EL MÉDICO. ALGUNOS ASPECTOS SOBRE ESTA PROFESIÓN
El médico tiene unos rasgos
de carácter especiales. Por una parte y tal vez el principal, es que a lo largo
del ejercicio de su actividad va a tener que tomar continuamente decisiones
trascendentes, realizar técnicas e intervenciones a veces sofisticadas,
actuaciones todas, que van a influir en la vida de otras personas. Eso le lleva
a tener la sensación, la mayoría de las veces inconsciente, de un poder
importante; tal vez sea la profesión que más poder tiene. Los políticos, los
militares, los sacerdotes, los grupos de poder económico, tienen mucho poder
sobre las circunstancias de la vida de los individuos, pero el médico tiene el
poder de curar, que va a influir y va a cambiar el destino de la vida misma. Va
a tratar con personas que están en situación de minusvalía física y
psicológica, además de estar afectados por la preocupación que supone la causa
de sus dolencias. En estas condiciones, acuden a pedir ayuda, con una entrega
que a veces es total en el caso de las intervenciones quirúrgicas con
anestesia, en la que entregan incluso su consciencia. Este encadenamiento de
actitudes, es suficiente para que el médico esté sintiendo diariamente su
propio poder que, en muchas ocasiones, si no existe reflexión y autocrítica,
pasa a formar parte de su forma habitual de ir por la vida.
La función del médico es
luchar contra la enfermedad para intentar curarla si es posible, y si no, al
menos aliviar los sufrimientos que produce. Se dice que casi nunca podemos
curar, pero que en general podemos y debemos aliviar. A la larga, el médico
siempre se encuentra con el fracaso irremediable en su lucha contra la
enfermedad. Los éxitos que consigue siempre son parciales y temporales, pues
tarde o temprano ese enfermo va a morir. Por eso, en esta profesión tenemos que
estar acostumbrados, y en general lo estamos, a coexistir con el fracaso
terapéutico y desde luego con la muerte.
Esto marca nuestra manera de
ser de forma notable. Habitualmente, sobre todo en el comienzo de nuestro
ejercicio, tenemos tentaciones de sentirnos omnipotentes por las decisiones que
debemos tomar, por el sustrato con el que trabajamos: la salud y la vida de las
personas. Conforme pasan los años, siempre partiendo de personas medianamente
equilibradas, esta actitud va dando paso a otra en que somos conscientes no
solo de lo que sabemos, sino de lo mucho que ignoramos. Debemos asumir que con
el enfermo que más vamos a convivir, es con el que más sufre, aquel al que no
podemos curar, el que de alguna forma nos enfrenta a nuestras propias limitaciones
y a nuestro propio fracaso y, en definitiva, con la muerte.
Esta sensación de fracaso si
no se tienen las ideas claras, lleva con demasiada frecuencia, a utilizar
medios extraordinarios con pacientes cuyo pronóstico es infausto, en los que lo
único que vamos a conseguir con esta actitud es alargar la vida durante un
tiempo, pero en malas condiciones. Hay que saber cuándo decir basta. Hay que
dejar llegar la muerte en su momento, tomando una actitud pasiva y centrando
los esfuerzos en aliviar el sufrimiento, sin recurrir a opciones terapéuticas
agresivas o sofisticadas con el único fin de intentar alargar una vida en malas
condiciones, que se apaga irremediablemente. Tal vez, los médicos tenemos esa
tendencia porque la muerte nos enfrenta con nuestro propio fracaso, y esa
angustia, es la que nos lleva a seguir intentando alargar la vida.
Esta profesión marca para
tener los rasgos de carácter negativos que antes he mencionado, pero también,
como pocas, permite tener una visión del ser humano muy especial. La persona
que sufre, que está enferma, se despoja de las actitudes y planteamientos
superficiales de la vida ordinaria. En esa situación, la escala de valores
cambia a otra más real, en la que la vida y la salud propia o de los seres
queridos es lo más importante, realizándose en estas circunstancias
replanteamientos de vida con unos objetivos más altruistas y de índole
espiritual. El que por la enfermedad ha visto de cerca la muerte, suele cambiar
su escala de valores por otros que se consideran más sólidos de cara a
conseguir la felicidad. Los que son creyentes de cara a una existencia después
de la muerte, los que no lo son, para sentir su vida más llena. Esta relación
es para el médico una oportunidad singular de enriquecer su visión del mundo y del
ser humano, y una ayuda inestimable, para conseguir su maduración personal. Los
médicos solemos empezar nuestra actividad profesional con prepotencia,
coincidiendo además con la etapa que menos conocimientos y menos experiencia
tenemos, y la terminamos con madurez, conscientes de nuestras grandes
limitaciones, coincidiendo con la época en que tenemos más experiencia y
probablemente más capacidad. La formación humana, la fuerza de carácter para
tomar decisiones y para convivir con la enfermedad, son rasgos necesarios para
ejercer esta profesión, además de una indispensable y buena formación técnica.
La preparación de los
médicos españoles desde la instauración de la formación MIR en los años 70 del
siglo pasado, es excelente. De hecho, nada tiene que envidiar a los de ningún
país del mundo.
pacientes
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