Los poderositos.
El poder cambia al ser humano. No sé qué autor dijo que, para
conocer realmente como es una persona hay que analizarla ostentando poder.
Es sabido que el poder se persigue, y es muy difícil, yo diría que
imposible, que alguien llegue a tener una cota de poder importante y no la haya
buscado de una u otra manera. Es lícito, siempre que el fin no sea el propio
provecho, sino los objetivos para los que ha sido creado dicho poder, y siempre
que para conseguirlo se respeten las normas éticas. Hay profesiones que lo
llevan implícito.
También es cierto que el poder tiene sus servidumbres, una de
ellas, tal vez la más importante, que hay que renunciar con frecuencia a
determinadas convicciones en pos de mantener o conseguir el poder. Es la
perversión del objetivo del poder en política, que debería ser servicio a los
ciudadanos y no el poder en sí. El eterno problema de: “el fin justifica los
medios”. Muy peligroso, porque se han hecho barbaridades fundándose en tal
axioma, incluso grupos, apoyándose en psicópatas, se justifican para matar;
tenemos ejemplos cerca. Los gobiernos tienen sus “cloacas del estado” donde
también rige tal axioma. Estos poderosos o aspirantes a tales, son el cáncer de
una sociedad libre.
El poder es perseguido por muchas personas, y basta tener pequeñas
cotas para que salga la catadura ética, moral y humana que cada uno lleva
dentro. No es preciso que objetivamente sea muy importante, incluso se observa
más en los ámbitos pequeños; este tipo de sujetos, intentan sentirse grandes en
sus pequeñas parcelas; todos conocemos a guardias municipales y a otras
personas con uniforme, a funcionarios de ventanilla, profesores, médicos,
directores de empresas, jueces, etc. y, hasta padres de familia, que se
comportan de forma altiva y soberbia, y están demostrando permanentemente sus
pequeñas o grandes cotas de decisión sobre sus subordinados; cuando la
posibilidad de decisión es más influyente y visible, como en el caso de algunos
políticos, lo hacen notar; en realidad se diferencian muy poco de los
anteriores, sólo en el grado y el disimulo. Todos estos son los “imbéciles
poderositos”, que además suelen ser malas personas, pues esas pequeñas cotas
las viven como algo propio, utilizando a los demás para magnificarse.
La sociedad está plagada de estos individuos, porque todavía
persisten las ideas trasnochadas, en algunas empresas, de que a los
subordinados, hay que tenerlos controlados, mejor dicho sometidos, y utilizan
mandos condicionados por el servilismo; y, así va todo, porque en general se
trata de gente mediocre al servicio de otros poderosos más inteligentes pero de
la misma calaña.
A estos imbéciles poderosos, que en las empresas, o en el trabajo,
en sus profesiones, se comportan con prepotencia y despotismo con las personas
sobre las que tienen poder de decisión, es a los que me refiero; suele ser
gente miserable que se rodea de gente manejable pero interesada, para tener
controlados al resto. También me refiero a esos imbéciles poderosos que en el
momento que consiguen esa cota de poder, renuncian a sus orígenes, a sus
raíces, y se comportan socialmente como clase
dominante.
Por supuesto que hay empresarios, políticos, personas con
uniforme, honrados y respetuosos, y que la mayoría de los jueces son
independientes.
En otra ocasión trataré de los parásitos, oportunistas,
chaqueteros, intelectuales vendidos, etc. que se mueven alrededor del poder.
Ángel Cornago Sánchez.
De mi libro "Arraigos, melindres y acedías". Eds. Trabe.