– La educación. Proporciona
formación que no siempre identificamos con conocimientos; aunque se puede ser
casi un analfabeto funcional en muchos aspectos a pesar de tener formación
universitaria. Me refiero con ello a las herramientas para desarrollar la
reflexión, el pensamiento crítico, el goce por el conocimiento, el disfrute de
las artes, los valores de honradez, solidaridad, justicia social, esfuerzo… en
definitiva, los recursos para formar personas con valores y con amor por la
cultura humanista.
Este tipo de formación proporciona mecanismos para poder gozar de
momentos y estados de felicidad, dando por sentado que los individuos no van a
ser inmunes a los contratiempos de la vida, pero se van a defender mejor. Este
debería ser el objetivo de los centros educativos y de los educadores: formar
hombres y mujeres libres con capacidad para deliberar, para buscar su destino,
con criterios propios.
También debería ser el objetivo de las familias que, aunque no puedan
impartir conocimientos a sus hijos, sí pueden inculcar valores, cuya impronta,
para bien y para mal, es muy importante.
Asimismo, es necesario potenciar sus habilidades y valorarlas, pues les
van a ser de mucha utilidad a lo largo de sus vidas. Los educadores y la
familia deben estar al tanto de las aptitudes de los educandos, para
potenciarlas y conducirlas. A veces, ni están al tanto ni las potencian. La
familia, con frecuencia, las ignora y reconduce sus pasos a otras actividades
que considera de más porvenir económico o social; lo cual suele llevar, si no
al fracaso, sí a no alcanzar cotas que probablemente hubiera conseguido
desarrollando sus aptitudes...
El ambiente social es
difícil de controlar, porque está sujeto a la inercia, a intereses políticos y
económicos; pero la educación depende de personas comprometidas con la
trascendencia que tiene educar. Considero que es una de las profesiones de más
influencia en el futuro de los seres humanos. Buenos maestros y maestras,
buenos catedráticos, buenos colegios y universidades, con fines claros y
asumidos, son de una importancia capital. Suelen dejar huella de agradecimiento
para toda la vida. Los padres deben buscar este contenido, no el estatus
social.
Es una aberración, en
realidad, la antítesis de lo que debe ser, educar desde la infancia en
intereses políticos, ideológicos, religiosos, fundamentalistas, para inculcar
en los educandos determinadas ideas o valores interesados, incluso, falseando
la realidad...
Abundando en lo dicho, mención especial requiere
cuando se utilizan la educación y el
ambiente social, no ya con fines
económicos, que pueden estar latentes, sino para inculcar intereses de grupos
de poder, fundándose en supuestos valores religiosos o políticos. Es una
perversión de una gravedad extrema intoxicar a niños y niñas, bajo el paraguas
de «formación», con temas que interesan a determinados grupos. En una sociedad
libre y justa debería estar penado; pero es una utopía, porque a los que hacen
las leyes no les interesan personas que deliberen y tomen sus decisiones con
responsabilidad.
De mi libro. Salud y felicidad. Edt. SalTerae.