miércoles, 29 de marzo de 2017

LA MÚSICA COMO FONDO DE NUESTROS PRIMEROS AÑOS.

La música.

A lo largo de la vida, en las distintas etapas, siempre ha existido una música de fondo que ha acompañado nuestros momentos lúdicos, y también los de tristeza o melancolía. Cuando hoy escuchamos de nuevo dichas melodías reviven el estado de ánimo de aquel entonces.
De las primeras melodías que guardo recuerdo son las que precedían a las noticias del “parte” de las dos y media de la tarde, en mis primeros años en plena dictadura; en mi casa me obligaban a suspender mis juegos y a guardar silencio mientras de aquel voluminoso cajón con rejilla colocado en un lugar preferente de la cocina (entonces no había cuarto de estar), salía una voz contundente que todos escuchaban en silencio; mi padre de vez en cuando intercalaba breves comentarios de desaprobación, lo que me hacía pensar que aquellos que hablaban no debían de ser amigos nuestros. A veces me hacían callar con más insistencia cuando las noticias tenían especial relevancia; generalmente los gestos de desaprobación y hasta de enfado, en esos casos se hacían más manifiestos, pero siempre a hurtadillas, con el enfado hecho susurro, a trompicones, no fuera a suceder que oyeran los vecinos. Por la noche, en ocasiones, se ponían otras emisoras que luego supe ya en la universidad que eran Radio España Independiente y Radio París que parecían gozar de la aprobación de mi padre por los comentarios que hacía como dándose la razón; estas emisoras se escuchaban con mucha dificultad por la cantidad de ruidos y pitidos entre los que, de vez en cuando, se oía nítida la voz del locutor que no tardaba en desvanecerse de nuevo entre el maremagnun sonoro; se intentaba de nuevo recuperar haciendo mínimos movimientos con el sintonizador, pero lo habitual era que la audición fuese deficiente sobre todo en los días de mal tiempo, por lo que muchas veces había que desistir del intento.
La música es un estímulo sonoro cuyo impacto más o menos positivo depende, por lo menos en mi caso y creo que en el de la mayoría, además, de las sensaciones que desencadena la propia melodía: hay músicas que inspiran tristeza y otras lo contrario; de las vivencias que estemos experimentando en el momento de escucharlas; así, cuando estamos melancólicos una melodía puede llegar a emocionarnos mucho más que en otra época en la que nos encontramos menos sensibles. También depende, de si es música conocida y está unida a recuerdos y sensaciones pasadas que vivimos en un ambiente o en una época determinada que nos impactó de forma especial; todos recordamos aquellas melodías de ritmo lento que bailábamos con nuestras novias adolescentes, unidas a unas primeras y únicas sensaciones maravillosas.
Nunca he sido entendido en materia musical; no tuve ocasión de educarme en este sentido. Recuerdo que lo que más envidiaba de los niños de buena posición, es que tuviesen un tocadiscos en un sitio donde pudiesen escuchar música cómodamente y, sobre todo, el que pudiesen disponer de una estantería llena de libros. Yo, de mis ahorros me iba comprando libros, en general de autores clásicos en ediciones modestas, que me hacían pasar los momentos más felices de mi adolescencia y juventud.
Siempre me ha gustado la música de banda, cuando la oigo me produce un sentimiento de nostalgia que en ocasiones llega a emocionarme. La música de banda la asocio a los “conciertos” en la Plaza Nueva o en el Prado los domingos al mediodía, a los bailables por las noches en la misma plaza, a las fiestas de Santa Ana, a las procesiones y, en mi primera infancia, a mi estancia en Los Fayos.
De mi adolescencia recuerdo con ternura la música de Pérez Prado, de José Guardiola, del Dúo Dinámico. Son melodías que van unidas a mis primeras sensaciones afectivas con el sexo opuesto. Los amores de adolescente los viví con una sensación permanente entre gozo y dolor, supongo que nada sano para establecer una relación, pero pienso que es algo propio de la edad; el enamoramiento era sublime, una mirada sostenida me hacía gozar de las sensaciones más maravillosas y un gesto desdeñoso o un adiós indiferente me sumía en la infelicidad más absoluta. Aquellas relaciones estuvieron siempre sometidas a la severa educación religiosa que recibíamos en el colegio; para nuestros educadores todo era pecaminoso, y andábamos siempre debatiéndonos entre el pecado con ponzoñosas culpas y arrebatados arrepentimientos. Hoy en la distancia recuerdo aquellos “pecadillos” y aquellas culpas y no puedo menos que sonreír con cierta tristeza, pues aquellos rígidos códigos morales nos impidieron establecer con naturalidad relaciones con el sexo opuesto.
Ángel Cornago Sánchez



