miércoles, 23 de agosto de 2017

SALUD Y PROYECTO DE VIDA

SALUD Y PROYECTO DE VIDA.

El informe del Hastings Center[i] define la salud, como “la experiencia de bienestar e integridad del cuerpo y de la mente, caracterizada por una aceptable ausencia de condiciones patológicas y, consecuentemente, por la capacidad de la persona para perseguir sus metas vitales y para funcionar en su contexto social y laboral habitual”. Es una definición mucho más realista que la de la OMS ya que matiza: “una aceptable ausencia de condiciones patológicas”, a diferencia de la definición de la OMS que hablaba “de completo bienestar...”, lo cual es una utopía.
 El concepto de salud aún tiene un matiz que me parece muy importante para definirla. Salud no es sólo encontrarse bien físicamente, estar sereno psicológicamente, no tener problemas espirituales ni sociales, ni incluso tener una capacidad aceptable para perseguir las metas vitales. Salud es vivir movido por “un impulso vital”, tener un “proyecto de vida” por el que moverse y al que dirigirse. No de forma compulsiva, pues la compulsión, además de producir angustia, hace desaparecer el resto de los factores de la vida que son  importantes; por eso hay que perseguirlo de forma equilibrada.
El impulso debe ir dirigido, a un proyecto de vida proporcionado a lo que uno es y a las aptitudes individuales. No se puede pretender ser un buen profesional de una actividad determinada si no se tiene aptitudes para ella. Tampoco se puede pretender ser de los mejores futbolistas del mundo, aunque se tengan buenas aptitudes, pues el llegar a determinadas cotas, supone la convergencia de otros factores que no dependen de uno mismo. Además, es conveniente contar con la posibilidad de que se puede fracasar. Son aspectos que conviene tener en cuenta para no frustrarse y sentirse fracasado.
Un impulso desproporcionado, lo más probable es que sea motivo de infelicidad. Sin embargo, el impulso vital si es adecuado y proporcionado, permite que alguna de las otras facetas del sentirse con salud, no sean todo lo saludables que debieran, cosa por otra parte frecuente, pues es una utopía que nos encontremos siempre bien, física, psicológica, espiritual y socialmente. Estos determinados sinsabores se pueden, de alguna forma, compensar con el impulso vital, que no debe funcionar como tal mecanismo como primera finalidad, pues en este caso sería un refugio, que puede servir, pero no entraría dentro del concepto de plenitud de salud. Una persona puede tener una incapacidad física, pero tener una rica vida  intelectual que le permite compensar su deficiencia.
Este impulso vital  tendrá más fuerza si es por algo no material, aunque no necesariamente trascendente. El impulso vital, es algo por lo que merece la pena vivir. No es una predestinación que la pueden sentir los fanáticos, sino unas vivencias que el individuo las siente “como que llenan su vida” y le compensan, al menos en parte, del resto de los aspectos negativos. Esta vivencia, por supuesto, es muy individualizada y cada persona puede tener la suya. Pueden ser ideales humanistas, políticos, religiosos, profesionales, de trabajo, aficiones, afectos, incluso, perseguir dinero o poder de forma equilibrada. No es saludable dejar pasar los días sin esperar ni buscar nada; hay que vivir por algo. Esta actitud, permite sobrellevar las alteraciones en los otros aspectos que hacen que no nos sintamos con plena salud. De hecho, muchas personas enferman o aparece la enfermedad, al dejar de “vivir por algo”.
Ángel Cornago Sánchez
 De mi libro "Salud y felicidad". Edt. Salterrae.






[i]The Goals of Medicine:Setting New Priorities.The Hastings Center Report 1996.Tradcc Rodriguez Pozo

miércoles, 16 de agosto de 2017

EL MULO (AMOR A LOS ANIMALES)

El mulo.

