sábado, 26 de mayo de 2018

LA EDUCACIÓN COMO CAMINO HACIA LA FELICIDAD, BREVES CONSIDERACIONES,


     1.     LA EDUCACIÓN COMO CAMINO HACIA LA FELICIDAD, BREVES CONSIDERACIONES

La educación. Proporciona formación que no siempre identificamos con conocimientos; aunque se puede ser casi un analfabeto funcional en muchos aspectos a pesar de tener formación universitaria. Me refiero con ello a las herramientas para desarrollar la reflexión, el pensamiento crítico, el goce por el conocimiento, el disfrute de las artes, los valores de honradez, solidaridad, justicia social, esfuerzo… en definitiva, los recursos para formar personas con valores y con amor por la cultura humanista.
Este tipo de formación proporciona mecanismos para poder gozar de momentos y estados de felicidad, dando por sentado que los individuos no van a ser inmunes a los contratiempos de la vida, pero se van a defender mejor. Este debería ser el objetivo de los centros educativos y de los educadores: formar hombres y mujeres libres con capacidad para deliberar, para buscar su destino, con criterios propios.
También debería ser el objetivo de las familias que, aunque no puedan impartir conocimientos a sus hijos, sí pueden inculcar valores, cuya impronta, para bien y para mal, es muy importante.
Asimismo, es necesario potenciar sus habilidades y valorarlas, pues les van a ser de mucha utilidad a lo largo de sus vidas. Los educadores y la familia deben estar al tanto de las aptitudes de los educandos, para potenciarlas y conducirlas. A veces, ni están al tanto ni las potencian. La familia, con frecuencia, las ignora y reconduce sus pasos a otras actividades que considera de más porvenir económico o social; lo cual suele llevar, si no al fracaso, sí a no alcanzar cotas que probablemente hubiera conseguido desarrollando sus aptitudes...
El ambiente social es difícil de controlar, porque está sujeto a la inercia, a intereses políticos y económicos; pero la educación depende de personas comprometidas con la trascendencia que tiene educar. Considero que es una de las profesiones de más influencia en el futuro de los seres humanos. Buenos maestros y maestras, buenos catedráticos, buenos colegios y universidades, con fines claros y asumidos, son de una importancia capital. Suelen dejar huella de agradecimiento para toda la vida. Los padres deben buscar este contenido, no el estatus social.

Es una aberración, en realidad, la antítesis de lo que debe ser, educar desde la infancia en intereses políticos, ideológicos, religiosos, fundamentalistas, para inculcar en los educandos determinadas ideas o valores interesados, incluso, falseando la realidad...
Abundando en lo dicho, mención especial requiere cuando se utilizan la educación y el ambiente social, no ya con fines económicos, que pueden estar latentes, sino para inculcar intereses de grupos de poder, fundándose en supuestos valores religiosos o políticos. Es una perversión de una gravedad extrema intoxicar a niños y niñas, bajo el paraguas de «formación», con temas que interesan a determinados grupos. En una sociedad libre y justa debería estar penado; pero es una utopía, porque a los que hacen las leyes no les interesan personas que deliberen y tomen sus decisiones con responsabilidad.
De mi libro. Salud y felicidad. Edt. SalTerae.