jueves, 23 de marzo de 2017

EL PLEBISCITO NO ES LA MEJOR FORMA DE TOMAR DECISIONES IMPORTANTES

PLEBISCITO

El sistema plebiscitario, o dicho de otra manera, consultar los temas importantes a toda la militancia, o por extensión a todos los ciudadanos, a priori, parece un sistema justo, la quintaesencia de la democracia.
Es unas falacia. Los sistemas plebiscitarios en un principio siempre han servido para apoyar a los convocantes de la consultas. Es revestir de la máxima justicia lo que generalmente es la mayor manipulación, aunque en ocasiones les sale mal.
Sería el método justo si los ciudadanos con derecho a decidir estuvieran bien informados, con conocimientos del tema en cuestión, información veraz sobre sus diversas variables. Pero aun así no todos están capacitados para discernir y enjuiciar determinados temas.
En los congresos de los partidos, los militantes deben elegir a sus cuadros dirigentes, que se supone van a ser los encargados de tomar las decisiones importantes. Se les supone formados, preparados e informados, aunque en el momento actual habría mucho que matizar. Se delega en ellos las decisiones, para eso son elegidos, para que gestionen, para que tomen decisiones. Si son honrados, formados, interesados por el bien de los ciudadanos, de sus votantes, no cabe duda de que es el sistema adecuado. Además, tendrán que dar cuenta de sus decisiones a sus militantes.
Por eso, cuando en temas trascendentales para el país, hacen propaganda a bombo y platillo de que lo van a someter a plebiscito de los militantes, pensando que es la quintaesencia de la justicia democrática, se trata de otra falacia para perseguir intereses personales. Breves consideraciones:
-  Saben que van a poder manipular el resultado para conseguir lo que ellos defienden. Lo cual les concede a los ojos de los demás un sesgo democrático mayor.
-  Eluden su responsabilidad sobre el resultado: ¡lo ha elegido la militancia!
- No se puede jugar con determinados temas importantes que requieren reflexión y largas miras; no se debe votar con el corazón.
Es precisa democracia interna para elegir los cargos de los partidos. Debate profundo de los temas en los congresos que nunca se deben demorar, muchas veces viciado por la propia dirección. Equipos de trabajo especialistas sobre diversos temas para que tomen las decisiones, para eso se les ha elegido y se presupone que están formados. Después tendrán que dar cuenta a sus votantes. Y, muy importante, las decisiones que se tomen deben aunar el bien para el partido pero sobre todo el bien para el país, es decir para los ciudadanos. A es difícil.
 Se puede recurrir al plebiscito en temas muy concretos y fáciles de dirimir, que afecten a la mayoría, pero no en temas políticos de calado que hay que reflexionar. En los plebiscitos se vota con el corazón, en medio de algaradas muchas veces provocadas interesadamente. Lo contrario es manipulación o jugar a la ruleta rusa con un colt 45.


