansiedad; necesitan en todo
momento pisar firme; el flotar les produce un vértigo que no pueden tolerar.
Existen
asimismo personas que se debaten en una permanente duda, con miedo continuo a
equivocarse o a tomar partido; sólo se sienten seguras en su reducido y frágil
territorio; se colocan siempre en el borde de la tapia; necesitan ser
aceptadas por todos y a todos intentan contentar. No se puede contar con ellas
para ningún cometido que requiera cierto compromiso o riesgo.
La sociedad
valora la duda de forma negativa, necesita que sus ídolos sociales, sus
líderes, se muestren firmes, seguros, omnipotentes, poco humanos, casi dioses,
para sentirse protegidos, para que esa seguridad se proyecte sobre ellos; es un
fenómeno social que ha permitido que determinados líderes hayan sido capaces
de inducir a las masas a realizar verdaderas atrocidades, fundándose exclusivamente
en su carisma; una de las características del carisma es la sensación que emana
del líder de todopoderoso, de seguridad, en definitiva, de no dudar.
La carencia
de dudas es también propia de personas primitivas y poco inteligentes; las
pocas verdades y los códigos que utilizan son los que les enseñaron, nunca los
han elaborado ni los han puesto en tela de juicio, y todo lo resuelven con esas
elementales reglas.
El dudar,
reflexionar y resolver, es un ejercicio intelectual que mejora nuestra capacidad
de discernir, nos reafirma en nuestra condición de seres humanos limitados y,
al mismo tiempo, capaces de grandes logros. En definitiva, la madurez, el ir
madurando,
pues el proceso no se acaba nunca, está jalonado de un
rosario de dudas y reflexiones que, bien llevadas, nos conducen de forma
progresiva a sentir esa sensación interior mezcla de humildad y de profunda
sabiduría, que nos puede llevar por el camino hacia cierta plenitud
Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: "Arraigos, melindres y acedías". Ed. Trabe.
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