lunes, 30 de enero de 2017

EXPERTOS. MUCHOS NO SON TALES. OTROS ESTÁN COMPRADOS.

EXPERTOS

La opinión de teóricos “expertos”, es una forma ladina de utilizar al ciudadano para influir en nuestras opiniones con fines diversos, ideológicos, o económicos dirigidos al consumo para enriquecer a grupos económicos determinados.
Los expertos, en teoría, son personas con conocimientos muy por encima de la media sobre sobre determinada materia.
Su “autoridad” emerge de ese saber especial, y su magisterio, sienta cátedra. Dicho magisterio, o el pronunciamiento del experto, si se le da publicidad en los ambientes del área de influencia, crea estado de opinión en los ciudadanos, y tiene repercusiones sobre sus decisiones ideológicas, económicas, o sobre el consumo.
Si los expertos lo son realmente y, además son honrados, es un excelente medio para hacernos partícipes de su sabiduría, para abrirnos perspectivas sobre las materias en cuestión, y que así tomemos las decisiones más adecuadas a la hora de asumir una idea o decidir un consumo, pero, en no pocas ocasiones, los expertos dependen directa o indirectamente, de los propulsores de ideologías o de grupos económicos que les interesa lanzar tal o cual sustancia para el consumo, o tal o cual idea a la opinión pública. Incluso algunas investigaciones están sesgadas por intereses. Es otra de tantas perversiones que se da en la sociedad actual para utilización de los ciudadanos.
Hay muchos expertos honrados trabajando, y muchos de ellos investigando en silencio, y gracias a su trabajo, las ciencias, la medicina y la tecnología, ha avanzado en los últimos lustros. En general tienen poco reconocimiento social ni económico, porque los ídolos sociales, en este momento histórico que estamos viviendo son de cartón-piedra. Muchos voceros de los medios de comunicación, con muy discutible preparación, disfrazados de expertos, propalan opiniones desde el púlpito de las televisiones, bajo las directrices de quien les paga.  No es la verdad lo que buscan para que el ciudadano tenga una idea madura sobre qué quiere votar sino mangonear su opinión y su voto; los mecanismos suelen ir unidos a provocar emoción más que a la inteligencia, para que sean más eficaces.
Considero que debemos ser críticos con todo lo que vamos a asumir como nuestro. Hay que beber en diversas fuentes.
Ángel Cornago Sánchez    Reservados derechos