Ángel Cornago Sánchez

viernes, 17 de marzo de 2017

LA SOLEDAD. UNA FORMA DE SUFRIMIENTO

La soledad


Tal vez la soledad es una de las mayores circunstancias de sufrimiento. Soledad es una sensación psicológica, en la que la persona se siente desconectada del mundo que le rodea, y su ámbito psicológico se mueve en su propio mundo. La soledad se puede buscar y, en ese caso, suele ser positiva, incluso, es psicológicamente saludable buscar de vez en cuando el estar solos, para ayudarnos a poner en orden nuestro mundo interior. En todo caso son soledades durante un lapso de tiempo, en general, no muy dilatado. En otras ocasiones, las soledades se padecen. Habitualmente se deben a incapacidad psicológica para comunicarse con el entorno, lo cual constituye una enfermedad, o porque las circunstancias sociales o familiares lleven al aislamiento, que es el caso de muchas personas.
Se puede estar rodeado de gente y estar solo, incluso conviviendo con la pareja y con los hijos. De hecho, es frecuente que, en la convivencia entre personas, la comunicación se reduzca a frases estereotipadas, incluso a silencios más o menos intencionados; es una forma de vivir en soledad. La soledad aparece cuando no te puedes comunicar con las personas que te rodean a un nivel más íntimo, a un nivel más profundo, de tal forma que puedas compartir tus preocupaciones, tus miedos, tus angustias, mostrar tus debilidades... Es la característica fundamental. Ocurre en muchas parejas que, aunque no discutan ni tengan enfrentamientos, tampoco se comunican a un nivel profundo. Algo se puede paliar con los afectos, pero al fin y al cabo el afecto es una forma importante de comunicación. Aunque, incluso la comunicación intrascendente, es mejor que la falta de comunicación, pues detrás de las palabras, existen consideraciones, afectos, respeto... que de alguna forma es percibido de forma positiva. Aunque detrás de los silencios también puede haber desprecio e incluso agresividad. En definitiva, el requisito importante y básico para no estar solos, es comunicarnos.
Es frecuente que personas que viven solas tengan una mascota con la que hablan y trasmiten afectos que, de alguna forma, viene a paliar, a veces de forma importante, su soledad; las mascotas en algunos casos llegan a representar algo simbólico, dándoles tanta importancia o más que a los seres humanos.
El anciano padece con frecuencia sensación de soledad. Por una parte porque en realidad viven solos y sus posibilidades de comunicación y transmisión de afectos están muy limitadas. Por otra parte, el anciano en la sociedad actual carece de interés para los que les rodean: representa lo caduco, lo débil, lo enfermo, incluso se siente rechazado desde lo físico. En definitiva, representa la muerte y la próxima finitud de la vida, y eso la sociedad actual no lo digiere.
La soledad ocasiona ensimismamiento en el propio mundo, sobre todo pasado, melancolía, tristeza, depresión, sufrimiento. También es un factor de riesgo para padecer dolencias físicas, al mismo nivel que la hipercolesterolemia, la obesidad o la hipertensión arterial como publicó la revista Science. La socióloga Mª Teresa Bazo[i] en un trabajo muy interesante, descubre que la variable fundamental para determinar el grado de salud percibida, es el sentimiento de soledad. De los resultados obtenidos se desprende, que varones y mujeres se sienten en mejor estado de salud cuando no experimentan soledad, y las personas de menor edad pero solitarias, se sienten tan enfermas como las de mayor edad.

De mi libro "Para comprender al enfermo". Edt. Sal Terrae.





[i] Citado por Bayes. Psicología del sufrimiento y de la muerte. Martinez Roca. Barcelona 2001. p: 100 

sábado, 11 de marzo de 2017

EL CINE EN LOS CINCUENTA. BREVE BOSQUEJO SOCIAL

El cine.

