lunes, 27 de julio de 2020

Corrida de toros en las Fiesta de Tudela en los años sesenta.

Corrida de toros en las Fiesta de Tudela en los años sesenta.

 

Un recuerdo táctil que guardo y que me es fácil rememorar, es el que experimenté una tarde en Fiestas de Santa Ana cuando era muy joven, casi un adolescente. Salí con mi amigo Julián, como cada día después de comer, dispuestos a no perdernos ningún acontecimiento, y aunque no podíamos ir a la corrida de toros porque nuestra “paga” no nos lo permitía, nos acercamos hasta la plaza para ver el ambiente previo a la corrida. La gente llegaba risueña, los hombres con los puros encendidos, las mujeres con los abanicos mariposeando, todos portando las bolsas con las meriendas y las neveras portátiles con hielo y bebidas.

Toreaba “Chamaco” que era una de las figuras del momento. El gentío era impresionante y las colas delante de las puertas de entrada a la plaza, larguísimas. Llegaron las mulillas y la banda que subía tocando desde la plaza Nueva. Fue entrando el público y, en la calle quedamos los curiosos que no podíamos entrar, y algunos vendedores ambulantes. Pronto se oyeron los clarines y los primeros “olés” y, poco después, la banda comenzó a tocar. La andanada entonces no estaba cubierta y se veía desde lejos a la gente embebida en la faena. Fuimos dando la vuelta a la plaza como buscando un resquicio para poder disfrutar de aquel espectáculo que parecía ser fascinante, a tenor de lo atentos que estaban mirando hacia el ruedo los espectadores.

En el lateral derecho junto a los corrales, tres “listos” habían organizado un sistema para ganar dinero ayudando a "colarse" en la plaza: uno desde abajo, ayudaba al que pretendía ver la corrida sin pagar, a encaramarse en la tapia que separaba la calle de los corrales; allí se ponía de pie apoyándose en la pared de la plaza y, una vez estirado, otros dos mozos desde arriba lo cogían de las manos y lo izaban dentro de la andanada, todo ello claro está, mediante el pago al que estaba abajo de la correspondiente cantidad de dinero que no puedo recordar, pero en todo caso discreta. Los “olés” arreciaban y sentía una sensación de frustración por no poder participar de aquel espectáculo. En un momento en que el entusiasmo en la plaza rozaba la apoteosis, me hurgué en los bolsillos y, con las monedas en la mano, me dirigí al mozo que estaba al pie de la tapia y le ofrecí mi dinero. Le debió de hacer gracia el que un chaval tan joven se decidiese a trepar de aquella forma y, adelantándome a otros que estaban esperando, rápidamente cogió las monedas y me aupó sobre la tapia.

Fue el momento de no retorno; en un segundo me encontré con los pies sobre la estrecha tapia, intentando ponerme de pie sobre ella apoyándome con las palmas de las manos en la pared lisa de la plaza, a un lado el corral de ganado bravo y al otro la calle. Tenía que actuar con rapidez porque había que dejar libre el sitio para que trepase otro. Recuerdo perfectamente el tacto de aquella pared, sin rebordes ni salientes, pero rugosa, lo que me permitía con las palmas de las manos hacer un buen apoyo para ponerme de pie. Me fui levantando poco a poco procurando no mirar hacia abajo ni hacia arriba y pegando también la cara a la pared como otro punto de apoyo; después de unos segundos que me parecieron interminables, de repente, sentí dos fuertes manos que me agarraban por las muñecas y de un tirón, en volandas me introdujeron en la andanada de la plaza.

Sentí que había pasado una prueba peligrosa y miré con orgullo a los que estaban abajo. Cuando conseguí ver el ruedo, el torero paseaba triunfal el anillo en medio del delirio colectivo; yo también aplaudí con vehemencia, aunque, no sé por qué, pues no había presenciado ninguna fase de la faena, pero, supongo que por haber pasado el trance de la tapia, me sentí con derecho hacerlo.

Ángel Cornago Sánchez

De mi libro “Arraigos, melindres y acedías”.

