Los oportunistas y los falsos
Ángel Cornago Sánchez
Ángel Cornago Sánchez
Cuando era niño asociaba, con
lógica, la estatura al poder. Los niños mayores dominaban a los más pequeños,
y, si teníamos un hermano, primo o amigo mayor que nosotros, nos sentíamos
protegidos en ese mundo infantil de juegos y reyertas que compartíamos, en el que
ya se adivinaba la competencia y la defensa de la individualidad.
Se dice que en la niñez se graban
las sensaciones y muchas formas de comportamiento que van a regir durante
nuestra vida. Recuerdo de entonces, que aquellos niños mayores que hacían gala
de su poderío físico ante los que éramos más pequeños, con los que la lucha era
desigual, producían en mí sensación de repulsa; esto no les sucedía a todos,
pues algunos eran mucho más prácticos e intentaban hacerse sus amigos a toda
costa, para de alguna forma, ser partícipes de su poder o al menos no tenerlos
en su contra. También lo hacían con los profesores; estos, eran los clásicos “pelotas”. Dichos comportamientos, más o menos, se irán reproduciendo en la edad adulta,
donde pululan en todos los ámbitos los oportunistas que se arriman al poder
de turno y están dispuestos a medrar a costa de lo que sea. A muchos se les
veía venir ya desde “pequeños”.
Era muy niño, tenía diez años,
y en el colegio de jesuitas un chico de cuarto, de los desarrollados, no sé por
qué motivo le estaba pegando una paliza soberana a un compañero de clase amigo
mío; estaba sintiendo pavor por aquella tortura que estábamos presenciando,
como yo, otros amigos, y en un gesto que pensé iba a ser secundado por los
demás, pretendí liberar a mi compañero de aquella situación y me lancé por
detrás a colgarme del cuello de aquel energúmeno. El resultado no pudo ser peor
para mí, porque el susodicho, enfurecido, soltó al otro para defenderse de mi
ataque, momento que éste aprovechó para salir corriendo junto con los que
estaban presenciando la pelea. No recuerdo la paliza que me dio, aunque me lo
puedo figurar, pero sí se me quedó gravado aquel acto de insolidaridad, casi de
traición, que me dolió mucho más que los golpes, y que sigo recordando cuando
viene a cuento.
Los mandaderos, pelotas,
oportunistas, traidores, vacuos, desleales, y gente de ese pelaje, pululan en nuestra
vida cotidiana, solo hay que echar la vista alrededor, incluso a personas
próximas. Algunos se distinguen por su mirada, en la que se adivina el desprecio, y sobre todo la envidia solapada (la envidia y el desprecio tienen un rictus especial); otros, por su simpatía barroca que se vislumbra ficticia. Tampoco depende de
ideologías, los hay en todas; forma parte de la miseria humana guiada por la
conveniencia, el utilitarismo, la deslealtad, la falta de consecuencia, y de
valores.
Ángel Cornago Sánchez
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