jueves, 28 de diciembre de 2017

JUBILACIÓN Y CRISIS DE PAREJA.

JUBILACIÓN Y CRISIS DE PAREJA

                La jubilación es un momento especial en la vida personal, pero también en la relación de pareja como tal. Por una parte, supone un cambio sustancial del ritmo de vida de cada uno de los miembros que puede provocar vivencias psicológicas dispares: sensación de libertad y de tener tiempo libre, por fin, para dedicarse a esas aficiones que se han tenido abandonadas durante tantos años; en tal caso, produce liberación y comienzo de una vida que puede ser muy gratificante. También, si no se tienen aficiones, proyectos, ocupaciones, son unos años que se pueden vivir con aburrimiento, hastío, y la creencia de que ya no se sirve para nada. Por supuesto hay vivencias mixtas.
Para las personas que tienen pareja, es una prueba de fuego. Si los dos están jubilados, van a pasar de tener cada uno su “parcela” individual, de trabajo, de compañeros, de tiempo gestionado de forma personal, de diferentes encuadres, relaciones, intereses, preocupaciones, etc., a compartir casi todas las horas del día y de la noche, renunciando a esa vida independiente que cada cual disfrutaba. Si la relación es excelente, no van a surgir problemas especiales. Pero…, relaciones excelentes hay pocas. En muchos casos se van a descompensar las que estaban más o menos en equilibrio inestable, que son muchas, por ese compartir tanto tiempo, y la carencia del que anteriormente utilizaban individualmente.
Vivir en pareja no quiere decir que las aficiones, las opiniones, las ideas etc., sean comunes; ese aforismo de que “dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición”, es una falacia; habrá algunos casos, y desde luego no es positivo. Es fundamental, como durante los años ya vividos, para ambos miembros, seguir su proyecto de vida, y que esta sea respetada por el otro. En mi opinión, es la mejor de forma de vivir en pareja de forma digna.
La relación de pareja en la jubilación, sufre una prueba de fuego, aunque no suele tener consecuencias mayores, porque la mayoría de hombres y mujeres se resignan, sabiendo que la “suerte está echada”, y que la alternativa a esa edad de vivir solos, o buscar otra pareja es complicada y poco sugerente, por lo que habitualmente se opta por la resignación. Hay casos en que en un arranque de coraje y dignidad deciden separarse, con la convicción de que es algo que debían haber hecho hace muchos años; aunque no es frecuente.
En todo momento, en pareja, es importante tener la sensación de que se convive con alguien que te quiere, que se preocupa por ti, que te es leal, fiel, y no me refiero a la fidelidad en el ámbito físico, creo que hay frecuentes infidelidades entre las parejas que no son físicas, no se les da demasiada importancia y que son tan graves o más, como son la deslealtad en los apoyos psicológicos, o en las carencias, en las confidencias que a veces se utilizan como agresión en momentos de tensión, en intentar hacer daño en los desencuentros sin reparar en medios…etc. Estos mecanismos perversos de relación no son extraños y se recrudecen en los momentos de crisis.
La vida de pareja siempre es difícil y tiene sus momentos críticos, uno de ellos es el de la jubilación. A esa edad, es lógico que se hayan ya producido los ajustes, y que incluso la necesidad del otro miembro sea más intensa que en épocas anteriores. La pareja vivida de forma madura, respetándose mutuamente la individualidad, es una garantía para la vida en los últimos años.

Ángel Cornago Sánchez

lunes, 18 de diciembre de 2017

LA BICI, LA CHICA Y LOS MELOCOTONES

LA BICI


Entonces, a diferencia de hoy, hacíamos la vida en la calle. Cuando llegábamos de la escuela, con el tiempo justo de coger el bocadillo de la merienda, bajábamos a la calle a reunirnos con nuestros amigos. La calle era entonces un sitio habitable; los dueños éramos los peatones y en especial los niños que poblábamos las calles y plazas, de tal forma que los pocos vehículos motorizados que pasaban, sabían que la responsabilidad era fundamentalmente de ellos, porque transitaban por una zona en que el extraño era la máquina de motor.
El único vehículo que entrañaba algún riesgo eran las bicicletas que empezaban a abundar y había, como siempre, insensatos que se lanzaban a toda velocidad. La gente tampoco estaba acostumbrada a cruzar la calle con cuidado seguros como estaban, de que no podía aparecer ningún vehículo agresor, así que empezó a haber algún accidente.

Un día cuando era ya muchacho, sufrí un pequeño percance cuando iba con la primera y única bici que tuve, que hacía poco mi padre me había comprado de segunda mano; por una parte, al parecer no debía de ser muy ducho en el manejo, y por otra, probablemente estaba fascinado por la sensación agradable que producía el lanzarse cuesta abajo a toda velocidad desde la plaza San Jaime por la calle Verjas hasta el Puente de Hierro.
Estaba haciendo una de estas bajadas que había repetido varias veces, cuando de repente de la calle del Horno de La Higuera, salió una chica con un cesto lleno de melocotones; cuando me vio llegar se quedó espantada en medio de la calle sin decidirse a apartarse a un lado o al otro; frené en seco pero la bici se deslizó y no pude evitar el meterle la rueda entre las piernas, tirarle todos los melocotones que con la inercia bajaron rodando calle abajo, y en nada estuvo en que no caímos los dos por el suelo.
Aunque no le pasó nada, el cabreo que cogió fue monumental,  yo creo que más que por el susto y por los melocotones, que me apresuré a recoger, porque en aquella época, nadie le podía meter nada entre las piernas a una mujer que se preciara, aunque fuese la rueda de una bicicleta de forma accidental. Durante una temporada cuando la encontraba me miraba como si fuera un lascivo; más tarde con los años su mirada cambió e incluso a veces me sonreía de una forma que yo, en mis fantasías, interpretaba como que no le importaría sentirse de nuevo atropellada; pero nunca me atreví a acercarme a ella, con el día de los melocotones tuve bastante.

