La sonrisa.
La palabra es el modo más
habitual de comunicación entre los humanos, pero desde luego no el único. Su
importancia como tal radica en que se puede utilizar a distancia sin necesidad
de verse ni de tocarse que son los otros dos sentidos con los que
intercambiamos información (con el olfato necesitamos proximidad). Aun así, el
significado de la palabra se puede artefactar, fundamentalmente con el tono, y
el sentido de la frase no ajustarse a lo que literalmente quiere decir. Por eso,
en la relación con nuestros semejantes estamos diciendo muchas cosas no sólo
con la palabra, sino con todo nuestro cuerpo: desde nuestra forma de vestir y
acicalarnos, la expresión de nuestra cara, el tono de las frases, e incluso con
los silencios, estamos trasmitiendo una serie de información que con frecuencia
puede incluso estar en contradicción con lo que literalmente estamos hablando.
En la escala de credibilidad es más verosímil lo que estamos diciendo con todos
estos “accesorios” de la comunicación que lo que estamos diciendo con las
palabras.
La sonrisa es un gesto sutil
de comunicación que indica un estado de ánimo positivo hacia el oponente; si nuestra
relación con otra persona va precedida de una sonrisa estamos trasmitiendo a
nuestro interlocutor que estamos en actitud positiva para relacionarnos con él.
A veces la sonrisa se nos
escapa e indica un estado de ánimo íntimo; cuando estamos escuchando algo que
nos agrada, pensando o recordando algo que nos es grato, es frecuente que lo
delatemos con la cara porque estamos, sin ser conscientes, esbozando una
sonrisa.
Como es habitual en
comunicación, no siempre el gesto se ajusta a lo que habitualmente quiere
decir; ocurre también con la sonrisa. Cuando alguien recibe lo que estamos
diciendo o nos mira con una sonrisa irónica, percibimos claramente el rechazo e
incluso la agresividad que nos está trasmitiendo.
En la evolución de la especie
la sonrisa ocupa un grado sofisticado de expresión. En esta cadena, el hombre
primitivo debía de pasar de llorar a lágrima viva, a la carcajada a mandíbula
batiente, siendo estados más depurados el sollozo y, sobre todo, la sonrisa,
adquiridos mucho después. La carcajada es una explosión de júbilo primitiva,
física, pero en la sonrisa el estado de júbilo o de bienestar está en la mente,
es más intelectual y trasciende al exterior.
Tal vez esta es la razón por
la que mi hijo cuando tenía cinco años, en sus interrogantes sobre la muerte,
un día me preguntó si cuando morimos el cuerpo se queda aquí en la tierra, pero
si la “pensadura” y la “sonrisa” se iban al cielo, percibiendo perfectamente
que la sonrisa es un gesto que va unido a algo que trasciende lo meramente
físico y en la misma categoría que el pensamiento.
Ángel Cornago Sánchez. De mi
libro “Arraigos, melindres y acedías” Edt. Trabe.
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