domingo, 22 de enero de 2017

JUANITO. UN PACIENTE MAL INFORMADO

       
      Juanito era un hombre rubicundo, obeso, pequeño de estatura y de carácter abierto. Era alegre, dicharachero, amigo de sus amigos y tremendamente emprendedor. Cuando joven, hizo la mili en África y, al vestir el uniforme, empezó a ser patente para todos lo que hasta entonces sólo habían apreciado las personas de su círculo más íntimo. En los desfiles, llevaba el fusil como si fuera el palo de una fregona con la que fuese a hacer las tareas de la casa.
- Me estropeas todos los desfiles -le decía el sargento-. Visto desde atrás, mientras todos los cañones de los fusiles llevan un ritmo y un compás, el tuyo parece que va marcando un vals.
- Mi sargento -le decía Juanito-, lo hago lo mejor que sé, lo que pasa es que no me sale... no sé hacerlo de otra forma.
- Juanito... -proseguía el sargento- yo creo que eres mariquita, por no decir otra cosa, porque esos andares que sacas con el fusil al hombro, parecen andares de pasarela.
- A lo mejor tiene razón mi sargento, esto de las armas y de los militares nunca me ha gustado
El sargento un hombre mayor, a punto de jubilarse y pasado del ejército y de toda su parafernalia, entendía lo que le sucedía a Juanito.
- ¿Te gustan las mujeres? ¿Te gustaba jugar con muñecas cuando eras niño? -le preguntaba.
- La vedad es que me gustaba jugar con las muñecas de mis hermanas, pero yo creía que era porque siempre he estado rodeado de mujeres; mi madre se quedó viuda cuando yo era muy niño y me crié con ella y tres hermanas. Y respecto a las mujeres... las chicas, la verdad es que no me atraen demasiado. Me llaman más la atención los compañeros fuertes y musculosos, tal vez porque me gustaría parecerme a ellos.
- Juanito..., fijo que eres mariquita -le dijo el sargento-. En cuanto acabemos la instrucción te voy a poner en la cocina, allí se te notará menos.
Desde aquel momento, aunque antes lo había sospechado muchas veces, asumió que sus inclinaciones sexuales correspondían a su propio sexo, y si hasta entonces lo había reprimido o había barajado esa posibilidad con miedo, desde entonces lo asumió con la mayor naturalidad. Tuvo varios amantes, uno de ellos el sargento, y después de licenciarse, convivió con varias parejas diferentes.
Cuando tenía cuarenta años, estaba trabajando de censor de cuentas en una empresa de auditorías, y comenzó a encontrarse mal. En un principio no le dio demasiada importancia, pero los síntomas fueron en aumento y, enseguida, sospechó lo peor. La vida de crápula que había llevado, con una promiscuidad sexual en su caso manifiesta, la iba a pagar de la forma que desde los estamentos religiosos, les decían que era como una maldición divina para los de su condición: el SIDA. Fue al médico convencido de que estaba afectado por dicha enfermedad y, desde los primeros momentos de la entrevista, le dijo que era homosexual, antes de que el médico le preguntara nada. Don Servando, un médico joven, calvo y estirado, cuando Juanito le dijo que era gay le miró con frialdad y le pareció apreciar que con desprecio. Le pidió unos análisis y le citó una semana después para el resultado. Cuando acudió a la cita, Don Servando con un tono que parecía decepcionado, le dijo que no tenía SIDA, pero que tenía una anemia que había que estudiar, y que por eso le derivaba al internista del hospital.
