miércoles, 31 de mayo de 2017

"BUENISMO". TAN FALSO Y TAN SOCORRIDO

BUENISMO

“Buenismo” es una manifestación positiva sobre un tema, una actuación, basada, no en el juicio analítico del tema en cuestión, sino más bien en el “deseo” y, más frecuentemente, para ajustarse a “lo políticamente correcto” en ese momento. Suelen ser temas sensibles, en los que expresar una opinión disidente puede provocar escándalo social, o en determinados círculos, aunque muchos y muchas la piensan pero no se atreven a manifestarla.
El buenismo, en general, no se adapta a lo que realmente opina el individuo que emite el juicio, o al menos no lo considera, sino que intenta mimetizarse en la “teórica” opinión dominante, no reflexionada y aceptada sin debate, o con un debate superficial y simplista que trata de justificar el juicio más que analizarlo. Si se discrepa daría lugar a escándalo en el coro de hipócritas de turno, muchos de los cuales, en el fondo, tampoco piensan lo que manifiestan.
Los buenismos, aunque sean con buena voluntad, impiden el juicio ponderado de los temas y las situaciones, lo cual solo conduce a errores y a no solucionar los temas en cuestión o a solucionarlos mal.
El juicio es fundamental; se deben afrontar los temas de frente, con todas sus implicaciones. Después se adopta la solución que se considere, aunque sea la formalmente más popular, pero al menos con los pies en el suelo y programando las soluciones posteriores, y siendo conscientes de todas las consecuencias.
El buenismo se utiliza con temas sensibles en las que se asume un postulado teóricamente justo sin análisis de las consecuencias.
El buenismo lo utilizan la pléyade de inútiles que pululan por los pasillos de la vida pública y de la vida política. Estos ni se paran a pensar, y muchas veces tampoco tienen capacidad para hacerlo, manifestando lo que sus electores o su tropa quiere escuchar, en un ejercicio de incapacidad, inmoralidad e inconsecuencia.

Ángel Cornago Sánchez

martes, 23 de mayo de 2017

A VECES LA ENFERMEDAD PRODUCE BENEFICIOS

Los beneficios de la enfermedad.

La enfermedad, habitualmente produce dolor, sufrimiento, a veces amenaza la vida, e incluso lleva a la muerte tarde o temprano.  Puede ser aguda, y con frecuencia enfermamos de forma crónica conforme vamos teniendo edad, con carencias más o menos importantes. Vamos a convivir con la enfermedad o con la amenaza y, desde luego, sabiendo que la muerte es segura.
En general, la enfermedad produce preocupación y una serie de inconvenientes que suelen impedir llevar una vida plena y, la reacción habitual, es cuidarse, llevar los tratamientos indicados, en definitiva, intentar curarse para poder reintegrarse a la vida habitual en estado de salud.
Cuando enfermamos, precisamos cuidados especiales. En general, la enfermedad nos impide hacer nuestra vida habitual, por eso debemos estar de baja laboral y precisamos cuidados hasta que recuperamos nuestras capacidades.
Pero no siempre es así. Hay un número “reducido” de personas que alargan las bajas laborales e incluso simulan dolencias, para poder disfrutar del sueldo sin trabajar. Este es el caso más conocido de aprovecharse de la teórica situación de enfermo, que en realidad es un fraude. Defraudan a todos los cotizantes. Por otra parte, debo dejar claro, que aun con este pequeño inconveniente porque el número es reducido, debe ser un derecho social irrenunciable.
Pero se dan otros beneficios más sibilinos que produce la “enfermedad”. Suele suceder con enfermedades reales, más o menos crónicas, y los utilizados suelen ser los propios familiares, los propios cuidadores. El paciente en cuestión, se acostumbra a una serie de prerrogativas y cuidados que, en muchos casos, podrían realizar ellos sin ayuda, o podrían contribuir a pequeñas tareas en la casa, pero adoptan el estatus de enfermo con todas sus consecuencias.
Esto es negativo para el propio paciente porque se aferra al beneficio que le produce la enfermedad de no hacer o no contribuir a determinadas tareas, que recaen en otras personas generalmente familiares, y le impide progresar en sus capacidades. Los cuidadores, en muchos casos no son conscientes de que están siendo utilizados, y, a veces sometidos.
Casos llamativos son las llamadas “neurosis de renta”. Se trata de pacientes anclados en los síntomas de su teórica enfermedad que les producen beneficios importantes, y que, consciente o inconscientemente, no están dispuestos a mejorar, porque prefieren vivir los beneficios que les produce el estatus de enfermo. Pueden vivir así durante años, y algunos toda la vida, siendo una carga extremadamente dura para los familiares.
Todas estas situaciones, son difíciles de etiquetar para los sanitarios, que pueden sospechar que se encuentran ante uno de estos casos, pero son difíciles de demostrar.
Es un tema delicado. Etiquetar a alguien de uno de estos problemas y equivocarse es aumentar su sufrimiento.
Detrás de estos comportamientos hay personalidades patológicas, pues para cualquier persona, poder llevar una vida plena con sus obligaciones y beneficios, es mucho más gratificante que llevarla limitada, aunque obtenga ciertas ventajas.