De aquellos años son las primeras películas que vi; eran en blanco y negro, aunque inmediatamente llegaron las de color, después el cinemascope y más tarde el “todao”; eran avances de una industria que, todavía sin televisión, constituía el mayor y habitual esparcimiento. Muchos domingos, sobre todo en invierno, veíamos dos películas, y en ocasiones hasta tres. La industria debía de ser boyante porque, en una ciudad media como Tudela, había hasta seis cines. Da idea del éxito que tenía entonces en nuestra ciudad el séptimo arte.
En estas salas vimos muchas películas, generalmente de aventuras, o grandes producciones que hoy se siguen considerando obras maestras. Vivíamos el cine con pasión y nos dominaba fundamentalmente el argumento que siempre se reducía a la lucha de “los buenos” contra “los malos”. Cuando los buenos estaban en apuros en su lucha contra los malos, después de un silencio sepulcral en el que todos estábamos angustiados y habíamos dejado hasta de comer pipas o cacahuetes, y se veía que llegaba el amigo o los refuerzos que iban a salvarlos de aquella situación, todos los presentes prorrumpíamos en aplausos y pataleos, sobre todo los de “gallinero”, pues el suelo al ser de madera era mucho más sonoro. Estas escenas, generalmente, precedían el final y, al encender las luces, creo que se adivinaba en nuestros rostros la satisfacción porque una vez más hubiera triunfado el bien sobre el mal.
Entonces, todo era muy moralizante, las cosas eran buenas o malas, blancas o negras, no había matices intermedios, ni dudas, era algo consustancial al régimen político y religioso en que vivíamos. La censura cortaba escenas con mínimo contenido erótico y, asimismo, se encargaba de que no viésemos películas que discrepasen, ni tan siquiera que pusiesen en tela de juicio estos principios; de las películas salíamos enardecidos para ser héroes en defensa de unos valores, lo mismo que de los sermones salíamos convencidos para ser santos; luego la realidad de la vida ha sido muy distinta.
El cine asimismo era un sitio socorrido por las parejas de novios; en verano no había problema y el “prado” servía para manifestarse sus arrumacos, pero en invierno por el frío, el cine era el sitio preferido. Solían pedir las entradas de las últimas filas, generalmente en los extremos; era donde peor se veía pero donde mejor podían dar rienda suelta a sus manifestaciones de cariño; se solía llamar “la fila de los mancos”, porque sólo se les veía una mano ya que la otra la tenían ocupada hurgando en los encantos de su pareja. Era algo habitual y nadie se sorprendía de que así fuera, es como si hubiese un acuerdo tácito, y no resultaba ni mal visto; sin embargo, sí que resultaba chocante, a días, el ver la sala casi vacía y las parejas intercaladas en las últimas filas de tal forma que no se molestaban unas a otras.

Ángel Cornado Sánchez. De mi libro “Arraigos, melindres y acedías”. Ed. Trabe



miércoles, 8 de marzo de 2017

DERECHOS DE LA MUJER. TODAVÍA FALTA MUCHO

Mujer y sociedad.

No cabe duda, que la mujer ha sido y es discriminada por su condición de tal. Durante muchos periodos de la historia, este comportamiento ha sido la regla.
El mecanismo para someterla en tiempos primitivos cabe pensar que fue la fuerza, aunque después, la educación, tanto en la familia como en las escuelas, ha sido el modo más poderoso, sutil y eficaz para conseguirlo. Hasta hace pocos años así era, e incluso muchas madres lo inculcaban a sus hijas; como ejemplo de lo dicho, algunas las obligaban a levantarse de la mesa a servir un vaso de agua al hermano varón, o a servirle la comida o la cena. Las mismas hijas adoptaban ese papel como una obligación.
No pocos hombres se comportaban con el poder que en ese momento se les otorgaba, considerando a la mujer una propiedad que tenía la obligación de servirles. Aunque, era frecuente que la mujer fuera el elemento fuerte de la casa, tomando las decisiones importantes sobre los hijos, y administrando la economía.
Actualmente en nuestro medio está cambiando, pero queda mucho trecho, y especialmente en algunos lugares del mundo viven peor que los animales, utilizándolas como esclavas, e incluso disponiendo de su vida impunemente. Es de suma gravedad, y los organismos internacionales que nos representan, no pueden mirar hacia otro lado.
En cuanto a capacidad intelectual, responsabilidad, consecuencia, compromiso, minuciosidad, equilibrio, afectividad, etc., son tan capaces, y, en muchos casos y aspectos, más que los varones. He tenido la suerte de trabajar habitualmente con mujeres, y su capacidad, preparación, dedicación, responsabilidad, etc., no se ha diferenciado en nada de la de mis compañeros.

