La
infancia es un periodo clave en nuestra vida. Sobre la estructura psicológica
virgen y sin mecanismos defensivos, van a actuar estímulos que nos van a
impactar profundamente y que van a ir modelando nuestra urdimbre psicológica,
intelectual y afectiva. Esta trama, por supuesto, será modificada a lo largo de
nuestra vida, pero no fácilmente, y siempre, a través de procesos psicológicos
lentos, y a veces dolorosos.
Los hechos
y las vivencias de esa época infantil tienen tanta fuerza, que aún después de
muchos años, revivir un hecho que nos impactó de forma especial, se acompaña de
las sensaciones y emociones que entonces experimentamos.
Los
sentidos son algo más que un sistema de comunicación con el entorno. No sólo
trasmiten información fría, sino que dicha información va unida a vivencias
que, incluso, dejan huella y se pueden rememorar con los años unidos a las
sensaciones que entonces nos provocaron.
El olfato
El olfato
es un sentido primordial en la especie animal venido a menos en los humanos a
través de los tiempos, al no tener que utilizarlo de forma perentoria para la supervivencia,
debido a la evolución y al desarrollo de nuestro cerebro que ha hecho de
nuestra especie la que domina el mundo; a pesar de todo, es un sentido
fundamental para el examen de lo que nos rodea. Cuando conocemos un lugar por
primera vez, el olfato junto con la vista y el oído, exploran el entorno.
Utilizamos el olfato en nuestras actividades más placenteras, así, olemos lo
que vamos a comer, y es fundamental el olor de la persona a la que vamos a
amar.
Es uno de los sentidos que nos conecta más fácilmente
con aquellas primeras sensaciones; en mi caso no tengo el olfato especialmente
desarrollado y, sin embargo, me transporta con frecuencia al pasado; cuando
revivo una situación, no me es difícil sentir aquel olor, y, con más facilidad,
cuando percibo un olor determinado, lo identifico con una situación, ya sea
agradable o traumática ya vivida. El resto de los sentidos como el gusto, el
tacto, la vista o el oído, lo hacen de forma más superficial. Esta unión entre
hecho, sensación afectiva y vivencia sensorial, sucede con acontecimientos que
nos han impactado especialmente a lo largo de nuestra vida.
Recuerdo el olor de los
urinarios del colegio de religiosos donde pase los primeros años de mi
educación, y lo recuerdo unido a una sensación de desasosiego y de angustia que
era la habitual en la que viví aquellos primeros años en aquel centro. Acudir a
las clases cada día me suponía algo muy cercano al terror, por los métodos
despiadados que utilizaban con nosotros, desde amenazas continuas intimidatorias,
castigos, y severas agresiones físicas. El ambiente estaba cargado de
inseguridad y de miedo. Con frecuencia tenía que ir al retrete, creo que
motivado por la desestabilización crónica que en mi intestino provocaba aquel
clima de angustia. Llevo todavía aquel olor interiorizado, y cuando lo percibo
en algún lugar, no puedo menos que sentir desasosiego, supongo que como reflejo
condicionado unido a las vivencias de entonces.; probablemente sea la situación
más traumática de mi infancia y que, de alguna forma, me ha marcado de forma
negativa en determinados aspectos. Si la finalidad de los colegios es educar y
sacar partido de los discípulos, estoy seguro de que aquel produjo ciertos
destrozos en mis potencialidades que seguramente nunca he llegado a reparar del
todo´.
Ángel Cornago Sánchez.
De mi libro “Arraigos, melindres y acedías”.
Eds. Trabe
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