El
dolor físico tiene unas características determinadas:
El
grado es muy variable, desde sensación ligera de malestar, a dolores
intensísimos. En general, los producidos por procesos en órganos que no se
distienden fácilmente son muy intensos. Así, los dolores producidos por
problemas expansivos o inflamatorios en la cavidad craneal, en senos, huesos y
retroperitoneo se soportan muy mal. También los que se producen por implicación
de terminaciones nerviosas, como el herpes, los dolores dentales y las
neuralgias.
La
gravedad de la enfermedad no está relacionada con la intensidad del dolor. Hay
dolores ligeros, que pueden estar producidos por problemas graves que pueden
comprometer la vida (muchos tumores malignos producen molestias leves, sobre
todo al comienzo). Hay dolores intensos que son muy molestos pero que no
suponen gravedad, como la fisura de ano.
La
vivencia de dolor es subjetiva. Hay personas que, ante un
problema físico, manifiestan sensación de dolor intensa; mientras que otras,
con el mismo problema o más grave, apenas se quejan y da la impresión de que
casi pasa desapercibido, por lo menos a los ojos de los demás.
La vivencia va a depender de
diversas variables:
a)
Hay personas más sensibles que otras. Se dice que el umbral del dolor es
variable, pero, realmente, el umbral de cada uno depende en gran parte de su
estructura psicológica. Hay personas en las que pequeños estímulos dolorosos
les hacen trasmitir quejas de forma muy llamativa, y otras que viven en
silencio dolores intensos.
b)
Depende del momento psicológico que se esté viviendo. Un estado de tristeza, de
depresión, hace vivir el dolor de forma más acusada. Lo mismo sucede en un
estado de ansiedad. La incertidumbre por la causa que origina el dolor da lugar
a una percepción más aguda. Suele suceder que, una vez conocido el origen, se
soporta mejor.
c)
Del grado de atención. Hay personas que se autobservan, y no es raro que
perciban sensaciones de incomodidad que, habitualmente, pasan desapercibidas.
Si además tienen un componente hipocondríaco, la hiperatención y la
interpretación tremendista de las molestias les puede hacer vivir situaciones
banales, como verdaderamente graves y angustiosas.
El
extremo opuesto también se da: dolores teóricamente intensos pasan
desapercibidos durante un tiempo en que la atención está fijada en algo que, en
ese momento, es el foco de interés. Se da en las heridas de guerra, que
empiezan a doler después de la refriega, e incluso en los partidos de fútbol en
que, después de un golpe, la recuperación es inmediata, aunque a las horas el
dolor sea intenso.
d)
El dolor tiene oscilaciones y variaciones de un momento a otro, aunque la
lesión sea la misma. Depende de la evolución del proceso patológico y de los
factores antedichos.
Es
falso que aguantar el dolor sea positivo. Es un concepto que
probablemente tiene sus orígenes en creencias religiosas, que inculcaban que el
sufrimiento en esta vida abría las puertas del paraíso o que, al menos, era un
mérito para la vida del más allá. Como escribe Jhon D. Loeser:[1]
En muchas sociedades primitivas se consideraba
que el dolor se debía a la invasión del cuerpo por espíritus y demonios. En el
mundo occidental, en la Época Clásica y en la Edad Media, el dolor y el
sufrimiento se atribuían a transgresiones o a pecados previos. Se mantenía el
control social mediante esta visión del mundo. Se consideraba que las personas
nacían con el demonio, y necesitaban el dolor y el sufrimiento para convertirse
en respetables. A los que manifestaban una conducta desviada, se les sometía al
dolor y al sufrimiento en un intento de llevarles de nuevo al buen camino. La
cristiandad primitiva hizo uso profusamente del dolor y el sufrimiento como lo
atestigua la Biblia.
En
definitiva, se trataba de tener controlada, por medio de la culpa, a la
población. Si padecían dolor, era una forma de purgar sus pecados. También es
posible que, en tiempos pretéritos, a falta de sustancias que calmaran el
dolor, se utilizaran estos mecanismos de sublimación para mejor sobrellevarlo.
En todo caso, hoy día disponemos de
sustancias potentes y eficaces que pueden calmarlo. Es una negligencia no
utilizarlas cuando el paciente las necesita, las demanda y las acepta. Muchos
profesionales de la sanidad todavía tienen reticencias con esta filosofía. En
realidad, los organismos gestores, hasta hace unos años, han sido remisos en
sus protocolos de formar a los profesionales en el manejo del dolor. La
consecuencia era un tratamiento insuficiente e inadecuado. En las universidades
se trataba el tema de pasada y, en la formación de los MIR, no estaba incluido
de forma específica hasta hace pocos años, teniendo en cuenta que va a ser una
de las principales tareas durante el ejercicio profesional. Detrás de este
desinterés generalizado, tal vez late todavía la idea de que algo tenemos que
pagar por nuestras culpas.
El
dolor es algo consustancial a la existencia humana; es
un mecanismo que es parte de la forma de reaccionar de nuestro organismo ante
distintas alteraciones en su funcionamiento o estructura. Nunca podremos
conseguir que desaparezca. La función de los sanitarios es calmarlo, sin
olvidar interpretarlo para descubrir su origen. También puede dar datos sobre
la evolución del proceso. Cuando el diagnóstico está confirmado y, sobre todo,
en enfermos terminales, el tratamiento debe ser anticipatorio, es necesario que
se paute la medicación para evitar que aparezca. En estos casos, no va a
aportar ningún dato que pueda beneficiar al paciente.
Ángel Cornago Sánchez
[1]
LOESER, J. D., Dolor crónico: un dilema
en los cuidados de salud en nuestro tiempo, Monografías Humanitas, Nº 2.,
p, 101.