La música.
A lo largo de la vida, en las distintas etapas, siempre ha
existido una música de fondo que ha acompañado nuestros momentos lúdicos, y
también los de tristeza o melancolía. Cuando hoy escuchamos de nuevo dichas
melodías reviven el estado de ánimo de aquel entonces.
De las primeras melodías que guardo recuerdo son las que
precedían a las noticias del “parte” de las dos y media de la tarde, en mis
primeros años en plena dictadura; en mi casa me obligaban a suspender mis
juegos y a guardar silencio mientras de aquel voluminoso cajón con rejilla
colocado en un lugar preferente de la cocina (entonces no había cuarto de
estar), salía una voz contundente que todos escuchaban en silencio; mi padre de
vez en cuando intercalaba breves comentarios de desaprobación, lo que me hacía
pensar que aquellos que hablaban no debían de ser amigos nuestros. A veces me
hacían callar con más insistencia cuando las noticias tenían especial
relevancia; generalmente los gestos de desaprobación y hasta de enfado, en esos
casos se hacían más manifiestos, pero siempre a hurtadillas, con el enfado
hecho susurro, a trompicones, no fuera a suceder que oyeran los vecinos. Por la
noche, en ocasiones, se ponían otras emisoras que luego supe ya en la
universidad que eran Radio España Independiente y Radio París que parecían
gozar de la aprobación de mi padre por los comentarios que hacía como dándose
la razón; estas emisoras se escuchaban con mucha dificultad por la cantidad de
ruidos y pitidos entre los que, de vez en cuando, se oía nítida la voz del
locutor que no tardaba en desvanecerse de nuevo entre el maremagnun sonoro; se
intentaba de nuevo recuperar haciendo mínimos movimientos con el sintonizador,
pero lo habitual era que la audición fuese deficiente sobre todo en los días de
mal tiempo, por lo que muchas veces había que desistir del intento.
La música es un estímulo sonoro cuyo impacto más o menos
positivo depende, por lo menos en mi caso y creo que en el de la mayoría, además, de las sensaciones que desencadena la propia melodía: hay músicas que
inspiran tristeza y otras lo contrario; de las vivencias que estemos
experimentando en el momento de escucharlas; así, cuando estamos melancólicos una
melodía puede llegar a emocionarnos mucho más que en otra época en la que nos
encontramos menos sensibles. También depende, de si es música conocida y está
unida a recuerdos y sensaciones pasadas que vivimos en un ambiente o en una
época determinada que nos impactó de forma especial; todos recordamos aquellas
melodías de ritmo lento que bailábamos con nuestras novias adolescentes, unidas
a unas primeras y únicas sensaciones maravillosas.
Nunca he sido entendido en materia musical; no tuve ocasión
de educarme en este sentido. Recuerdo que lo que más envidiaba de los niños de
buena posición, es que tuviesen un tocadiscos en un sitio donde pudiesen
escuchar música cómodamente y, sobre todo, el que pudiesen disponer de una
estantería llena de libros. Yo, de mis ahorros me iba comprando libros, en general
de autores clásicos en ediciones modestas, que me hacían pasar los momentos más
felices de mi adolescencia y juventud.
Siempre me ha gustado la música de banda, cuando la oigo me
produce un sentimiento de nostalgia que en ocasiones llega a emocionarme. La
música de banda la asocio a los “conciertos” en la Plaza Nueva o en el
Prado los domingos al mediodía, a los bailables por las noches en la misma
plaza, a las fiestas de Santa Ana, a las procesiones y, en mi primera infancia,
a mi estancia en Los Fayos.
De mi adolescencia recuerdo con ternura la música de Pérez
Prado, de José Guardiola, del Dúo Dinámico. Son melodías que van unidas a mis
primeras sensaciones afectivas con el sexo opuesto. Los amores de adolescente
los viví con una sensación permanente entre gozo y dolor, supongo que
nada sano para establecer una relación, pero pienso que es algo propio de la
edad; el enamoramiento era sublime, una mirada sostenida me hacía gozar de las
sensaciones más maravillosas y un gesto desdeñoso o un adiós indiferente me
sumía en la infelicidad más absoluta. Aquellas relaciones estuvieron siempre
sometidas a la severa educación religiosa que recibíamos en el colegio; para
nuestros educadores todo era pecaminoso, y andábamos siempre debatiéndonos
entre el pecado con ponzoñosas culpas y arrebatados arrepentimientos. Hoy en la
distancia recuerdo aquellos “pecadillos” y aquellas culpas y no puedo menos que
sonreír con cierta tristeza, pues aquellos rígidos códigos morales nos
impidieron establecer con naturalidad relaciones con el sexo opuesto.
Ángel Cornago Sánchez
Ángel Cornago Sánchez
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