Ángel Cornago Sánchez

viernes, 12 de mayo de 2017

EL SUICIDA

El suicida.

Una tarde de otoño, ya muchachos, estábamos en el “paseo de invierno” y alguien vino apresurado diciendo: "!Un hombre se ha echado al tren¡" En Tudela, los suicidas se echaban al Ebro, al tren, o se ahorcaban, aunque las formas más frecuentes eran las dos primeras, y sobre todo la primera. Supongo que el Ebro desde el nacimiento de Tudela a sus orillas, fue una fuerza natural importante que se veía como peligrosa y amenazante y, por tanto, fácil para el que pretendiera entregarse a su corriente para quitarse la vida. De hecho, entre las familias de Tudela de siempre, cuando alguien estaba muy desesperado amenazaba con “tirarse a Ebro”. Con la llegada del progreso, el tren supuso un sistema más expeditivo, lo mismo que los edificios de altura.
 Con cierta frecuencia sucedían hechos de este tipo que enseguida se extendían como noticia y estremecían a toda la ciudad.
Había ocurrido muy cerca de donde estábamos, inmediatamente detrás del teatro Gaztambide por donde discurren las vías que tienen como destino y origen las ciudades del norte. Impresionados, pero picados por la curiosidad, decidimos acercarnos hasta el lugar del suceso. Había allí varias personas y varios alguaciles; pudimos acercarnos hasta pocos metros. Se trataba de un hombre de unos cincuenta años, vestido con mono de color azul fuerte; estaba boca abajo con el brazo derecho flexionado como queriendo proteger la cabeza; las ruedas del tren literalmente le habían partido en dos a nivel de la cintura, unidas ambas partes por un estrecho jirón del mono azul visible cuando lo recogieron de la vía para meterlo en la caja.
Nos quedamos impresionados. En otras ocasiones habíamos oído hablar de suicidios, pero nunca habíamos visto una persona que se hubiera quitado la vida de forma tan brutal.
A pesar de que los curas decían entonces que los suicidas no podían entrar en el cielo, e incluso se les enterraba en un recinto no sagrado al lado del cementerio, tuve la seguridad de que aquello no podía ser así. Aquel hombre tenía que estar desesperado para matarse, para buscar voluntariamente la muerte como alivio a sus sufrimientos. Sentí una profunda pena por él y, no sólo por su muerte, sino sobre todo por lo desgraciada que debía de haber sido su vida.

Desde entonces, cuando estoy en una estación y veo llegar o salir el tren, miro sus enormes, resolutas, contundentes e imperiosas ruedas, y no puedo menos que estremecerme y dar un paso hacia atrás. Con frecuencia me acuerdo de aquel pobre desgraciado cuya vida debía de ser un infierno para buscar la muerte de una forma tan cruel e inapelable.

De "Arraigos, melindres y acedías". Eds. Trabe.

miércoles, 10 de mayo de 2017

REMEMORANDO CON LOS SENTIDOS: EL GUSTO. LA VISTA

El gusto.
En la especie humana, el gusto es un sentido que junto con el tacto y el olfato podemos considerar como “menores”, comparados con la vista y el oído que parecen ser más esenciales para nuestra supervivencia. Probablemente no somos conscientes de la importancia de estos sentidos “menores”; es posible que por medio de ellos nuestro cuerpo seleccione determinados alimentos que son necesarios o perjudiciales para nuestro organismo; esto en las especies animales es así, sin embargo, en la especie humana, al no tener que utilizarlos como precisos a través de los siglos, hemos ido perdiendo dicha facultad y, en este momento, sólo nos sirven para seleccionar lo más placentero. Actualmente pues, en la especie humana, el gusto es un sentido no fundamental, de tal forma que, podríamos vivir sin él sin problemas graves, aunque probablemente algo se alteraría en nuestro organismo. Por medio del gusto saboreamos lo que estamos comiendo. La ingesta de alimentos imprescindible en nuestra actividad diaria, primero asegura la subsistencia, después selecciona lo que más agrada a nuestro paladar para producir también cierto placer; no nos podríamos alimentar de forma indefinida, ni tal vez durante mucho tiempo, ingiriendo pastillas cuyo contenido incluyese todas las calorías y principios inmediatos necesarios para la actividad diaria. Comer con gusto es sinónimo de salud, y el no sacarle gusto a la comida síntoma de enfermedad física o mental. Por eso, aunque teóricamente podríamos vivir, y seguramente podríamos hacerlo en situaciones extremas o por determinadas motivaciones, no tardarían en surgir alteraciones; la dieta de los astronautas nunca podrá equipararse al momento en que nos ponemos delante de un bocado dispuestos a saborearlo. De hecho, muchas obesidades tienen su origen en problemas psicológicos; son pacientes que de forma más o menos consciente compensan lo negativo de sus vidas con actos placenteros, como comer. Probablemente, influye en la salud física y mental.
El gusto es un sentido que apenas deja huella. Es muy difícil reconocer un gusto similar a otro que nos impactó de forma especial cuando éramos niños, más bien van unidos a comparaciones pero no a identificaciones; eso probablemente se debe a que todos los recuerdos van unidos a vivencias impactantes, y el acto de comer que es cuando degustamos, es demasiado primitivo y poco sofisticado como para verse afectado por acontecimientos; cuando estos suceden en el acto de la ingesta, se suspende esta y son otros los sentidos que viven el acontecimiento y por tanto los que quedan mediatizados. Aun así tengo recuerdos que rememoro por el gusto, alguno de ellos tal vez intelectualizado y dominado por un juicio de valor: bueno o malo.