Ángel Cornago Sánchez.
De mi libro "Arraigos, melindres y acedías" Eds. Trabe.

sábado, 9 de diciembre de 2017

ESCRIBIR DUELE

ESCRIBIR DUELE

Ante tanta vorágine de opiniones desabridas, cargadas de odio contenido, otras de odio y rencor no disimulado, de sectarismo, de jaurías organizadas para atacar al discrepante, opinar, o escribir opinando, intentando ser justo en el contenido, de acuerdo con los propios valores, independiente de poderes, taimado en las formas, es un ejercicio que no es fácil; duele. Da la impresión de estar en un campo de batalla, en un campo de nadie, donde se puede recibir fuego de todos los bandos. Los contendientes te exigen que, o estás con ellos, o estás contra ellos; o estás en esa zona en que te ignoran, o te conviertes en enemigo de todos y en amigo de nadie.
Intentar escribir con independencia, con honradez intelectual, no quiere decir que las opiniones no sean discutibles, ni que sean las verdaderas, ni que coincidan con la opinión de algunos, quiere decir que el autor expresa sus opiniones razonadas, sin depender de ninguna organización, grupo o personas; solo depende de su honradez intelectual que puede o no coincidir con unos o con otros, y que, además, puede coincidir en un tema, pero no en otros. En mi caso, suelo defender conceptos, sobre todo si están en crisis y me parecen básicos para la convivencia y derechos de todos. Considero que en ocasiones es un deber moral “mojarse”, pero siempre con respeto, y a veces sin paños calientes que desvirtúen temas fundamentales. Creo que nuestro paso por el mundo debe ser con el compromiso de hacerlo un poco mejor, por eso considero que hay que defender valores y denunciar abusos.
El pensar diferente es un derecho; el opinar diferente es un derecho. El contaminar la opinión con odio, con rencor, con agresiones verbales, hace sospechar que no se quiere deliberar, que se quiere imponer, que la solución se tiene tomada de antemano, que solo se está dispuesto a aceptar las verdades propias y a no analizar las del contrario. Suelen utilizar la descalificación, incluso la mentira clara y flagrante para confundir y engañar al ciudadano.
En el momento actual, existen tantas fuerzas encontradas, como partidos políticos, medios de comunicación cuya función no es informar, sino en muchos casos manipular según la ideología que los sustentan. Leer o escuchar a líderes políticos en medios de comunicación produce desazón ante la maraña de opiniones contaminadas por intereses. En las redes sociales hay jaurías, unas organizadas, otras individuales, cuyas descalificaciones verbales al discrepante denotan agresividad sectaria, incluso a veces peligrosa.
Al ir por libre, se tiene la sensación de ser un francotirador de opiniones, sin bando, en una batalla en que los contendientes van a pasar por encima. A los que no pertenecemos a sus grupos, ni nos miran, nos ignoran, nos ningunean; solo “beben” con los de su “cuadra”, y si consideran que llegamos a ser incómodos, o molestos para su causa, se encargaran de eliminarnos con la descalificación organizada.
Pero hay una parte de esa mayoría silenciosa, respetuosa, que sí nos lee, puede estar o no de acuerdo con nuestras opiniones, con los conceptos, con los valores que defendemos, por los que merece la pena el esfuerzo de escribir, con el intento de aportar temas de reflexión para que cada cual encuentre su propia verdad, y para que entre todos formemos una sociedad más honrada intelectualmente, más humana, más justa, menos sectaria, menos crispada. Basada en valores.
Ángel Cornago Sánchez





jueves, 30 de noviembre de 2017

SUPREMACÍA MORAL. PATENTE DE CORSO

SUPREMACÍA MORAL

Hay grupos, partidos, personas, que se atribuyen supremacía moral sobre los demás, por definición, sin habérsela ganado. Algunos se fundan en un marco teóricamente justo, pero irrealizable, que no respetan en su praxis, ni en su régimen interno. Se consideran idealistas, con una supremacía moral muy por encima de los demás, lo cual les permite basándose en “el fin justifica los medios”, faltar a la verdad en sus alocuciones, en su proceder, incluso a veces realizar las mayores tropelías. Suelen ser partidos, personas, extremistas de izquierdas o de derechas, nacionalistas radicales. En el fondo se sienten “elegidos” y no hacen autocrítica porque todas sus mentiras, manejos inmorales, son para conseguir teóricamente un bien supremo para la sociedad. Se sienten “salvadores”. Es también la filosofía del fascismo.
Suelen confundir el fin, que debe ser el bien de los ciudadanos, con el objetivo, que no es otro que llegar al poder y sentarse en la poltrona para “salvarnos”. En general, están muy lejos de tener asumido, que su misión como la de cualquiera que pretenda influir en la vida pública, es de servicio, pero respetando la opinión y los derechos de los ciudadanos. No vale el principio de mayor utilidad personal o de partido.
Suelen difundir mensajes estereotipados, apoyándose en conceptos y palabras que nadie discute porque se han ganado el calificativo de moralmente irreprochables. Así, es muy frecuente que, en sus alocuciones diarias para el consumo, delante de una cámara, de un micrófono, empleen, repitan hasta la saciedad las palabras: democrático, democracia, diálogo, justicia, bien de los ciudadanos. Después, sus actos se rigen por el principio de mayor utilidad para sus fines.
Tampoco son conscientes de que los ciudadanos somos mucho menos ignorantes de lo que ellos suponen, y que no nos tragamos a pesar de sus maquilladas puestas en escena los señuelos que tratan que asumamos.
Algunos dan por hecho, lo llevan en su ADN, que están en posesión de esa supremacía moral que les otorga patente de corso. 

Ángel Cornago Sánchez


miércoles, 22 de noviembre de 2017

OPINADORES DE FIAR

OPINADORES DE FIAR

Atribuir supremacía moral a una persona, a un grupo, supone arrogarles que sus opiniones, sus decisiones, son, lo más justo, lo mejor para la mayoría, lo menos contaminado por otros intereses.
Este calificativo, de grupos o de personas, hay que ganárselo. No se compra, ni nadie expende ese certificado. Hay que ganarlo con una trayectoria de honradez intelectual probada; independencia abalada por una mayoría mayoritaria, aunque no necesariamente estén siempre de acuerdo con sus opiniones o con sus actuaciones, pero es requisito indispensable que, la mayoría opinen que son de fiar, de que sus planteamientos no están contaminados por intereses personales ni de grupos. Y también, abalados por una trayectoria en la que sus opiniones se han ganado un prestigio de equidad, compromiso con la verdad, y también de calidad en los razonamientos; no vale solo con expresar una opinión, hay que razonarla y hay que fundamentarla.
Suelen ser personas honradas intelectualmente, no dependientes de grupos. El opinar sin servidumbres supone el riesgo, de que los que les consideren amigos hoy, mañana les consideren enemigos, porque sus opiniones en ese caso no les favorezcan. La independencia supone ser objeto del fuego cruzado de los contendientes. No pertenecen a ningún bando, ni ningún bando les considera porque no son fieles a su “cuerda”. Se suelen preguntar: ¿este de qué va? o ¿esta con quién va?
Hay que tener en cuenta, que la independencia completa es imposible. El que opina, el que habla, el que escribe, también tiene su ideología, sus valores, aunque algunos o muchos no coincidan, o coincidan solo ocasionalmente, con los poderes o aspirantes a poderes establecidos. Pero no existe la radicalidad habitual, solo en temas muy concretos. Suelen ser ponderados, dialogantes, capaces, y sobre todo honrados.
Es una actitud de compromiso que tiene un poco de francotirador, de quijote, y desde luego de idealista. Pero en este mundo actual, merece la pena.

