sábado, 11 de marzo de 2017

EL CINE EN LOS CINCUENTA. BREVE BOSQUEJO SOCIAL

El cine.

De aquellos años son las primeras películas que vi; eran en blanco y negro, aunque inmediatamente llegaron las de color, después el cinemascope y más tarde el “todao”; eran avances de una industria que, todavía sin televisión, constituía el mayor y habitual esparcimiento. Muchos domingos, sobre todo en invierno, veíamos dos películas, y en ocasiones hasta tres. La industria debía de ser boyante porque, en una ciudad media como Tudela, había hasta seis cines. Da idea del éxito que tenía entonces en nuestra ciudad el séptimo arte.
En estas salas vimos muchas películas, generalmente de aventuras, o grandes producciones que hoy se siguen considerando obras maestras. Vivíamos el cine con pasión y nos dominaba fundamentalmente el argumento que siempre se reducía a la lucha de “los buenos” contra “los malos”. Cuando los buenos estaban en apuros en su lucha contra los malos, después de un silencio sepulcral en el que todos estábamos angustiados y habíamos dejado hasta de comer pipas o cacahuetes, y se veía que llegaba el amigo o los refuerzos que iban a salvarlos de aquella situación, todos los presentes prorrumpíamos en aplausos y pataleos, sobre todo los de “gallinero”, pues el suelo al ser de madera era mucho más sonoro. Estas escenas, generalmente, precedían el final y, al encender las luces, creo que se adivinaba en nuestros rostros la satisfacción porque una vez más hubiera triunfado el bien sobre el mal.
Entonces, todo era muy moralizante, las cosas eran buenas o malas, blancas o negras, no había matices intermedios, ni dudas, era algo consustancial al régimen político y religioso en que vivíamos. La censura cortaba escenas con mínimo contenido erótico y, asimismo, se encargaba de que no viésemos películas que discrepasen, ni tan siquiera que pusiesen en tela de juicio estos principios; de las películas salíamos enardecidos para ser héroes en defensa de unos valores, lo mismo que de los sermones salíamos convencidos para ser santos; luego la realidad de la vida ha sido muy distinta.
El cine asimismo era un sitio socorrido por las parejas de novios; en verano no había problema y el “prado” servía para manifestarse sus arrumacos, pero en invierno por el frío, el cine era el sitio preferido. Solían pedir las entradas de las últimas filas, generalmente en los extremos; era donde peor se veía pero donde mejor podían dar rienda suelta a sus manifestaciones de cariño; se solía llamar “la fila de los mancos”, porque sólo se les veía una mano ya que la otra la tenían ocupada hurgando en los encantos de su pareja. Era algo habitual y nadie se sorprendía de que así fuera, es como si hubiese un acuerdo tácito, y no resultaba ni mal visto; sin embargo, sí que resultaba chocante, a días, el ver la sala casi vacía y las parejas intercaladas en las últimas filas de tal forma que no se molestaban unas a otras.

Ángel Cornado Sánchez. De mi libro “Arraigos, melindres y acedías”. Ed. Trabe



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