A propósito del cariño que se tiene a los animales, recuerdo un verano allí en Los Fayos, que el mulo de un vecino llamado Pedro se había roto una pata y, por lo visto, no se le podía curar; lo que se hacía en aquellos casos era venderlo a una fábrica de chorizos cercana o matarlos en un descampado. Los niños nos enteramos de que iban a matar al mulo cuando vimos la comitiva en la que Pedro, el dueño del mulo, lo llevaba del ramal, desnudo, sin aparejos, cojeando ostentosamente, apoyándose sólo en tres patas, seguido por otro hombre del pueblo con una escopeta de cartucho colgada del hombro y un pitillo entre los labios. Caminaban todos lentamente, los hombres cabizbajos y en silencio, y el mulo dócil y confiado detrás de su amo; tomaron el camino de la salida del pueblo y luego el del barranco de “la revuelta”. A los niños a partir de allí no nos dejaron seguir. Pasado un rato en el que todos estuvimos en silencio como mascando la tragedia, oímos dos estampidos secos casi seguidos; nos quedamos sobrecogidos.
Al rato apareció Pedro con el cabezal y el ramal del mulo en la mano, llorando a lágrima viva, seguido unos pasos atrás por el hombre de la escopeta que parecía más liberado por haber pasado ya aquel trance; tomaron el camino del pueblo. Algunos niños subieron hasta el lugar donde le habían matado; yo no quise hacerlo, pues me había impresionado suficientemente el drama del pobre mulo, y el de su dueño, aun sin llegar a entender que queriéndolo tanto hubiese tenido que matarlo;  entonces pensé que eran cosas de esa tarea tan ardua que a veces les tocaba hacer a los adultos. Durante varios días vimos sobrevolar a los buitres por encima del barranco, y no podía quitarme de la cabeza la imagen del mulo cojeando, confiado, cuesta arriba a la salida del pueblo.
Años después mandé sacrificar a un perro que tuve durante varios años; era un pastor alemán precioso que con el tiempo resultó ser muy peligroso, ya que atacó y mordió a varias personas, entre ellas a mi hijo; tuve miedo de que un día sucediera una desgracia mayor. A pesar de que tuve claro que debía hacerlo, sentí una terrible pesadumbre; el ser responsable de segar de forma repentina la vida en un cuerpo que minutos antes estaba lleno de vida, es una tragedia real que a poca sensibilidad que se tenga se siente muy adentro. Los individuos que tienen el valor de matar a otro ser humano a sangre fría, tienen que ser unos desalmados y estar haciéndose lavados de cerebro permanentemente, pues a poca lucidez que se tenga, cuando se den cuenta de las barbaridades que han cometido, deberían sentir una desesperación y unos remordimientos sin límite.
Ángel Cornago Sánchez
De mi libro "Arraigos, melindres y acedías". Eds. Trabe




jueves, 3 de agosto de 2017

LAS FIESTAS PATRONALES. CATARSIS COLECTIVA.

LAS FIESTAS. CATARSIS COLECTIVA.

Después de un año, en el ámbito colectivo, bastante decepcionante por la irresponsabilidad de los políticos en general, las fiestas suponen un soplo de aire fresco en el devenir de la vida. También, un alto en las preocupaciones y problemas de cada cual que, estos días de ambiente lúdico, invitan a dejar a un lado.
Es una catarsis colectiva sumamente sana psicológicamente, y que, junto con los actos de solidaridad, constituye una de las muestras más saludables que puede unir a los humanos como grupo. Es un fenómeno social. Históricamente, todos los pueblos y culturas, han organizado celebraciones y fiestas de una u otra manera, cuya finalidad ha sido y es, disipar la tensión acumulada en la vida cotidiana. Es dejar a un lado la racionalidad y dejarse llevar por las sensaciones y los sentimientos, en un ambiente tácitamente pactado de tolerancia y de relajación de las costumbres habituales.
Nuestras fiestas entran por el oído, además de por la vista. En el caso de Tudela, y Navarra en general, el bullicio de la calle, el colorido blanco y rojo de las vestimentas, el desenfado espontáneo y ocurrente de nuestros paisanos, el sonido de las charangas, la bajada de la plaza de toros, constituyen un espectáculo que contagia y arrastra a un estado de especial euforia y optimismo. Para mí, todavía constituye un espectáculo salir a la calle y observar la alegría desbordante de la gente, aunque sea como mero espectador. Es como una tregua, en la que se vive el momento olvidándose, al menos momentáneamente, de los problemas y servidumbres de la vida diaria.
Estos días no se deben contaminar con consignas ni propagandas políticas ni ideológicas: “¡dejadnos ya en paz unos y otros!”. Deben ser días de convivencia, confraternidad, y “buen rollito”.


Ángel Cornago Sánchez