Ángel Cornago Sánchez

domingo, 12 de noviembre de 2017

VIVIR, INCERTIDUMBRE, CREENCIAS

VIDA, INCERTIDUMBRE, CREENCIAS


Vivir es complicado. Nuestra existencia se compone de momentos felices, de rutina, y también de momentos de preocupaciones, angustias, miedos, sufrimiento. Esos momentos negativos suelen ser consecuencia de incertidumbres, ya sea por preocupaciones de salud nuestra o de nuestros seres queridos, del porvenir de nuestros hijos, de seguridad, de necesidades económicas, de carencias, de afectos, sociales, etc. Yo diría que la vida está compuesta fundamentalmente de rutina, sin darle a la palabra un sentido necesariamente peyorativo, pues puede ser una rutina agradable, a veces llevadera, aunque también puede ser tediosa.
Hasta hace menos de cien años, la incertidumbre era mayor, sobre todo en el caso de la salud, pues enfermedades que hoy se curan con facilidad, llevaban a la muerte a numerosos niños con sufrimiento terrible para sus padres y, enfermedades hoy banales, como una apendicitis o una neumonía y muchas más, amenazaban la vida y provocaban la muerte a muchos ciudadanos. Por tanto, se convivía con la incertidumbre.
Hoy en día con los logros de la medicina, en muchos lugares del mundo la esperanza de vida ha aumentado esponencialmente; los adelantos técnicos dan una imagen de que podemos controlar casi todo.
No es cierto; sigue existiendo la enfermedad y la muerte, los reveses de fortuna, las carencias materiales, las preocupaciones familiares, los problemas afectivos, y en no pocos lugares el hambre, la miseria, incluso la inseguridad.

Para esos momentos negativos, frecuentes en todas las vidas en algún momento y, a veces, en muchos momentos, cumplen un papel importante, las creencias. Para afrontar tanta inseguridad, tanta desgracia, tanto miedo al futuro, el ser humano, desde que está en la tierra, en todas las culturas, en todas las razas, en todos los pueblos, ha adorado a sus divinidades, intentando que estas le protegieran, cambiaran su suerte, y buscando consuelo ante las adversidades. Es un mecanismo psicológico positivo que ha servido y sigue sirviendo, sin entrar a afirmar o negar si hay vida después de la muerte.
Pienso que todas las religiones, descalificando por aberrantes los fundamentalismos que han existido y existen, han jugado y juegan un papel de consuelo, para ese proceso tan duro y complicado a veces que es vivir.
Cualquier religión, o creencia merece respeto siempre que se ciña al ámbito individual del ser humano. Los estados deben ser laicos y respetar las creencias de cada cual.

Ángel Cornago Sánchez

martes, 31 de octubre de 2017

EVOLUCIÓN SOCIAL DE LA MUERTE

La muerte. Evolución


         La humanidad hasta hace unos cien años siempre ha convivido con la muerte de forma natural. La muerte formaba parte de la vida cotidiana, siempre estaba presente, pues las personas estaban sometidas a un sinfín de noxas que en muchas ocasiones eran mortales. Una simple apendicitis, una neumonía, infecciones, enfermedades o traumatismos hoy banales, podían llevar a la muerte sin remedio, por eso siempre se tenía presente que la  enfermedad y la muerte estaban acechando. Los planes de futuro siempre eran  aleatorios y estaban supeditados a la “salud”, algo que todavía se considera hoy en día, pero con mucha menos sensación de amenaza, sobre todo en las personas jóvenes. Hoy rara vez se muere un niño; antes en cada familia había varios fallecimientos en edad infantil.
          La muerte en los pueblos primitivos constituía un evento de suma importancia, tanto para el individuo, como para la comunidad. Los ritos funerarios y las exequias fúnebres se realizaban con gran solemnidad. Trataban de conectar la vida de este mundo, con el más allá después de la muerte. En algunas civilizaciones antiguas, como la egipcia, los poderosos pretendían asegurar su vida en ultratumba con monumentos grandiosos, como las pirámides. Las manifestaciones de duelo eran, en general, manifiestas y públicas, incluso, el sufrimiento se teatralizaba para hacer partícipe a la comunidad del tremendo dolor que suponía para los familiares y amigos, perder al difunto. En la alta edad media, como señala Philip Aries[1], “las manifestaciones más violentas de dolor afloraban justo después de la muerte. Los asistentes se rasgaban las vestiduras, se mesaban la barba y los cabellos, se despellejaban las mejillas, besaban apasionadamente el cadáver, caían desmayados y, en el intervalo de estas manifestaciones, pronunciaban el elogio del difunto, uno de los orígenes de la oración fúnebre”. Después, seguían los ritos religiosos y, posteriormente, la comitiva fúnebre recorriendo la ciudad o el pueblo del difunto, se dirigiría al lugar de enterramiento para la inhumación del cadáver. Todo, en estos cuatro tiempos marcados por el ceremonial que suponía la muerte de una persona en aquella sociedad.
        Hasta hace pocos años, la muerte tenía lugar en el domicilio, rodeado de familiares y amigos. En la Iglesia católica y en nuestro medio, el “viático” se llevaba a los moribundos, en una comitiva que atravesaba las calles de las ciudades y de los pueblos con boato y solemnidad. La comitiva, hacía el recorrido desde la iglesia hasta el domicilio de la persona que presumiblemente estaba muy próxima a morir, precedida de una cruz y del tañer característico de una campana, con los curas y los monaguillos ataviados con ornamentos negros con ribetes dorados. Cuando llegaban a su destino, todos entraban en la casa, incluso en la habitación, y rodeado de toda esta parafernalia, el sujeto, pero también los presentes, tenían conciencia de la tragedia del momento. Incluso a los niños se les hacía partícipes de esas vivencias. Estas manifestaciones impregnaban la vida de los pueblos, lo mismo que otras de carácter festivo, pero se tenía muy claro que la muerte estaba ahí, se convivía con la muerte.
       Hoy estas manifestaciones han desaparecido, en todo caso, el viático ha sido sustituido por un cura vestido de seglar que, como cualquier visitante, acude a la cabecera del moribundo para darle el último consuelo espiritual si es creyente, ya sea en su domicilio o en el hospital. Después de la muerte, se llora a hurtadillas, ocultándose del resto de las personas; se utilizan gafas de sol oscuras para ocultar los ojos llorosos. La pena y la desesperación por la pérdida del ser querido, se viven en la intimidad; es una desesperación “hacia dentro”, que impide esa catarsis que incluso podría ser beneficiosa en el aspecto psicológico para superar el dolor. Las exequias funerarias cada vez se han ido reduciendo más, de tal forma que, actualmente, ya no se recibe en el domicilio del fallecido, sino en los tanatorios. Antes, se “velaba” el cuerpo presente del difunto durante toda la noche de forma ininterrumpida hasta la hora del entierro. Hoy, se deja al difunto en el tanatorio durante la noche y la familia marcha a su casa. El luto tan manifiesto hasta hace menos de cien años, hoy ha desaparecido. Incluso el cadáver se tiende a hacer desaparecer, de tal forma, que la incineración anteriormente inexistente en nuestra cultura, cada vez está más extendida.
        ¿Quiere esto decir que hoy se sufre menos por los difuntos? Considero que no tiene nada que ver. Estamos en la cultura de la felicidad, que cada vez se aleja más de la realidad y que cada vez está más lejos de cualquier tipo de sufrimiento, por eso, las manifestaciones excesivas de dolor ante la muerte no tienen cabida en las ceremonias comunitarias. Hoy, no se concibe ni se acepta la enfermedad ni el sufrimiento, no se acepta ni el envejecimiento, solo la juventud, la belleza, el triunfo. Por tanto, tampoco se acepta la muerte, que es el último e inexorable fracaso y, como no se puede evitar, se lleva en silencio, sin ceremonias que trasciendan de lo privado. En el ámbito individual, el dolor, la pena y el duelo, son similares e incluso más intensos que en épocas anteriores, al no haber podido exteriorizar de forma más patente esas emociones. El dolor se vive en la intimidad, incluso el hacer excesivas manifestaciones de dolor se considera como exageraciones e histerismos. En realidad, sucede con todas las manifestaciones de sufrimiento[2].
       La muerte de hoy, es con frecuencia la muerte en soledad. Nos parece una muerte trágica, y conceptuamos la soledad como un sufrimiento añadido muy importante. Por eso, nos imaginamos una muerte buena como una muerte en paz, sin sufrimientos y, sobre todo, rodeados de nuestros seres queridos que, en ese momento, nos aportan cariño y consuelo. Hoy, es frecuente que esto no sea así. Lo habitual es morir en el hospital rodeados de toda parafernalia terapéutica, que sirve de poco en ese momento. Y en ocasiones, solos.

