PRÓLOGO. EL PACIENTE TERMINAL. DILEMAS ÉTICOS AL FINAL DE LA VIDA
La
única verdad incuestionable en la vida del ser humano es, que nuestra
existencia es limitada: todos vamos a morir. Basándonos en datos del Instituto
Nacional de Estadística[i],
teniendo en cuenta los que fallecen de
muerte repentina, ya sea por accidente o enfermedad y los que sufren deterioro
neurológico progresivo, el resto, más de un 70 %, vamos a tener tiempo
suficiente para darnos cuenta de que se acerca el fin de nuestra existencia;
otros elevan esta cifra al 90%[ii].
En la mayor parte de los casos, las últimas semanas, meses e incluso años, irán
acompañados de sufrimientos tanto físicos como psicológicos, que junto con la
sensación de que la vida se acaba, van hacer de ese tiempo un momento clave de
nuestra existencia, donde tendrán suma importancia, la forma de admitir lo
irremediable de la muerte y que en definitiva esta forma parte de la vida, la
vida pasada, las creencias, los valores, la relación con la familia, con el
equipo sanitario y la existencia o no de testamento vital. Todo ello va a
influir de forma determinante, en que esas últimas semanas o meses se vivan con
el mínimo sufrimiento posible, o sean un
calvario que acabará con la muerte.
La
medicina en el momento actual centra sus objetivos y sus esfuerzos en alargar
la vida, es una medicina que, fundamentalmente, trabaja para este fin. La
muerte constituye un fracaso y cuando la vemos inevitable, los profesionales,
en general, bajamos la guardia y nuestra actitud la mayoría de las veces es
pasiva. La visita diaria a dichos pacientes nos resulta incómoda, ya no podemos
ofrecerles curación y tenemos la sensación de que casi no podemos ofrecerles
nada. Sentimos angustia en su presencia, no podemos mantener su mirada ante la
falta de soluciones, respondemos con evasivas a sus preguntas.
Sin
embargo, lejos de dicha actitud, los sanitarios cuando nos acercamos al
paciente terminal debemos hacerlo desde la humildad y desde el afecto, contando
con el fracaso final, pero también con la convicción y el sentido de la
responsabilidad, de que nuestra labor va a ser decisiva para conseguir una calidad
de vida lo más aceptable posible y una muerte con el mínimo sufrimiento. Y todo
esto, contando con él que, salvo excepciones, es dueño de su vida y de su
cuerpo. Ha pasado el tiempo en que el médico con actitud paternalista decidía
lo que era bueno o malo para el paciente sin contar con él. Desde hace varios
lustros, coincidiendo con la aparición la bioética, se ha puesto en candelero
una filosofía más humana de la asistencia sanitaria, que trata de compensar el
tecnicismo de la medicina que de la mano de los descubrimientos científicos, ha
imperado durante los últimos lustros.
Durante
el último siglo los avances han sido espectaculares y han permitido alargar la
vida con una calidad buena o aceptable, pero también alargarla, a veces, en muy
malas condiciones, lo que está originando grandes sufrimientos para el paciente
y graves problemas familiares, éticos, sociales y sanitarios. “Cada nuevo logro
médico plantea cuestiones éticas, sobre la forma de usarlos, sobre los valores
implicados. El problema está en que el conocimiento no es un mero saber, sino
un poder que bajo la cobertura de ciencia corre el peligro de ser usado
impunemente” (Torralba[iii]).
Además, estos avances técnicos han hecho a los seres humanos capaces de
destruir el propio mundo que habitamos, capaces de manipular las especies
incluida la propia, capaces de intervenir en la propia evolución e incluso en
la propia muerte.
Cuando
la muerte está cerca y disponemos de
todo un arsenal terapéutico y tecnológico que nos permite influir sobre la duración
de la vida, es muy fácil utilizarlo de forma irracional y puede dar lugar a
alargarla de forma artificial, prolongando sufrimientos, despilfarrando
recursos y, en muchos casos, pasando por alto la dignidad del paciente,
entendiendo por dignidad, su capacidad de control y de autoestima, ya que
dignidad tiene el ser humano por el simple hecho de serlo y por tanto no la
puede perder.
También
está en candelero el debate ético sobre la posibilidad de ayudar a morir a los
pacientes, acortando su vida o proporcionándoles los medios para que ellos lo
hagan, cuando esa vida es insufrible por la enfermedad y la curación es
imposible. La eutanasia y el suicidio asistido son temas de debate ético en el
que están implicados muchos valores y derechos.
Esos meses, esas
semanas que nos va a tocar vivir a muchos de nosotros en el final de nuestras
vidas, con los sufrimientos físicos y psicológicos, con las vivencias tan
especiales, con el cambio de valores, con su especial filosofía de la medicina,
con las implicaciones éticas que se pueden presentar, es lo que voy a tratar de
analizar.
Fotografía propia
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Libre