VEJEZ, ESA ETAPA DE LA VIDA QUE NO
QUEREMOS MIRAR
Cuando se es joven, se ve la
vejez como algo lejano, que no tiene relación con nosotros o, en el
mejor de los casos, algo de lo que se habla, se entiende que va a llegar, pero
se tiene la sensación de que no nos atañe.
Conforme se van cumpliendo
años, llega un momento en que hay que asumir que se ha dejado de ser joven, y
que el camino irremediable es la vejez.
Este planteamiento se puede
hacer desde la sensación de pérdida, con tristeza, con melancolía por lo que se
deja, o desde la aceptación de que es algo que forma parte de la vida, lo mismo
que el resto de las etapas, e incluso tiene aspectos positivos. Seguramente la
visión de la vida en la vejez es mucho más rica que en edades más tempranas,
siempre que se haya ido madurando adecuadamente.
La vejez, la involución
física y psicológica, y la muerte, son circunstancias claves de nuestra vida
que nos iguala a todos los seres vivos; son las únicas características de
nuestra existencia en que el destino o quien haya creado el origen de la vida,
hace justicia con todos los seres humanos; el resto de nuestro paso por el
mundo está caracterizado por luchas, desigualdades, miseria y sufrimientos para
unos, y éxito, honores y abundancia para otros. Sin embargo, el paso del tiempo
a todos afecta, todos vamos cumpliendo años, envejeciendo y, al final del
camino, siempre está la muerte para todos.
En la vejez, la importancia
de las cosas va tomando su justa medida; la escala de valores cambia respecto a
otras épocas. Por eso la vejez, y sobre todo la madurez, cuando las facultades
físicas y psicológicas están todavía en buenas condiciones, son épocas en las
que se puede ser especialmente feliz, por habernos ido despojando de ese
enfoque enfatizado de la vida sobre aspectos que está claro no nos han
permitido sentirnos felices. La felicidad está dentro de uno mismo, no hay que
buscarla en riquezas ni bienes materiales, que son necesarias para cubrir las
necesidades.
Cuando somos jóvenes somos
soberbios con los viejos. A veces se les trata como a niños. Se tiene en cuenta
todo lo negativo que representan, como la falta de fuerza, de iniciativa, de
belleza, en definitiva, de cualidades por las que se mueve el momento histórico
que vivimos, y no valoramos su experiencia, su sabiduría, virtudes mucho más
importantes que fueron valoradas en otros momentos de la historia.
Yo diría que muchos viejos
de hoy asumen ese papel de minusvalía intelectual, o tal vez lo simulan; es
frecuente, incluso en círculos próximos, que al viejo lo releguen en opiniones
y en decisiones, y que la relación con él se torne paternalista que, como toda
relación así etiquetada, es teóricamente protectora, pero que en realidad
entraña falta real de respeto a su autonomía. El viejo, a veces se infantiliza y
es cómplice de esta situación para ser aceptado.
Esta falta de valoración del
anciano es fruto de la falta de valoración de otros muchos aspectos
fundamentales en el momento que vivimos.
Ángel Cornago Sánchez.
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