Ángel Cornago Sánchez. De mi libro: “Comprender al enfermo”







viernes, 27 de octubre de 2017

ADIOS CATALUÑA?

            ADIOS CATALUÑA?

Todo el proceso reciente del separatismo catalán ha sido un esperpento, desde el referéndum, sin las mínimas garantías de cualquier proceso electoral democrático, hasta estos últimos días que han sido realmente de delirio de personajes, la mayoría incompetentes, trileros y mesiánicos.
Los gobiernos, desde hace años, abdicaron de su responsabilidad y dejaron crecer la hidra, haciendo dejación de su deber. La educación perversa y tergiversada es la más grave, inmoral y flagrante consecuencia porque se hace en niños en proceso de formación.
Dicho esto, los nacionalismos, una vez que tienen asegurada su lengua, sus costumbres, su folklore, su territorio, incluso su autogobierno, deben tener otros motivos para conseguir sus fines. Uno de ellos, que piensen que sus ciudadanos pueden ser más ricos que los demás por los propios recursos de su país. Este motivo lo entendería; pero si se les hubiera tratado igual que a todos. Cataluña ha recibido mucho más de los diversos gobiernos que el resto de las provincias y autonomías españolas, a cambio de unos pocos votos para poder gobernar. Sucede lo mismo con el país vasco. Un voto de un ciudadano vasco o catalán, vale mucho más que el de cualquier región de España.
Pero hay otros aspectos que me repugnan. Los nacionalismos tienen un tufo racista, que puede ser inconsciente, pero real si todos los otros aspectos están descartados. Se sienten diferentes, desde luego no inferiores, ni siquiera iguales, sino superiores. La mayoría lo hemos vivido alguna vez. Los nacionalistas extremistas, en sus métodos para alcanzar sus fines y mantenerlos, con frecuencia son fascistas: intentan dominar los órganos de poder, de opinión, la educación, incluso si pueden la policía y el poder judicial. Así lo atestigua muchos ejemplos en la historia reciente del mundo.
Suele haber detrás de estos movimientos, grupos de poder económico, o político, que por uno u otro motivo alimentan e incluso manejan el proceso para obtener beneficios, ya sean económicos o electorales.
Vivo y he nacido en el “sur” de Navarra, he vivido en León, en Asturias, estoy muy ligado a Aragón, y prácticamente conozco todo el país. Me siento identificado como ciudadano español, amante de mi tierra, de Navarra, especialmente de la Ribera. No miro a nadie por encima del hombro, pero me cabrea que nadie se sienta más que yo por su raza o lugar de nacimiento.
Manteniendo limpias las reglas de juego, que no se cumplen en este momento, en un futuro, en un referéndum limpio, si una mayoría clara quisiera ser independiente, no pondría ningún inconveniente. Yo tampoco me siento identificado, ni quiero ir al lado, de quien no me quiere como compañero de viaje.
Ángel Cornago Sánchez. Reservados derechos


sábado, 21 de octubre de 2017

NUESTRO ÍNTIMO TERRITORIO

Los espacios.

Todos los animales, también los humanos, necesitamos un territorio donde movernos y desarrollar nuestra actividad cotidiana. De hecho, la regulación de las especies y las guerras, tienen mucho que ver con la interferencia y la falta de espacios. La superpoblación genera violencia como búsqueda de una nueva distribución de los espacios.
Incluso en el ámbito individual, en la relación con los demás, todos percibimos que necesitamos un espacio mínimo que se puede cifrar, dependiendo de las personas, en el que podemos abarcar con los brazos en jarra, donde en raras ocasiones dejamos introducirse a los otros; ese espacio es mayor por la espalda, zona que menos podemos controlar, y en determinadas personas o situaciones. Este territorio individual que todos tenemos y que inconscientemente salvaguardamos, supone un mecanismo de seguridad instintivo, no sólo físico, sino también psicológico.
Todos hemos experimentado cierta incomodidad cuando entramos con otra persona en un ascensor reducido y, solemos colocarnos con la espalda apoyada en una de las paredes, no sólo por un acto de educación, sino por sentirnos más seguros. Cuando hablamos con otra persona, sobre todo si es la primera vez, necesitamos tenerla a cierta distancia, si no, el proceso de valoración que siempre se produce sufre interferencias.
En nuestra actividad diaria, en el trabajo, pero sobre todo en casa, tenemos unos espacios habituales en los cuales nos encontramos especialmente confortables y seguros. Generalmente comemos en el mismo lugar de la mesa, dormimos en el mismo lado de la cama, nos sentamos en el mismo sillón, incluso cuando no estamos suelen ser respetados por el resto de los miembros de la familia; son espacios referenciales unidos indefectiblemente a nuestra vida, que también tienen muchos animales y que, supongo, constituyen un mecanismo de seguridad y una prolongación de nosotros mismos.
Cuando la muerte afecta a uno de los miembros de la familia, existe un primer momento de duelo y desesperación al ver vacíos los espacios que ocupaba el fallecido, pero tarde o temprano, en un mecanismo de defensa natural contra el sufrimiento, se invaden o se destruyen; por eso es frecuente el cambiar los muebles de lugar, cambiar la decoración, etc., en búsqueda de una nueva distribución que borre los anteriores.
Podríamos decir que nuestro límite no acaba en nuestra piel, sino que existe un halo de espacio que siempre nos acompaña y que forma parte de nosotros; en nuestra vida diaria necesitamos también lugares o espacios referenciales en los que, instintivamente, nos encontramos seguros y confortables.

