sábado, 22 de abril de 2017

LOS CINCO SENTIDOS. EL OLFATO

La infancia es un periodo clave en nuestra vida. Sobre la estructura psicológica virgen y sin mecanismos defensivos, van a actuar estímulos que nos van a impactar profundamente y que van a ir modelando nuestra urdimbre psicológica, intelectual y afectiva. Esta trama, por supuesto, será modificada a lo largo de nuestra vida, pero no fácilmente, y siempre, a través de procesos psicológicos lentos, y a veces dolorosos.
Los hechos y las vivencias de esa época infantil tienen tanta fuerza, que aún después de muchos años, revivir un hecho que nos impactó de forma especial, se acompaña de las sensaciones y emociones que entonces experimentamos.
Los sentidos son algo más que un sistema de comunicación con el entorno. No sólo trasmiten información fría, sino que dicha información va unida a vivencias que, incluso, dejan huella y se pueden rememorar con los años unidos a las sensaciones que entonces nos provocaron.

El olfato

El olfato es un sentido primordial en la especie animal venido a menos en los humanos a través de los tiempos, al no tener que utilizarlo de forma perentoria para la supervivencia, debido a la evolución y al desarrollo de nuestro cerebro que ha hecho de nuestra especie la que domina el mundo; a pesar de todo, es un sentido fundamental para el examen de lo que nos rodea. Cuando conocemos un lugar por primera vez, el olfato junto con la vista y el oído, exploran el entorno. Utilizamos el olfato en nuestras actividades más placenteras, así, olemos lo que vamos a comer, y es fundamental el olor de la persona a la que vamos a amar.
 Es uno de los sentidos que nos conecta más fácilmente con aquellas primeras sensaciones; en mi caso no tengo el olfato especialmente desarrollado y, sin embargo, me transporta con frecuencia al pasado; cuando revivo una situación, no me es difícil sentir aquel olor, y, con más facilidad, cuando percibo un olor determinado, lo identifico con una situación, ya sea agradable o traumática ya vivida. El resto de los sentidos como el gusto, el tacto, la vista o el oído, lo hacen de forma más superficial. Esta unión entre hecho, sensación afectiva y vivencia sensorial, sucede con acontecimientos que nos han impactado especialmente a lo largo de nuestra vida.
Recuerdo el olor de los urinarios del colegio de religiosos donde pase los primeros años de mi educación, y lo recuerdo unido a una sensación de desasosiego y de angustia que era la habitual en la que viví aquellos primeros años en aquel centro. Acudir a las clases cada día me suponía algo muy cercano al terror, por los métodos despiadados que utilizaban con nosotros, desde amenazas continuas intimidatorias, castigos, y severas agresiones físicas. El ambiente estaba cargado de inseguridad y de miedo. Con frecuencia tenía que ir al retrete, creo que motivado por la desestabilización crónica que en mi intestino provocaba aquel clima de angustia. Llevo todavía aquel olor interiorizado, y cuando lo percibo en algún lugar, no puedo menos que sentir desasosiego, supongo que como reflejo condicionado unido a las vivencias de entonces.; probablemente sea la situación más traumática de mi infancia y que, de alguna forma, me ha marcado de forma negativa en determinados aspectos. Si la finalidad de los colegios es educar y sacar partido de los discípulos, estoy seguro de que aquel produjo ciertos destrozos en mis potencialidades que seguramente nunca he llegado a reparar del todo´.
 
Ángel Cornago Sánchez.
De mi libro “Arraigos, melindres y acedías”. Eds. Trabe


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