La vista.
La vista es probablemente el sentido básico por excelencia. Su función es la de información. En un medio hostil, sin visión y sin ayuda, moriríamos en poco tiempo. Es fundamental para desplazarse, para defenderse de los enemigos, para buscar comida. Como el oído, está funcionando continuamente excepto durante el sueño, seleccionando y mandando información a nuestro cerebro que este interpreta, selecciona, fija, desecha o almacena. Las imágenes que almacenamos son las que por el motivo que sea han atraído especialmente nuestro interés o las hemos vivido con especial intensidad.

Cuesta trabajo rememorar imágenes que fueron impactantes en su momento a partir de las actuales; la visión puede ser el hilo conductor que traiga a la memoria situaciones similares ya vividas. Otras veces el reconocer los lugares o las personas con las que tuvimos relación hace años, nos sirve como vehículo para recordar el pasado. Emociona ver a alguien que conocimos y con quien tuvimos una relación positiva hace años, pero la imagen visual no es la misma. Lo propio sucede cuando volvemos a un lugar en el que vivimos momentos felices o desgraciados; incluso el más subdesarrollado ha cambiado, unas veces por mejora y otras por abandono.

viernes, 5 de mayo de 2017

REMEMORANDO CON LOS SENTIDOS. GUSTO Y VISTA

El gusto.
En la especie humana, el gusto es un sentido que junto con el tacto y el olfato podemos considerar como “menores”, comparados con la vista y el oído que parecen ser más esenciales para nuestra supervivencia. Probablemente no somos conscientes de la importancia de estos sentidos “menores”; es posible que por medio de ellos nuestro cuerpo seleccione determinados alimentos que son necesarios o perjudiciales para nuestro organismo; esto en las especies animales es así, sin embargo, en la especie humana, al no tener que utilizarlos como precisos a través de los siglos, hemos ido perdiendo dicha facultad y, en este momento, sólo nos sirven para seleccionar lo más placentero. Actualmente pues, en la especie humana, el gusto es un sentido no fundamental, de tal forma que, podríamos vivir sin el sin problemas graves, aunque probablemente algo se alteraría en nuestro organismo. Por medio del gusto saboreamos lo que estamos comiendo. La ingesta de alimentos imprescindible en nuestra actividad diaria, primero asegura la subsistencia, después selecciona lo que más agrada a nuestro paladar para producir también cierto placer; no nos podríamos alimentar de forma indefinida, ni tal vez durante mucho tiempo, ingiriendo pastillas cuyo contenido incluyese todas las calorías y principios inmediatos necesarios para la actividad diaria. Comer con gusto es sinónimo de salud, y el no sacarle gusto a la comida síntoma de enfermedad física o mental. Por eso, aunque teóricamente podríamos vivir, y seguramente podríamos hacerlo en situaciones extremas o por determinadas motivaciones, no tardarían en surgir alteraciones; la dieta de los astronautas nunca podrá equipararse al momento en que nos ponemos delante de un bocado dispuestos a saborearlo. De hecho muchas obesidades tienen su origen en problemas psicológicos; son pacientes que de forma más o menos consciente compensan lo negativo de sus vidas con actos placenteros, como comer. Probablemente, influye en la salud física y mental.
El gusto es un sentido que apenas deja huella. Es muy difícil reconocer un gusto similar a otro que nos impactó de forma especial cuando éramos niños, más bien van unidos a comparaciones pero no a identificaciones; eso probablemente se debe a que todos los recuerdos van unidos a vivencias impactantes, y el acto de comer que es cuando degustamos, es demasiado primitivo y poco sofisticado como para verse afectado por acontecimientos; cuando estos suceden en el acto de la ingesta, se suspende esta y son otros los sentidos que viven el acontecimiento y por tanto los que quedan mediatizados. Aun así tengo recuerdos que rememoro por el gusto, alguno de ellos tal vez intelectualizado y dominado por un juicio de valor: bueno o malo.