Cuando le llegó la cita, habían pasado cuarenta días. En ese tiempo, Juanito había adelgazado ocho kilos, y tenía en el estómago molestias cada vez mayores. El médico le exploró y le dijo que era conveniente ingresarlo para completar estudio. Juanito le pidió que le explicara la causa de por qué debía ingresar; la única explicación fue, que era necesario estudiarlo para saber qué tenía. Le hicieron diversas pruebas: más análisis, gastroscopia, ecografía y escáner. Durante su ingreso nadie le decía nada, ni el porqué de las pruebas ni los resultados de ellas, a pesar de que él preguntaba con insistencia. Siempre le daban largas. Después de todos los estudios, un día entró el doctor y le dijo que era conveniente operarle del estómago porque tenía una úlcera peligrosa.
- ¿Qué quiere decir, “peligrosa” doctor, que tengo cáncer?
- ¡No, no es eso! Es una ulcerilla complicada que nos puede traer problemas -dijo el médico trasmitiendo que no existía excesiva gravedad.
- Doctor yo quiero saber la verdad -insistió Juanito-. He visto morir a compañeros míos y quiero saber a qué atenerme en cada momento.
- Usted debe confiar en nosotros le dijo el médico -dando la conversación por cerrada-.
Cuando salió de la habitación, llamó a las hermanas de Juanito y les dijo que tenía un cáncer de estómago de aspecto evolucionado y que iban a intentar operarle. Las hermanas insistieron en que no le dijeran nada, pues había sido siempre “muy blando” y se iba a derrumbar. La intervención fue un fracaso, pues cuando le abrieron pudieron comprobar que todo estaba invadido; no le pudieron hacer nada, sólo “abrir y cerrar”. Cuando les preguntó a los cirujanos qué tal había ido la intervención, le dijeron que bien, que había quedado muy bien, pero que era conveniente que llevara un tratamiento de quimioterapia para asegurar el resultado. Cuando Juanito vio que le pasaban a oncología y que iba a llevar tratamiento con quimioterapia, volvió a preguntar si tenía cáncer. Le dijeron que era una úlcera malignizada en uno de los bordes, pero que con la intervención y la quimioterapia iría todo bien.
 Al contrario de lo que le decían, se fue encontrando cada vez peor. Se le cayó el pelo. El verse así, le hacía sufrir mucho. Cada vez que se miraba en el espejo se deprimía, por una parte, por el aspecto tan deplorable que tenía, pero sobre todo porque había perdido aquella melena rizada de la que se sentía tan orgulloso. Tenía intensos dolores que no llegaban a calmar con los medicamentos que le administraban. Se fue deteriorando cada vez más. Se sentía aislado, no podía hablar con nadie de sus inquietudes y de sus miedos; sospechaba que le estaban engañando, aunque a veces, le surgía la esperanza, diciéndose a sí mismo que era mal pensado, que seguramente le estaban diciendo la verdad y que debía tener más paciencia.
Los síntomas fueron cada vez a más y llegó un momento en que se dio cuenta de que se moría. Pensó que no merecía ya la pena hablar del tema ni con los médicos ni con sus hermanas. Únicamente se volvió todavía menos locuaz; tenía claro que no se podía comunicar con la gente que le rodeaba y decidió seguirles el juego. Cuando le decían que tenía que tener paciencia, que el proceso era lento y que se pondría bien, asentía convencido de lo contrario. Murió en el hospital. Los últimos días fueron de unos dolores insoportables que no acertaban a calmar suficientemente; bueno... más bien ponían poco interés en calmarle, al fin y al cabo, era un paciente terminal y no había nada que hacer. Seguramente el que fuera homosexual hizo sentir a algún sanitario que se lo tenía merecido. La noche que falleció se había quedado sólo, como casi todas; sus hermanas tenían su familia y no podían quedarse a cuidarle durante la noche. Cuando entró la enfermera de madrugada a dar vuelta le encontró muerto, ya frío.