 


viernes, 24 de julio de 2020

EL CHUPINAZO EN TUDELA. (HOY NOSTALGIA)


EL CHUPINAZO EN TUDELA. (HOY NOSTALGIA)

Las fiestas de Tudela entran por el oído además de por la vista. El bullicio de la calle, el colorido blanco y rojo de las vestimentas, el desenfado espontáneo y ocurrente de mis paisanos, el sonido de las charangas, constituyen un espectáculo que contagia y arrastra a un estado de especial euforia. Es un ambiente de alegría desbordante que afecta a todos, desde los niños pequeños a las personas mayores. Pienso que es una catarsis colectiva sumamente sana, y que, junto con los actos de solidaridad en grupo, constituye una de las muestras más saludables de los humanos. Para mí todavía constituye un espectáculo salir a la calle en fiestas y observar la alegría desbordante de la gente; casi nunca me he marchado de las fiestas de mi pueblo, y la razón que aduzco, es que “¿Donde lo voy a pasar mejor?”, aunque sólo esté de mero espectador.
El acto del chupinazo para inaugurar las fiestas constituye uno de esos momentos que me emocionan profundamente. La plaza se va llenando progresivamente, hasta estar hasta los topes unos minutos antes de las doce; los balcones engalanados con la bandera de Tudela, los pañuelos rojos en la mano, las vestimentas blancas, el ambiente festivo y expectante. Con las campanadas de las doce se produce el saludo del alcalde o del concejal de turno, con un desgarrado: “tudelanos, tudelanas! ¡Viva Tudela¡ !Viva Santa Ana¡”  seguido por los “vivas” de la muchedumbre, por el chupinazo y por una inmediata explosión de júbilo, griterío festivo y música. Ese momento me produce un escalofrío que recorre todo mi cuerpo y, a veces, confieso, que he tenido que esforzarme para no mostrar mi emoción. Cuando vivía fuera de Tudela, algún año he llegado unos minutos antes del chupinazo, he saludado a mis padres desde la calle y he marchado corriendo a la plaza para no perderme ese momento sublime.
Ángel Cornago Sánchez

De mi libro “Arraigos, melindres y acedías”




viernes, 17 de julio de 2020

NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO

            RECONOCIMIENTO DE CONFORMIDAD Y DE DISTINCIÓN
 

Todorov, escribe sobre el reconocimiento y lo divide en reconocimiento de conformidad y el de distinción: “o bien quiero ser percibido semejante a los otros, o diferente, distinto, peculiar”[1]. El de conformidad obtiene su reconocimiento del hecho de conformarse lo más escrupulosamente posible con los usos y normas que considera apropiados para todos los miembros del grupo; “se siente reconocido y aceptado”. El reconocimiento de distinción es un reconocimiento especial, positivo, “por encima de los demás”. No cabe duda que para la felicidad es una garantía el reconocimiento de conformidad, porque es estable ya que el de distinción puede desaparecer, y, esencialmente suele ser temporal. El que nos va a llevar a reconocernos en los demás, es el de conformidad. Para obtenerlo “no necesito continuamente la mirada de los otros, ya la tengo interiorizada; no aspiro a ser excepcional, sino normal”. Puede ser que en momentos puntuales tengamos reconocimientos de distinción para volver después al reconocimiento de conformidad. Las personas instaladas en el de distinción, tarde o temprano caen en la indiferencia y deben estar preparadas para integrarse en el reconocimiento de conformidad.

Por tanto, precisamos el reconocimiento, pero como mero reflejo de que existimos. Si existe una necesidad excesiva más allá de la confirmación de que “somos”, se convierte en dependencia, lo cual es negativo. En la sociedad actual es frecuente que no nos conformemos con el mero reconocimiento de conformidad y solemos perseguir el reconocimiento de distinción, porque en el medio en que vivimos, para ocupar un lugar donde el mensaje de vuelta nos haga sentirnos importantes, que es lo que exige el medio, se tiene que luchar para conseguirlo: puede ser haciendo dinero, un trabajo de prestigio, o vivir de forma extravagante, por ejemplo, pero esta sociedad nos invita a buscar nuestra singularidad en el grupo, y claro, hay mucha competencia. Es una dependencia que lleva a la infelicidad…

Reconocimiento precisamos todos durante la vida. En el reconocimiento de una u otra manera, de forma no consciente, y también con reflexión, vamos conformando nuestro yo. Llega un momento, o debe llegar un momento, que el reconocimiento externo, sea de menos importancia para seguir creciendo en nuestra evolución, antes al contrario, debe ser cada vez menos importante, porque ese mensaje lo recibimos de nuestro propio yo, desarrollado y maduro, con principios, independiente. El no estar mediatizados por el entorno es una vía importante para alcanzar la felicidad. Conforme va creciendo la individualización debe ir decreciendo la importancia del reconocimiento, aunque siempre lo vamos a precisar como seres sociales que somos.

De mi libro “Salud y felicidad

”. Edt. SalTerrae

Ángel Cornago Sánchez

[1] Tzvetan Todorov. La vida en común. Taurus. Madrid 1995. P, 129