jueves, 17 de mayo de 2018

SUPREMACISTA PALABRA DE MODA



“Supremacistas”, son aquellas personas que se sienten por encima del resto, en una vivencia subjetiva que se otorgan, basándose en títulos, ideologías, creencias, atributos, poderes, clase social, raza, nacionalidad, sexo, etc.
Los seres humanos, en dignidad, todos somos iguales: mujeres, hombres, raza, nacionalidad, clase social, etc. El tener una formación especial, una ideología, e incluso ser experto en algo, es para compartirlo con los otros, no para dominarlos. Es sólo un aspecto de nuestra personalidad. Los otros lo asumirán o no desde su libertad. Somos autónomos y como tal nos debemos respeto. Lo que más nos iguala además de la dignidad que se nos reconoce simplemente por ser seres humanos, es la “vulnerabilidad”; basta ser consciente de este concepto para bajar de la “nube”.
Los que se sienten superiores, les falta un punto de reflexión, de madurez, entre otras cosas. Se sienten aupados en podios por encima del resto; su desprecio suele ser más solapado y más selectivo hacia determinados grupos. Suelen ser personas también con otras carencias: prepotentes, sectarios, primitivos, a veces agresivos; no son rigurosos, ni honrados intelectualmente y generalmente poco inteligentes.
Los hay en muy diversos ámbitos, aunque su estructura psicológica suele ser similar: Los de clase social. Los de “pedigrí” de familia. Los de poder económico. Los de “poder”: pueden ser cargos políticos, jefes, etc. ¡Los de uniforme! (cuanto imbécil hay con uniforme, aunque hay que reconocer que cada vez menos). Los raciales. Los de determinadas nacionalidades. ¡Qué miserable es sentirse superior por el color de la piel, o por haber nacido en un lugar determinado! Los culturales. Los morales, etc.
Digo de antemano que, en general, me producen repulsa y algunos claramente desprecio, sobre todo los supremacistas de raza, nacionalidad, y los morales. Algunos, intentan imponer sus tesis sintiéndose “elegidos” y son capaces de las mayores tropelías. En nombre supremacía moral de religiones, ideologías de extrema derecha, de extrema izquierda, razas, nacionalismos extremos, se ha vertido mucha sangre. La historia es terca.
 Nadie somos más que nadie. Todos merecemos respeto, independientemente de raza, sexo, nacionalidad, clase social, religión, no creencias, etc.
 La consideración a nuestras opiniones, a la calidad de nuestro trabajo etc., nos las tenemos que ganar individualmente; en ese aspecto lógicamente no todos somos iguales, nos tenemos que ganar la consideración de los demás por nuestro comportamiento. Es un ámbito individual. Pero a nadie se puede despreciar, ni negar su dignidad como persona.

Ángel Cornago Sánchez. Derechos reservados
Fotografía. Ángel Cornago. Castillo de Loarre.

sábado, 12 de mayo de 2018

LEER POESÍA. CONSIDERACIONES.


LEER POESÍA I

Leer poesía, nos hace más profundos, más reflexivos, más sensibles, más humanos, más propensos a gozar del espíritu, de las fantasías, a destapar emociones, y no solo a utilizar la razón tan habitual en la vida que hoy consumimos.
Basta con dos o tres poemas, incluso uno o dos; unos diez minutos. La poesía es para leerla a pequeñas dosis, no se puede leer como una novela, ni siquiera como un ensayo; es para reflexionar, para meditarla, para sentirla. Precisa de cierto entrenamiento que va dando sus frutos.
Nos ayuda a profundizar en nuestro interior, como todas las artes, pero en este caso con palabras directas que van al núcleo.
Leer poesía supone disfrutar de una espiritualidad laica que conduce a momentos de felicidad de alto rango.

LEER POESIA II. “RIMA O NO RIMA”

Mi opinión, de acuerdo con muchos autores consagrados, es que la poesía puede ser de calidad con verso libre y sin rima. Incluso la prosa puede ser poética. La rima si no se maneja bien, encorseta el poema y le resta calidad. Sí es necesaria la cadencia, el ritmo, y cierta rima libre. En mi opinión, también es cierto, que un poema puede tener métrica, ritmo, rima y no ser poesía porque nada trasmite. Para escribir algo tan difícil como un buen poema no basta tener buena técnica, hay que tener “alma y profundidad” y eso no es cuestión de técnica.


 LEER POESIA III. ¿QUE SE ENTIENDA?

Al menos a mí, me ha sucedido leer poemas de autores teóricamente de prestigio, y “quedarme de muestra”, no entender apenas nada. Eso, me ha producido la sensación de que soy un negado o un inculto, hasta que se me han quitado esos complejos.
Si pretendemos que nos lean, que la poesía llegue a todos, debe ser una poesía que se “entienda”. Bien es cierto que habitualmente en los poemas utilizamos alegorías, frases y expresiones que tienen un significado simbólico, que trascienden lo literal y lo que elevan a rango poético. Pero los poemas no deben ser un “acertijo”.  Al menos a mí, me interesa que me entiendan. Escribimos para que nos lean.
De hecho, considero que la poesía está en auge en este momento tan materialista que vivimos. Es el goce supremo de la literatura. Repito: para leerla a pequeñas dosis.

Ángel Cornago Sánchez


viernes, 4 de mayo de 2018

PADECIMIENTO PSICOLÓGICO. CARACTERÍSTICAS.