Juanito tuvo una información deficiente, engañosa y casi nula, de la que los médicos y sus hermanas fueron cómplices. La actitud de las hermanas, es frecuente en los familiares de los pacientes terminales en un intento de acallar su propia angustia. En los médicos que le atendieron, es imperdonable; debían haberle informado del diagnóstico, mucho más, teniendo en cuenta que Juanito lo demandó. Tenía derecho a saber que no se le había podido operar, tenía derecho a saber si la quimioterapia le iba a ofrecer algo o sólo sufrimientos, como así fue. Tenía, además, derecho a que le calmaran los dolores, a no sentirse sólo en los momentos finales, a poder comunicarse. Hay casos similares al de Juanito, aunque cada vez menos.
Estos casos felizmente hoy son raros. Hace años se daban con frecuencia. Hoy los sanitarios tienden a informar a sus pacientes con veracidad, aunque depende quien, no con delicadeza. También los protocolos de tratamiento del dolor y la sedación han mejorado mucho la calidad de vida en la fase terminal. También, felizmente, la condición sexual no es una circunstancia negativa para la mayoría de los sanitarios.
De mi libro “El paciente terminal y sus vivencias”. Edt. SalTerrae.

viernes, 13 de enero de 2017

PRÍNCIPES Y PRINCESAS

Príncipes y princesas.-
Hace muchos años, íbamos a celebrar una cena los compañeros de trabajo y, una de las chicas nos preguntó: ¿vais a traer a las princesas? En un primer momento los que allí estábamos nos quedamos un tanto extrañados; ella, al ver nuestras caras de extrañeza aclaró: “sí hombre, a vuestras mujeres”. Me hizo gracia la expresión y, sabiendo la forma de ser de aquella joven chica, capté perfectamente lo que quería decir. Ella estaba lejos de lo que representaban las mujeres de muchos de los que allí estaban, en general mujeres condicionadas por un status social determinado, mediatizadas por el vestir y el enjoyarse de determinada manera, en general petulantes, vacías y afectadas; desde entonces, de vez en cuando, suelo utilizar esa palabra porque creo que define con bastante exactitud cierto tipo de mujer que en una determinada época abundó, en general como consorte, y yo diría que todavía se ve aunque con menor frecuencia. A los hombres nos tocó hacer otro papel imbécil, el de supermanes, machitos, arrogantes,
pero ese es otro tema.
En tiempos de la dictadura las “princesitas” eran las niñas de papá, hijas de familias pudientes, o de pudientes venidas a menos pero que trataban de conservar a toda costa su status social. Se relacionaban entre ellas y se las distinguía fácilmente por su forma de vestir. Entonces las diferencias eran mucho más llamativas que las de hoy y, la ropa de calidad, sólo se la podían permitir las familias acomodadas; el resto si teníamos algo que estrenar lo hacíamos en días señalados. Heredábamos ropa de padres y hermanos, y nuestras madres eran verdaderas artesanas en el arte de zurcir pantalones, y sobre todo calcetines con aquel huevo de madera que con frecuencia servía de  objeto de nuestros juegos.
Aquellas niñas de mi infancia me parecían fascinantes, con sus caras lustrosas, siempre bien peinadas, sus trajes y zapatos a juego, sus lazos en la cintura y en las trenzas, su perfume, sus ostentosos juguetes. Creo que aquello me marcó desde muy niño y me dejó claro la clase social a la que pertenecía, a la que nunca he querido renunciar y en la que me siento cómodo. Me fascinaban en aquella edad por lo que tenían de belleza y, sobre todo, probablemente, por el aspecto de limpieza que transmitían. En mi casa no hubo bañera ni ducha hasta que fui muy mayor, creo que hasta bien entrada la adolescencia, y el aseo, que era semanal, lo hacía en invierno en un balde con agua que había calentado mi madre, y en verano bañándome en el Ebro.
 Muchas de estas chicas, conforme crecieron, se fueron reconvirtiendo y, a pesar de sus familias, tomaron una actitud normal; otras quedaron en ese limbo de supuesto privilegio e idiocia para siempre; fueron las princesas adultas, madres a su vez de futuras princesitas.
Pero llegó la democracia y subieron al poder los partidos democráticos, y aquí sí que aparecieron, de repente y de forma sorpresiva para mí, una nueva cohorte de princesas y príncipes. En general, ellas eran princesas consortes de sus más o menos influyentes maridos, aunque también había alguna protagonista que levitaba sola. Empezaron a pulular por la ciudad, generalmente en grupo, y a ocupar los mismos lugares, los mismos restaurantes, las mismas zonas de privilegio que habían ocupado los que antes ellos llamaban, con razón, reaccionarios. Era todo un espectáculo verlos dando la sensación de que habían superado muchas barreras, enseñarse, pavonearse en los lugares de moda y, relacionarse, además, con los reaccionarios, con los ricos de toda la vida, o con los nuevos ricos.
Realmente fue un espectáculo bochornoso que nos enseñó, nos hizo reflexionar y, por lo menos a mí llegar a la conclusión, de que las siglas de los partidos sirven de muy poco de cara a enjuiciar a las personas; que lo importante es valorarlas individualmente sin ideas preconcebidas, y que a veces, detrás de los partidos se esconden, con frecuencia, cuadrillas de necios, e incluso de desalmados, que cuando llegan al poder se creen con derecho a todo y muestran su verdadera catadura moral. Se suele decir que para valorar a una persona y ver de lo que realmente es capaz, hay que hacerlo cuando ostenta poder. También se suele decir que todo se acaba y que el tiempo coloca a cada cual en su lugar; esto no es del todo cierto, hay muchos que se mimetizan con la ideología del poder correspondiente con tal de seguir en la pomada.
Estos son los príncipes y princesas a los que me refiero en estas líneas,  los necios y las necias que se creen importantes porque tienen dinero o poder; los que piensan que el mundo es de ellos escondidos detrás de las siglas de los partidos; los que se creen con derecho a todo por su posición; los que necesitan a los demás sólo para ser punto de referencia de su singularidad y de su importancia; los que entienden de caridad pero no de justicia social, o los que dicen que entienden de justicia social y en su nombre son capaces de las mayores bellaquerías.
Ángel Cornago Sánchez



