Un libro para leer
El ser humano nace con una carga genética
hereditaria que, con el tiempo y la maduración biológica, irá configurándose
como su temperamento. Paralelamente,
a lo largo de toda su vida y de manera preferencial en sus etapas iniciales, en
sus interacciones con todo lo que le rodea (entorno físico, contacto con otras
personas, cultura que le controla y le dirige, y otras muchas periferias) irá desarrollando
un aprendizaje que conformará también otra parte de su personalidad, dotándole
de lo que llamamos su carácter.
En esta doble vía de desarrollo y
crecimiento, cada ser humano deviene a ser ella o él mismo, iniciando y
continuando el núcleo de su realización:
la posibilidad y la necesidad de lograr que lo que eran sus posibilidades o
potencialidades innatas al nacer se conviertan en sus cualidades y sus recursos
personales en el acontecer de su historia.
Para que este proceso de llegar a ser nosotros
mismos y de podernos convertir en nosotros, en nuestra esencialidad, se ejecute,
es muy importante que cada uno de nosotros tomemos una parte activa y
orientadora en el despliegue de las facultades que poseemos. Así, nuestra vida
no será un mero transcurso
automático, dejándonos subsistir, sino un discurso
dirigido y gobernado por nosotros. Somos todos, y debemos serlo, dueños y
autores de nuestra vida. Sin este compromiso no existiría nuestra biografía y
nuestra existencia carecería de sentido.
En el fondo, la mayoría de las personas
aspiramos a tener un estado permanente de felicidad,
de satisfacción con nuestro propio ser, y para ello debemos potenciar dos
grandes disposiciones en nuestra espiritualidad: la alegría, apuesta deleitosa por la vida, y la esperanza, confianza de poder lograr lo que nos proponemos.
Desgraciadamente, a menudo resulta difícil
alimentar con éxito nuestro propio proyecto vital. Se habla mucho, demasiado
quizá, de la abundancia de posibles trastornos psiquiátricos como la ansiedad
las depresiones y otros, y del alto consumo de “pastillas de nervios” (hasta
casi un tercio de la población las toma), pero quizá no seamos totalmente
conscientes del mayor problema existente en este contexto: la falta de salud mental. Abundan las
personas cargadas de amargura, de desaliento, de vacío existencial, de soledad
y de otras carencias anímicas y espirituales.
Son muchos los seres humanos que en su
proceso de autocreación tienen que liberar batallas
íntimas en torno a alguno de los ejes de su quehacer personal: sobre su
autoestima, en torno a su fortaleza y energía, alrededor de sus vivencias de
culpa o de sus sentimientos de culpabilidad,
acerca de su seguridad en sí mismo o de la confianza en sus propias
capacidades, y en otras muchas dinámicas propias del proceso evolutivo
individual.
Estas realidades expuestas son, a veces,
difíciles de entender y de aplicar en el día a día de la existencia cotidiana,
pero, afortunadamente, en muchas ocasiones nos topamos con circunstancias que
nos ayudan a recapacitar sobre ellas y a descubrirlas en situaciones sencillas
del proceder ordinario. Una de estas oportunidades es el libro “Encuentros
en la Abadía”, publicado recientemente por el escritor tudelano Ángel Cornago Sánchez. El autor, como es bien sabido, es un gran
profesional médico, arraigado en el quehacer sanitario más profundo. Es un libro
entretenido y didáctico que hasta ahora ha podido pasar desapercibido debido a
la crisis de la pandemia, y que yo me atrevo a recomendar a todos los lectores prudentes
e interesados en la antropología humana. Es un texto fácil y cómodo de leer,
cargado de experiencia humana y de consejos sabios, muy correcto desde el punto
de vista psicológico y psiquiátrico, que trasmite una visión profunda e
intimista de la vida personal y que anima al cultivo de la espiritualidad
laica, de la responsabilidad personal y de una actitud ética ante la vida. Un
libro de ayuda personal novelado, divertido e intrigante a veces. Sin duda lo
mejor es leerlo y saborearlo. Podrá ser un espejo en el que, algunas veces, lograremos
vernos reflejados en algunas coyunturas del relato. Una forma de vivirlo para
aprender y crecer.
VICENTE MADOZ
Fotografía: Monasterio Santa María de Huerta
Ángel Cornago