La vivencia psicológica negativa es otra forma de padecer, aunque no está tan claro el mecanismo bioquímico por el que se produce. La tristeza, la angustia, la intranquilidad, la depresión, la irritabilidad... son manifestaciones de malestar psicológico y que, como en el dolor físico, son signos de alarma que nos alertan que algo no va bien en nuestro entramado psicológico. También tiene unas características determinadas:
El grado de padecimiento es muy variable. Depende de tres factores fundamentales: De la estructura grabada en los genes, de las modulaciones realizadas por la educación, fundamentalmente en la infancia por la familia y en la escuela, y de las circunstancias que le toque vivir en el medio en el que se desenvuelva.
Estas variables van a dar lugar a que personas con las mismas circunstancias sociales las vivan de muy diversas maneras. La estructura genética, hoy por hoy, es imposible cambiarla; la debida a la educación, difícil y, en todo caso, a través de procesos lentos. Las circunstancias van a ser las que van a matizar las vivencias. Actuar sobre ellas no siempre es fácil y, sobre algunas, imposible, porque no dependen de la voluntad, sino que llegan en el devenir de la vida. Pero aún así, por todo lo dicho, el grado de padecimiento va a ser subjetivo.
La manera de influir de forma positiva sobre los síntomas, en muchos casos, no debe ser farmacológica; a no ser que los síntomas sean muy acusados y sea difícil controlarlos. En ocasiones, serán necesarios los medicamentos, pero es fundamental tratar de actuar sobre el componente psicológico y las circunstancias sociales. Esta actuación tiene que ser dirigida por profesionales, psicólogos y psiquiatras, que tratarán de centrar sus entramados psicológicos para afrontar los problemas. La ayuda de estos especialistas, no centrada solo en fármacos, es fundamental.
Si, en todo tratamiento en medicina, son necesarios la empatía, el afecto y la comprensión, en los padecimientos psicológicos mucho más. Influir sobre las circunstancias sociales, generalmente, no es tan sencillo. Por ejemplo: si la fuente de estrés es el trabajo, no se puede cambiar con facilidad, aunque se pueden aportar herramientas para hacerle frente.
Hay otras circunstancias que, con ayuda de los servicios sociales, se pueden mejorar. Se debe intentar aguantar cierto grado de angustia o de tristeza, y aprender a hacerles frente. El recurrir siempre a fármacos supone impedir el proceso de reestructuración, que debe partir de los propios recursos psicológicos del individuo para, desde ahí, ir elaborando el proceso que le lleve a una situación de enfoque adecuado.
A veces hay que calmar los síntomas psicológicos con fármacos. En ocasiones, el síntoma es tan acusado que impide elaborar nada y está indicado paliarlo con medicación. También es importante asegurar el sueño. Es necesario valorar cada caso.
El padecimiento psicológico también es consustancial a la existencia humana, y yo diría que está más presente que el físico. Es fácil pasar largas temporadas sin ninguna dolencia física y, sin embargo, es difícil pasar unas semanas sin que alguna preocupación ensombrezca la vida diaria y altere nuestro equilibrio.
En la sensación subjetiva de malestar influirán ambas sensaciones, la física y la psicológica, que se interrelacionarán y se incrementarán o disminuirán una o la otra dependiendo de las circunstancias. Escribe Robert Twycross:[1]
El dolor es una experiencia psicosomática, e inevitablemente estará modulado por el estado de ánimo, la moral y la percepción de su significado. La percepción del dolor aumenta si va acompañado por alguna o varias de las siguientes vivencias: malestar, insomnio, fatiga, ansiedad, temor, ira, tristeza, depresión, aburrimiento, aislamiento mental, abandono social.
Por consiguiente, en su tratamiento, es precisa una completa valoración de todos los aspectos referidos, ya que, tratando estos, mejorará mucho su eficacia. En ocasiones, no es cuestión de cambiar de calmante, sino de asociarlo a un tranquilizante; de mejorar el sueño; de establecer una relación más estrecha con el paciente; preocupándonos por sus angustias y sus miedos. Muchas veces, las quejas repetidas son una llamada para que nos aproximemos más a su mundo.
Ángel Cornago Sánchez "Salud y felicidad". 2017. Edt. SalTerrae.




[1] TWYCROSS, Robert, Factores que influyen en el dolor de difícil control, Monografía Humanitas, Nº  2, 2004, p. 81.