jueves, 5 de enero de 2017

EL SUFRIMIENTO

EL SUFRIMIENTO

Es una palabra con un significado especial, no fácil de definir. Es un concepto que trata de trasmitir una vivencia profunda y compleja. Se trata de un intenso malestar que afecta a todo el ser. No es solo dolor físico, ni solo tristeza, ni solo angustia, ni ansiedad. Es un disconfort intenso que suele ser también físico, pero que fundamentalmente es psicológico y que afecta a los resortes sensitivos más profundos de la persona. La característica y el matiz especial y fundamental es: que es sin esperanza. Además, no sirve para nada, “no tiene ningún fin”. El dolor de un postoperatorio, aunque intenso, se sabe que pasará y que en todo caso es algo temporal para llegar a un bien, que es la finalidad para la que ha sido programada la intervención. Incluso, es algo admitido por la mayoría: todavía nos encontramos muchos enfermos que cuando les explicamos de una exploración que va a ser molesta e incluso dolorosa, nos dicen, “para hacer un bien hay que hacer un mal”.
El prototipo de sufrimiento es el que se da en el paciente terminal: dolor físico, dolor psicológico y la seguridad de la muerte próxima. También se pueden catalogar de sufrimiento los padecimientos en el síndrome depresivo grave, en el que paciente siente una tristeza inmensa; en ocasiones percibe síntomas físicos que pueden semejarse a los del terminal, no tiene ninguna perspectiva de futuro, le da igual morir, incluso un diez por ciento de ellos se suicidan. La diferencia radica en que las depresiones no siempre son graves como para presentar toda la sintomatología referida y, además, en que existen medicaciones muy eficaces que conducen a la curación, y en poco tiempo las expectativas y los esquemas pueden cambiar radicalmente. También se experimenta sufrimiento cuando se acompaña a un ser querido durante la enfermedad terminal en su camino hacia la muerte. En el paciente terminal la “no esperanza” lo domina todo, y además de soportar los padecimientos físicos, están sumidos en un estado de desánimo reactivo a su situación: dolores, proximidad de la muerte, apartarse de sus seres queridos... La no-solución lo invade todo.
La representación gráfica del sufrimiento, podría ser la imagen de un ser humano encorvado por la imposibilidad de soportar el peso de la situación, ante un horizonte infinito, anocheciendo, con la cabeza hundida entre los hombros, los brazos caídos y rodeado de una total soledad. El sufrimiento no tiene foco, afecta a todo el ser, se sufre en conjunto, físicamente y psicológicamente, siendo imposible de discernir. Si se intenta calmar sólo el dolor físico, lo habitual es que no se consiga; en todo caso puede aparecer el sopor y tal vez el sueño por agotamiento; es necesario influir también en la vertiente psicológica para mejorar su situación.
El sufrimiento en ocasiones es fuente de enseñanza. En la antigüedad la gente sabía que, a veces, nuestras lecciones más importantes se hallan en los momentos de mayor sufrimiento. Lo que no quiere decir que haya que buscarlo o regodearse en el. Hay que evitarlo… pero no siempre se puede. Hay hechos en nuestra vida que escapan a nuestro control y producen sufrimiento. En esos momentos, en ocasiones, se descubren aspectos en nosotros o en los demás, que nunca hubiéramos descubierto sin esa circunstancia. Escribe Kübler-Ross  “Cuando nos enfrentamos a lo peor que nos puede ocurrir en cualquier situación, crecemos. En lo más terrible de las circunstancias, descubrimos lo mejor que hay en nosotros. Cuando damos con el verdadero significado de estas lecciones, descubrimos también vidas felices, llenas de sentido. No perfectas, pero auténticas. Podemos vivir la vida profundamente... Cuando se observa a los que luchan contra la enfermedad se percibe claramente que, para ver quienes somos, debemos deshacernos de todo lo que no es autenticamente nosotros”. El sufrimiento en el paciente terminal es alienante, y la actitud de los sanitarios debe ser intentar calmarlo y controlarlo. Fundamental, la relación humana de acompañamiento...
Ángel Cornago Sánchez
De mi libro "El paciente terminal y sus vivencias". Edt. SalTerrae.