Ángel Cornago Sánchez

jueves, 12 de octubre de 2017

DERECHOS

Derechos

Derechos son potestades que tenemos la facultad de disfrutar. Unos por el simple hecho de ser seres vivos, otros por pertenecer a la especie humana, y otros porque nos los hemos dado en forma de leyes como grupo social para organizar nuestra convivencia.
Los derechos siempre llevan implícitas obligaciones. La primera, el respeto a los derechos que, como nosotros, tienen “los otros”. No podemos atribuirnos unos derechos que les negamos a los demás en las mismas circunstancias. Esto que parece tan obvio, no es infrecuente; solo hay que analizar el comportamiento de muchos próceres de la vida política.
Son conceptos tan fundamentales y simples que el aceptarlos parece una obviedad, y el negarlos una barbaridad. Analicen el comportamiento público de no pocos líderes, en lo que proclaman, incluso en lo que hacen, y verán reflejada la farsa en la que se mueven.
Es momento de respetar el derecho a opinar y pensar diferente, que lleva aparejado el respeto, al mismo derecho que tiene el contrario. Si el caso lo requiere, supone poner encima de la mesa las discrepancias y dialogar. Es el grado supremo de madurez y la grandeza de una sociedad democrática, a la que nunca debemos renunciar y debemos defender a toda costa.
Tenemos derecho a no ser utilizados. Eso supone la obligación moral de los medios de comunicación de no levantar falsedades con intención de intoxicar. Supone la obligación moral de los políticos, de no mentir a sabiendas para vender su mercancía.
Hay una responsabilidad sagrada por encima de todas. La de los educadores de educar en la verdad. Los niños tienen el “derecho” de ser educados en verdades objetivas, y no en adoctrinamientos ni políticos ni religiosos, para ser utilizados. Los educadores que lo hacen premeditadamente traicionan su sagrada labor y debería estar penado judicialmente. Lo han hecho las dictaduras y se sigue haciendo. La educación se debe basar en valores, incluso más que en conocimientos.
Abundaré sobre el tema.


Ángel Cornago Sánchez

viernes, 6 de octubre de 2017

MANIPULACIÓN DE CONCEPTOS EN POLÍTICA PARA ENGAÑARNOS

MANIPULACIÓN DE CONCEPTOS EN POLITICA
MANIPULACIÓN DE CONCEPTOS EN POLÍTICA

Vivimos una época en la que se están mancillando y pervirtiendo palabras, calificativos y conceptos, nobles, altruistas, fundados en valores. Con el mayor descaro se utilizan las palabras democracia, democrático, libertad, progreso, justicia, pueblo, derechos, etc., no en aras de hacer énfasis en su significado para conseguir los fines que representan en la sociedad, sino para, bajo su lema, bajo su paraguas, solapar fines particulares o de grupo, interesados, con objeto de revestirse de algo noble para conseguir sus fines engañando a la colectividad. Somos testigos diariamente, cómo la palabra “demócrata y democracia”, la utilizan diariamente con el mayor descaro personajes y partidos que sus métodos, comportamientos, e incluso su filosofía, son totalitarios. Amparándose en sagrados conceptos son capaces de las mayores tropelías.
No hay nada tan ruin como utilizar este sistema: amparados en ideas aceptadas y apoyadas por la mayoría de los ciudadanos, nuestros próceres y políticos de turno, engolan la voz al pronunciarlas con firmeza, y las utilizan como argumento básico para engañarnos. Ni se sonrojan. Considero que unos tienen un perfil intelectual tan bajo, que piensan que los ciudadanos “nos tragamos” cualquier argumento zafio que nos venden. Otros son tan miserables, que lo hacen con premeditación y alevosía. Los ciudadanos de a pie, la mayoría silenciosa, debemos estar dispuestos a desenmascararlos y a no dejarnos llevar por sus mentiras. El juicio ponderado, lo debe realizar cada cual sobre los sucesos que nos toca vivir.
La solución es educar en valores desde la infancia. Líderes, hombres y mujeres capaces, honrados, conscientes de su responsabilidad, dispuestos a dialogar, dispuestos a llegar a acuerdos, con el convencimiento de que su finalidad es aportar una gestión justa a la sociedad que representan, y que los tacticismos para alcanzar el poder a toda costa, son inmorales. Con estas premisas serían fácil gobernar y llegar a acuerdos.
Ángel Cornago Sánchez


