SUPREMACÍA MORAL
Hay grupos,
partidos, personas, que se atribuyen supremacía moral sobre los demás, por
definición, sin habérsela ganado. Algunos se fundan en un marco teóricamente
justo, pero irrealizable, que no respetan en su praxis, ni en su régimen
interno. Se consideran idealistas, con una supremacía moral muy por encima de
los demás, lo cual les permite basándose en “el fin justifica los medios”,
faltar a la verdad en sus alocuciones, en su proceder, incluso a veces realizar
las mayores tropelías. Suelen ser partidos, personas, extremistas de izquierdas
o de derechas, nacionalistas radicales. En el fondo se sienten “elegidos” y no
hacen autocrítica porque todas sus mentiras, manejos inmorales, son para
conseguir teóricamente un bien supremo para la sociedad. Se sienten
“salvadores”. Es también la filosofía del fascismo.
Suelen
confundir el fin, que debe ser el bien de los ciudadanos, con el objetivo, que
no es otro que llegar al poder y sentarse en la poltrona para “salvarnos”. En
general, están muy lejos de tener asumido, que su misión como la de cualquiera
que pretenda influir en la vida pública, es de servicio, pero respetando la
opinión y los derechos de los ciudadanos. No vale el principio de mayor
utilidad personal o de partido.
Suelen
difundir mensajes estereotipados, apoyándose en conceptos y palabras que nadie
discute porque se han ganado el calificativo de moralmente irreprochables. Así,
es muy frecuente que, en sus alocuciones diarias para el consumo, delante de
una cámara, de un micrófono, empleen, repitan hasta la saciedad las palabras:
democrático, democracia, diálogo, justicia, bien de los ciudadanos. Después, sus
actos se rigen por el principio de mayor utilidad para sus fines.
Tampoco son
conscientes de que los ciudadanos somos mucho menos ignorantes de lo que ellos
suponen, y que no nos tragamos a pesar de sus maquilladas puestas en escena los
señuelos que tratan que asumamos.
Algunos dan
por hecho, lo llevan en su ADN, que están en posesión de esa supremacía moral
que les otorga patente de corso.
Ángel Cornago Sánchez