La vista.
La vista es probablemente el sentido básico por excelencia. Su función es la de información. En un medio hostil, sin visión y sin ayuda, moriríamos en poco tiempo. Es fundamental para desplazarse, para defenderse de los enemigos, para buscar comida. Como el oído, está funcionando continuamente excepto durante el sueño, seleccionando y mandando información a nuestro cerebro que este interpreta, selecciona, fija, desecha o almacena. Las imágenes que almacenamos son las que por el motivo que sea han atraído especialmente nuestro interés o las hemos vivido con especial intensidad.
Cuesta trabajo rememorar imágenes que fueron impactantes en su momento a partir de las actuales; la visión puede ser el hilo conductor que traiga a la memoria situaciones similares ya vividas. Otras veces el reconocer los lugares o las personas con las que tuvimos relación hace años, nos sirve como vehículo para recordar el pasado. Emociona ver a alguien que conocimos y con quien tuvimos una relación positiva hace años, pero la imagen visual no es la misma. Lo propio sucede cuando volvemos a un lugar en el que vivimos momentos felices o desgraciados; incluso el más subdesarrollado ha cambiado, unas veces por mejora y otras por abandono.
Se pueden recordar imágenes que nos impactaron en un momento determinado sin necesidad de visualizar situaciones semejantes, aunque traerlas a la memoria siempre es a través de un vehículo del tipo que sea. De esta forma la emoción que experimentamos es el elemento básico del proceso completo del recordar; de hecho cualquier recuerdo se rememora unido a imágenes visuales y a cierto grado de emoción.


REMEMORANDO CON LOS SENTIDOS: EL OÍDO Y EL TACTO.

El oído

El oído es un sentido poco íntimo. Es el sentido de la información por excelencia, que nos sirve para recibir mensajes del exterior, y por su tamiz van a pasar un sinfín de estímulos sonoros, muchos de los cuales lo harán de forma desapercibida, otros se vivirán de forma consciente, y unos pocos se acompañaran de una reacción afectiva. Es un sentido que está funcionando y dándonos información durante todo el tiempo que estamos en estado vigil. Es importante en el desarrollo de la inteligencia, y necesario para la palabra; de hecho, para aprender a hablar necesitamos escuchar nuestra propia voz.
Las palabras, expresiones, tonos, incluso el silencio, tienen una fuerte carga afectiva, pero difíciles de rememorar; sí recordamos el significado de frases concretas que nos impactaron. Sin embargo, es más fácil cuando el sonido es una melodía musical. La música es capaz de cambiarnos el estado de ánimo y de transportarnos a situaciones imaginarias de paz, de intensa emoción, y también de provocarnos desasosiego y melancolía si la melodía rememora tiempos pasados felices que ya no van a ser. La música nos estimula a bailar y a movernos al son de un ritmo determinado. Es una sensación muy primigenia que  aparece en todas las tribus por primitivas que sean.
El oído en el reino animal es el sentido de la comunicación, a través de el se reconocen los sonidos como conocidos o no, como familiares o como peligrosos. Es un sentido fundamental para la supervivencia de muchas especies.
Aunque objetivamente junto con la vista es el sentido por excelencia para comunicarnos por medio de la palabra, no es el más fiable, pues con una mirada, una sonrisa, con los gestos de nuestro cuerpo, podemos comunicar mensajes que incluso pueden estar en contradicción con lo que literalmente estamos oyendo.

El tacto
El tacto es un sentido inmediato; es un sentido que presiento que trasmite algo más que lo que simplemente tocamos. Las manos extendidas son como un radar y, en sus palmas, podemos experimentar las más variadas sensaciones; de hecho, diversas religiones y  técnicas de relajación basan parte de su liturgia en el tacto, así, es frecuente adoptar determinadas posiciones con las palmas de las manos extendidas como intentando transmitir o percibir sensaciones extra-sensoriales.
A través de ellas podemos trasmitir las vivencias más íntimas. Hay tactos de mano con mano, que nos trasmiten sensaciones agradables, de proximidad, de sintonía y otras lo contrario. También, estrechar la mano de otra persona nos hace percibir la actitud de esa persona para con nosotros, incluso nos informa sobre facetas de su personalidad (si es enérgica, afectiva, fría etc.). Sin embargo, son percepciones inmediatas y únicas que es muy difícil volver a revivir, aunque quedarán gravadas en el recuerdo de forma más o menos intensa.