viernes, 29 de septiembre de 2017

DEBEMOS RESPETAR Y SENTIR ORGULLO DE NUESTRA BANDERA

LA BANDERA

Formo parte de una generación que crecimos en un ambiente social y en unas enseñanzas dominadas por los ritos y los símbolos. Las celebraciones religiosas con su boato en las grandes fiestas y procesiones, sus ceremoniales, sus ricas vestimentas. Las manifestaciones políticas con un marcado signo plebiscitario, y conceptos como patria, bandera, caudillo, raza, tenían gran poder de convocatoria, alrededor de los cuales, existía un halo de fervor enardecido e irracional que, aparentemente, aglutinaba a las masas; probablemente era más aparente que real, y en ocasiones aberrante. El paradigma de este tipo de comportamientos es el que originó la filosofía y principios nazis; recuerden toda la parafernalia de signos y símbolos que utilizaban. Hoy, existen muchos ejemplos similares en el mundo, que son capaces de manipular a la mayoría e incluso bajo sus lemas y banderas justificar la violencia y el asesinato.
Nuestra generación tuvimos claro que aquello era ficticio, que detrás de aquellos conceptos, de aquellas actitudes, de aquellas ceremonias, había fundamentalmente un intento de manipular y de dirigir a la mayoría. Identificamos los símbolos y los ritos con la mentira y con la opresión. Sentimos que aquello había que cambiarlo y sustituirlo por otras ideas, más sociales, más humanas. Pero los ritos y los símbolos quedaron devaluados como reflejo condicionado a la situación que nos tocó vivir.
Pero, no cabe duda que cumplen un papel importante. Para cerciorarnos solo tenemos que leer la historia y observar los países del mundo. Este proceso es irracional y emotivo, pero necesario. Una bandera es un trozo de trapo, pero simboliza lo que por consenso hemos decidido otorgarle. Es un mecanismo de unión de los grupos sociales, desde los equipos de futbol, asociaciones y, sobre todo países y naciones, desde los grupos sociales más primitivos hasta los más poderosos, desde las religiones a los poderes económicos y políticos. Todos tienen su emblema y bandera.
Los símbolos y los ritos son necesarios, no basta con una ideología justa, ni con una información de los contenidos reflexiva para que cada cual los asimile. La pedagogía de este primer proceso es racional y necesaria, basada en la información y en la reflexión. Pero como seres sociales que somos, necesitamos unirnos para defender objetivos comunes, sobre todo nuestra supervivencia como grupo social, como nación. En nuestro país este concepto también está en crisis. Uno más entre tantos aspectos, junto con la corrupción generalizada.
Los partidos políticos tienen, entre otras, dicha responsabilidad: unificarnos alrededor de símbolos que sean comunes a todos y que a todos nos representen. Es fundamental la bandera y la idea de patria. Hay que reforzar nuestro grupo social. Ambos no se deben identificar con la dictadura. Deben dejar de utilizarlos como arma arrojadiza. La razón unida a la emoción refuerza la cohesión. Es un poderoso mecanismo psicológico utilizado desde siempre.
Me ofende que piten al himno o a la bandera de España, que la desprecien, o a las de mi región, mi ciudad… Debemos tener y reclamar respeto para nuestros símbolos, lo cual no está reñido con tener cualquier ideología.
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Ángel Cornago Sánchez


EL SER Y EL APARENTAR

El ser y el aparentar.
Es algo consustancial al ser humano revestirse de artefactos, adoptar formas, poses y actitudes que tienen por finalidad trasmitir una imagen determinada a las personas de nuestro entorno y, en definitiva, comunicar una serie de características de nuestra personalidad reales o no, que el sujeto en cuestión pretende que sean conocidas por los demás. Es una forma de comunicación no verbal que ocupa un lugar preeminente dentro de las formas de comunicarnos.
El objetivo de los signos externos, incluso las poses, es arrogarse unas características determinadas que pretenden que los demás nos reconozcan, y que, en general, son de dominio, de poder, de status social privilegiado, de belleza, de juventud...
Tratan de mostrar aspectos que frecuentemente no se corresponden con la realidad. Mantener un status determinado basado en signos externos valorados socialmente, puede ser la finalidad por la que llegan a sacrificar aspectos importantes. Para determinadas personas, el tener un coche de alta gama, vivir en un barrio determinado, vestir determinadas marcas, etc., puede ser muy valorado y utilizan todas sus energías para conseguirlo; incluso sacrifican necesidades básicas. Mostrar un aspecto físico elegante, se convierte a veces en una forma de vivir obsesiva; otras no aceptan el proceso de envejecimiento y van poniendo parches continuos, con alto costo económico.
Esto lleva a que haya una discrepancia entre lo que se es y lo que se pretende aparentar. Viven una existencia superficial condicionada por uno y mil factores sin contenido de los que llegan a sentirse esclavos. Esta forma de vida está llena de insatisfacciones y es fuente de frustración y hastío.
En la sociedad actual parece que impera la creencia de que el hábito sí que hace al monje. Esto lo saben muy bien las empresas de consumo, que intentan vendernos sus productos basando su publicidad en lo accesorio y no en lo fundamental; casi no nos hablan del producto en cuestión, pero nos lo presentan asociado a mujeres bellas y jóvenes, coches ostentosos, marcos paradisíacos o personas valoradas socialmente.
El que exista una disociación entre lo que se es y lo que se quiere aparentar, lleva a una permanente frustración y, por tanto, a una permanente infelicidad.
Aceptarnos como somos y llenar de contenido nuestra vida, es algo imprescindible para conseguir cotas de felicidad.
Ángel Cornago Sánchez. Derechos reservados.





lunes, 25 de septiembre de 2017

LA CUESTA (Inspirada en Los Fayos)

La cuesta.

La cuesta junto al otero, la que está a la salida del pueblo, la que lleva a la explanada desde donde se domina el valle donde voy a descansar muchos atardeceres en busca de paz y de distanciamiento de las miserias cotidianas, es una cuesta dura, de tierra y grava, con rodaderas marcadas por las ruedas de los carros que van al monte, y en las que cuando regresan cargados de leña  se hunden hasta los ejes.
Llevo muchos años subiendo esa pendiente. Cuando niño, con otros del pueblo, era el camino que tomábamos para dirigirnos al despeñadero, lugar a una hora caminando del pueblo,  donde el lecho del río se derrama pendiente abajo formando una balsa en su base que utilizábamos para bañarnos desnudos en las calurosas tardes de verano.
En mi adolescencia, melancólica, subía por la cuesta cuando regresaba del colegio en las vacaciones de verano con el libro de poemas apretado entre las manos, como si llevase un secreto del que fuese a gozar en solitario. Subía por la cuesta, después bajaba hacia el río y sentado en la hierba del soto, recostado en el tronco de un viejo chopo, saboreaba las rimas y leyendas de Bécquer, los poemas de Machado, los versos de Calderón, de Lope, de Neruda... Era una sensación de gozo interior que entonces sentía con la lectura y que me ha costado años, después de muchos avatares, volver a revivir.
Más tarde, por esa cuesta subí cogido de la mano de mi primera novia. El destino era el mismo, las choperas al lado del río; al principio con la caída del sol iniciábamos el regreso, después recibíamos allí las penumbras y más tarde la oscuridad. Fueron las primeras experiencias de amor y de sexo, con lo de sublime que tienen ambas sensaciones cuando se experimentan juntas. De regreso, anochecido, la felicidad no cabía por la cuesta, y en vez de andar sobre el suelo parecía que lo hacíamos sobre algodones. Todavía si me esfuerzo logro imaginar con nostalgia, que no  reproducir, aquella sensación.
Los días de lluvia la cuesta recoge las aguas de la ladera de su derecha, donde convergen varios barrancos; toda ella se convierte en un rápido torrente que llega a arrastrar piedras y guijarros; como muestra, después de escampado, quedan pequeños montoncillos en la curva que precede la subida. Pasada la tormenta me gusta salir  allí a percibir el olor a tierra mojada, a romero y a tomillo, que lo invaden todo después de la lluvia, mientras las babosas y los caracoles, eufóricos y atolondrados inician escarceos suicidas por  el camino.
Arriba de la cuesta torciendo a la izquierda, serpentea un sendero escoltado de cipreses que va a parar al camposanto. Entramado de cruces y de nichos, de flores frescas y otras marchitas, goterones de cera, de silencios y de suspiros, de monólogos no respondidos, de excusas y arrepentimientos siempre aceptados, de lágrimas escapadas, de sollozos incontenidos.
Es la cuesta de mi pueblo, la que de momento me lleva a la era que domina el valle, donde respiro hondo, me distancio de mis preocupaciones cotidianas y me siento lleno de paz.
Ángel Cornago Sánchez
De mi libro "Arraigos, melindres y acedías". Eds. Trabe