La educación es el camino. Debe ser igual para ambos sexos, respetando las peculiaridades de cada cual. Es una injusticia que los sueldos sean distintos; para igual trabajo igual sueldo.
La maternidad es una circunstancia diferenciadora que los gobiernos deben valorar y favorecer, porque es la esencia de la supervivencia de la sociedad, y lejos de penalizarla discriminando a las madres, deben primar la natalidad con coberturas sociales, y la reinserción de la mujer a su puesto de trabajo con todas las garantías, y haciendo compatibles el trabajo con la maternidad y con la familia.
Esta sociedad no habrá llegado a la madurez hasta que no haya superado algo tan básico como la igualdad de sexos. También la igualdad de razas, la no discriminación por el lugar de nacimiento, por la orientación sexual.

Ángel Cornago Sánchez.

sábado, 4 de marzo de 2017

ASÍ NOS EDUCARON


ASÍ NOS EDUCARON

Estaba roto, harto de corregir el gesto, de mostrar en el rostro sensaciones que no se correspondían con el momento que en realidad estaba viviendo.
Con códigos inconscientes, nos habían educado para ser amables, educados, correctos, cariñosos y…, sumisos con el poderoso; había que dar una imagen de afabilidad, discreción, docilidad, nunca de competencia; al poderoso no le gustan las personas seguras de sí mismas, con criterios propios, las perciben como amenazantes para su estatus.
Al mismo tiempo nos habían educado para ser agresivos, audaces, seguros, altivos, soberbios..., con el débil. Con el débil había que dar una imagen de seguridad, de suficiencia, de poder, aunque todo ello, eso sí, impregnado en un halo de moralina paternalista. La relación con el débil es muy importante porque nos confirma nuestro propio valer; es la referencia que nos permite reafirmarnos en nuestro estatus de superiores. Si el débil osaba contradecirme, sentía una sensación de rabia contenida y contestaba con una agresividad desproporcionada. !Estaría bueno¡
No había más estatus. Nos habían educado a tener la sensación que en los intercambios relacionales, a las personas había que colocarlas por encima o por debajo, sólo había que mantenerlas a nivel el tiempo justo de medirlas.
Era una lucha sin cuartel de actitudes vacías, sumisas o altivas. Mientras, yo, sin mirarme en el espejo, sin dibujar mis contornos, sin matizar mi silueta, desorientado, con el regusto amargo de estar vacío, crispaba y adaptaba el gesto adecuándolo al momento que parecía estaba viviendo.
Un buen día en que el sol brillaba con más fuerza, di un corte de mangas a la “fábrica de códigos”, y con las manos en los bolsillos, despeinado, la figura descompuesta, saltando de forma descoordinada, emitiendo gritos de placer e impregnado de una gozosa sensación de libertad, di la espalda al pasado y, respirando hondo, me fui por la senda que lleva al horizonte blanco y azul.
Y..., aquí estoy. Actualmente dudo, río, lloro, pero me miro en el espejo y me percibo, toco mi silueta y sé que soy yo, hablo con la gente y sé que son iguales... Muchas veces, me siento en el suelo para sentir en las posaderas mi propio peso, mientras con las palmas de mis manos trato de percibir el latido de la tierra.
Y este latido, me dice cada día que sigo vivo, porque me enervo por las injusticias, por la utilización perversa de los poderes, por los razonamientos sectarios, y…, por otras muchas cosas más, a las que espero no acomodarme nunca.

Ángel Cornago Sánchez. De mi libro “Arraigos, melindres y acedías”.