viernes, 15 de septiembre de 2017

LA AMBICIÓN DE PODER EN POLÍTICA, NO SUELE SER ALTRUISTA

AMBICIÓN DE PODER

Nuestro paso por la vida, no debe estar motivado exclusivamente por nuestros intereses y los de nuestra familia; incluso ni sólo por nuestra profesión. Somos ciudadanos de un mundo que otros se encargan de gestionar, a los que elegimos periódicamente. Pero no debemos contentarnos con ese voto que ponemos en las urnas cada cuatro años. La mayoría no tenemos interés en acceder a cargos políticos, lo que no quiere decir que haya que “dejarlos hacer” a su antojo. Tienen una gran responsabilidad. Es importante que sean honrados, y, no lo olvidemos, también capaces. Gestionar cualquier ayuntamiento supone manejar grandes presupuestos que requieren responsabilidad, honradez y preparación.
Estamos en un momento de indigencia intelectual y moral de no pocos de los dirigentes políticos que debemos soportar. Está demostrado que muchas, no son personas capaces ni honradas. Adolf Tobeña, en su libro “Cerebro y poder” escribe: “entre los políticos de relumbrón, y también entre los de segunda y tercera fila, hay una desmesurada proporción de delincuentes y paradelincuentes estupendamente disfrazados de servidores de la comunidad”. Prosigue: “El juego del poder selecciona a sujetos que ya llevan de por sí unos rasgos que les predisponen a servirse del esfuerzo y entusiasmo ajenos en provecho propio…Por eso es tan importante ir creando mecanismos, en democracia, que atenúen la tendencia natural a la fagocitación del gobierno por parte de diversos tahúres de distinto pelaje y sus compinches”.
El momento actual es un momento muy crítico, por una parte por la corrupción que ha asolado a los dos grandes partidos que se inició con la aquiescencia de ambos en el inicio de la democracia, y por otra, por la pléyade de incompetentes que han llegado a la política de la mano de los populismos, muchos de ellos con los rasgos que describe Adolf Tobeña.
Los ciudadanos debemos controlar y estar enterados de sus posiciones y denunciar sus manipulaciones.
Ängel Cornago Sánchez
De mi libro “Salud y felicidad” Edt. Salterrae






lunes, 4 de septiembre de 2017

COMPROMISO. POSTURA EN LA VIDA.

COMPROMISO

Compromiso, supone una fuerza que nace desde dentro. Es una obligación moral que nos imponemos voluntariamente. A veces puede coincidir circunstancialmente con leyes, o grupos políticos, religiosos, pero no es lo mismo que obedecer sus dictados, y manteniendo siempre la independencia.
El compromiso nace de los más profundo, y supone asumir la lealtad con uno mismo. No es una obligación, que generalmente es impuesta por las circunstancias como puede ser el trabajo, normas de circulación, leyes, etc.
El compromiso es asumido mediante una reflexión y decidido con un convencimiento profundo. Cumplir sus dictados, produce sensación de conciencia limpia, sobre todo si se cumple “a pesar de”. Aumenta la autoestima y da razón de ser a la propia existencia y a nuestro proyecto de vida como seres individuales. Son esas obligaciones que nos imponemos y nos hace mejores. Son lealtades con nosotros, y con los otros, con ideas, con valores, con proyectos altruistas. Nos hace más humanos, más grandes.
En esta sociedad en crisis, es necesario un rearme moral y necesitamos crear compromisos, cada cual en su ámbito, para intentar hacer un mundo mejor, más justo, desterrando y denunciando la impostura, la mentira, las utilizaciones por los grupos de poder, no siendo cómplices.
Por supuesto que no estoy hablando de ser quijotes; me refiero a tomar posturas ante la vida, incluso contando con que no vamos a ser héroes y que vamos a cometer fallos. Pero, es imprescindible saber donde está el norte para mejorar la sociedad y el mundo que nos toca vivir.
Imprescindible, no estar sometidos a los dictados de grupos de poder, ya sea económicos o ideológicos. Hay intelectuales de uno y otro signo que son acólitos de sus grupos, propagadores de sus consignas, o que buscan su utilidad personal. Es la antítesis del compromiso.

Ángel Cornago Sánchez

miércoles, 23 de agosto de 2017

SALUD Y PROYECTO DE VIDA

SALUD Y PROYECTO DE VIDA.

El informe del Hastings Center[i] define la salud, como “la experiencia de bienestar e integridad del cuerpo y de la mente, caracterizada por una aceptable ausencia de condiciones patológicas y, consecuentemente, por la capacidad de la persona para perseguir sus metas vitales y para funcionar en su contexto social y laboral habitual”. Es una definición mucho más realista que la de la OMS ya que matiza: “una aceptable ausencia de condiciones patológicas”, a diferencia de la definición de la OMS que hablaba “de completo bienestar...”, lo cual es una utopía.
 El concepto de salud aún tiene un matiz que me parece muy importante para definirla. Salud no es sólo encontrarse bien físicamente, estar sereno psicológicamente, no tener problemas espirituales ni sociales, ni incluso tener una capacidad aceptable para perseguir las metas vitales. Salud es vivir movido por “un impulso vital”, tener un “proyecto de vida” por el que moverse y al que dirigirse. No de forma compulsiva, pues la compulsión, además de producir angustia, hace desaparecer el resto de los factores de la vida que son  importantes; por eso hay que perseguirlo de forma equilibrada.
El impulso debe ir dirigido, a un proyecto de vida proporcionado a lo que uno es y a las aptitudes individuales. No se puede pretender ser un buen profesional de una actividad determinada si no se tiene aptitudes para ella. Tampoco se puede pretender ser de los mejores futbolistas del mundo, aunque se tengan buenas aptitudes, pues el llegar a determinadas cotas, supone la convergencia de otros factores que no dependen de uno mismo. Además, es conveniente contar con la posibilidad de que se puede fracasar. Son aspectos que conviene tener en cuenta para no frustrarse y sentirse fracasado.
Un impulso desproporcionado, lo más probable es que sea motivo de infelicidad. Sin embargo, el impulso vital si es adecuado y proporcionado, permite que alguna de las otras facetas del sentirse con salud, no sean todo lo saludables que debieran, cosa por otra parte frecuente, pues es una utopía que nos encontremos siempre bien, física, psicológica, espiritual y socialmente. Estos determinados sinsabores se pueden, de alguna forma, compensar con el impulso vital, que no debe funcionar como tal mecanismo como primera finalidad, pues en este caso sería un refugio, que puede servir, pero no entraría dentro del concepto de plenitud de salud. Una persona puede tener una incapacidad física, pero tener una rica vida  intelectual que le permite compensar su deficiencia.
Este impulso vital  tendrá más fuerza si es por algo no material, aunque no necesariamente trascendente. El impulso vital, es algo por lo que merece la pena vivir. No es una predestinación que la pueden sentir los fanáticos, sino unas vivencias que el individuo las siente “como que llenan su vida” y le compensan, al menos en parte, del resto de los aspectos negativos. Esta vivencia, por supuesto, es muy individualizada y cada persona puede tener la suya. Pueden ser ideales humanistas, políticos, religiosos, profesionales, de trabajo, aficiones, afectos, incluso, perseguir dinero o poder de forma equilibrada. No es saludable dejar pasar los días sin esperar ni buscar nada; hay que vivir por algo. Esta actitud, permite sobrellevar las alteraciones en los otros aspectos que hacen que no nos sintamos con plena salud. De hecho, muchas personas enferman o aparece la enfermedad, al dejar de “vivir por algo”.
Ángel Cornago Sánchez
 De mi libro "Salud y felicidad". Edt. Salterrae.






[i]The Goals of Medicine:Setting New Priorities.The Hastings Center Report 1996.Tradcc Rodriguez Pozo

miércoles, 16 de agosto de 2017

EL MULO (AMOR A LOS ANIMALES)

El mulo.

A propósito del cariño que se tiene a los animales, recuerdo un verano allí en Los Fayos, que el mulo de un vecino llamado Pedro se había roto una pata y, por lo visto, no se le podía curar; lo que se hacía en aquellos casos era venderlo a una fábrica de chorizos cercana o matarlos en un descampado. Los niños nos enteramos de que iban a matar al mulo cuando vimos la comitiva en la que Pedro, el dueño del mulo, lo llevaba del ramal, desnudo, sin aparejos, cojeando ostentosamente, apoyándose sólo en tres patas, seguido por otro hombre del pueblo con una escopeta de cartucho colgada del hombro y un pitillo entre los labios. Caminaban todos lentamente, los hombres cabizbajos y en silencio, y el mulo dócil y confiado detrás de su amo; tomaron el camino de la salida del pueblo y luego el del barranco de “la revuelta”. A los niños a partir de allí no nos dejaron seguir. Pasado un rato en el que todos estuvimos en silencio como mascando la tragedia, oímos dos estampidos secos casi seguidos; nos quedamos sobrecogidos.
Al rato apareció Pedro con el cabezal y el ramal del mulo en la mano, llorando a lágrima viva, seguido unos pasos atrás por el hombre de la escopeta que parecía más liberado por haber pasado ya aquel trance; tomaron el camino del pueblo. Algunos niños subieron hasta el lugar donde le habían matado; yo no quise hacerlo, pues me había impresionado suficientemente el drama del pobre mulo, y el de su dueño, aun sin llegar a entender que queriéndolo tanto hubiese tenido que matarlo;  entonces pensé que eran cosas de esa tarea tan ardua que a veces les tocaba hacer a los adultos. Durante varios días vimos sobrevolar a los buitres por encima del barranco, y no podía quitarme de la cabeza la imagen del mulo cojeando, confiado, cuesta arriba a la salida del pueblo.
Años después mandé sacrificar a un perro que tuve durante varios años; era un pastor alemán precioso que con el tiempo resultó ser muy peligroso, ya que atacó y mordió a varias personas, entre ellas a mi hijo; tuve miedo de que un día sucediera una desgracia mayor. A pesar de que tuve claro que debía hacerlo, sentí una terrible pesadumbre; el ser responsable de segar de forma repentina la vida en un cuerpo que minutos antes estaba lleno de vida, es una tragedia real que a poca sensibilidad que se tenga se siente muy adentro. Los individuos que tienen el valor de matar a otro ser humano a sangre fría, tienen que ser unos desalmados y estar haciéndose lavados de cerebro permanentemente, pues a poca lucidez que se tenga, cuando se den cuenta de las barbaridades que han cometido, deberían sentir una desesperación y unos remordimientos sin límite.
Ángel Cornago Sánchez
De mi libro "Arraigos, melindres y acedías". Eds. Trabe




jueves, 3 de agosto de 2017

LAS FIESTAS PATRONALES. CATARSIS COLECTIVA.

LAS FIESTAS. CATARSIS COLECTIVA.

Después de un año, en el ámbito colectivo, bastante decepcionante por la irresponsabilidad de los políticos en general, las fiestas suponen un soplo de aire fresco en el devenir de la vida. También, un alto en las preocupaciones y problemas de cada cual que, estos días de ambiente lúdico, invitan a dejar a un lado.
Es una catarsis colectiva sumamente sana psicológicamente, y que, junto con los actos de solidaridad, constituye una de las muestras más saludables que puede unir a los humanos como grupo. Es un fenómeno social. Históricamente, todos los pueblos y culturas, han organizado celebraciones y fiestas de una u otra manera, cuya finalidad ha sido y es, disipar la tensión acumulada en la vida cotidiana. Es dejar a un lado la racionalidad y dejarse llevar por las sensaciones y los sentimientos, en un ambiente tácitamente pactado de tolerancia y de relajación de las costumbres habituales.
Nuestras fiestas entran por el oído, además de por la vista. En el caso de Tudela, y Navarra en general, el bullicio de la calle, el colorido blanco y rojo de las vestimentas, el desenfado espontáneo y ocurrente de nuestros paisanos, el sonido de las charangas, la bajada de la plaza de toros, constituyen un espectáculo que contagia y arrastra a un estado de especial euforia y optimismo. Para mí, todavía constituye un espectáculo salir a la calle y observar la alegría desbordante de la gente, aunque sea como mero espectador. Es como una tregua, en la que se vive el momento olvidándose, al menos momentáneamente, de los problemas y servidumbres de la vida diaria.
Estos días no se deben contaminar con consignas ni propagandas políticas ni ideológicas: “¡dejadnos ya en paz unos y otros!”. Deben ser días de convivencia, confraternidad, y “buen rollito”.


Ángel Cornago Sánchez