martes, 5 de enero de 2021

EL PACIENTE TERMINAL. DILEMAS ÉTICOS AL FINAL DE LA VIDA

 

PRÓLOGO. EL PACIENTE TERMINAL. DILEMAS ÉTICOS AL FINAL DE LA VIDA




La única verdad incuestionable en la vida del ser humano es, que nuestra existencia es limitada: todos vamos a morir. Basándonos en datos del Instituto Nacional de Estadística[i], teniendo en cuenta los que  fallecen de muerte repentina, ya sea por accidente o enfermedad y los que sufren deterioro neurológico progresivo, el resto, más de un 70 %, vamos a tener tiempo suficiente para darnos cuenta de que se acerca el fin de nuestra existencia; otros elevan esta cifra al 90%[ii]. En la mayor parte de los casos, las últimas semanas, meses e incluso años, irán acompañados de sufrimientos tanto físicos como psicológicos, que junto con la sensación de que la vida se acaba, van hacer de ese tiempo un momento clave de nuestra existencia, donde tendrán suma importancia, la forma de admitir lo irremediable de la muerte y que en definitiva esta forma parte de la vida, la vida pasada, las creencias, los valores, la relación con la familia, con el equipo sanitario y la existencia o no de testamento vital. Todo ello va a influir de forma determinante, en que esas últimas semanas o meses se vivan con el mínimo sufrimiento posible, o sean  un calvario que acabará con la muerte.

La medicina en el momento actual centra sus objetivos y sus esfuerzos en alargar la vida, es una medicina que, fundamentalmente, trabaja para este fin. La muerte constituye un fracaso y cuando la vemos inevitable, los profesionales, en general, bajamos la guardia y nuestra actitud la mayoría de las veces es pasiva. La visita diaria a dichos pacientes nos resulta incómoda, ya no podemos ofrecerles curación y tenemos la sensación de que casi no podemos ofrecerles nada. Sentimos angustia en su presencia, no podemos mantener su mirada ante la falta de soluciones, respondemos con evasivas a sus preguntas.

Sin embargo, lejos de dicha actitud, los sanitarios cuando nos acercamos al paciente terminal debemos hacerlo desde la humildad y desde el afecto, contando con el fracaso final, pero también con la convicción y el sentido de la responsabilidad, de que nuestra labor va a ser decisiva para conseguir una calidad de vida lo más aceptable posible y una muerte con el mínimo sufrimiento. Y todo esto, contando con él que, salvo excepciones, es dueño de su vida y de su cuerpo. Ha pasado el tiempo en que el médico con actitud paternalista decidía lo que era bueno o malo para el paciente sin contar con él. Desde hace varios lustros, coincidiendo con la aparición la bioética, se ha puesto en candelero una filosofía más humana de la asistencia sanitaria, que trata de compensar el tecnicismo de la medicina que de la mano de los descubrimientos científicos, ha imperado durante los últimos lustros.

Durante el último siglo los avances han sido espectaculares y han permitido alargar la vida con una calidad buena o aceptable, pero también alargarla, a veces, en muy malas condiciones, lo que está originando grandes sufrimientos para el paciente y graves problemas familiares, éticos, sociales y sanitarios. “Cada nuevo logro médico plantea cuestiones éticas, sobre la forma de usarlos, sobre los valores implicados. El problema está en que el conocimiento no es un mero saber, sino un poder que bajo la cobertura de ciencia corre el peligro de ser usado impunemente” (Torralba[iii]). Además, estos avances técnicos han hecho a los seres humanos capaces de destruir el propio mundo que habitamos, capaces de manipular las especies incluida la propia, capaces de intervenir en la propia evolución e incluso en la propia muerte.

Cuando la  muerte está cerca y disponemos de todo un arsenal terapéutico y tecnológico que nos permite influir sobre la duración de la vida, es muy fácil utilizarlo de forma irracional y puede dar lugar a alargarla de forma artificial, prolongando sufrimientos, despilfarrando recursos y, en muchos casos, pasando por alto la dignidad del paciente, entendiendo por dignidad, su capacidad de control y de autoestima, ya que dignidad tiene el ser humano por el simple hecho de serlo y por tanto no la puede perder.

También está en candelero el debate ético sobre la posibilidad de ayudar a morir a los pacientes, acortando su vida o proporcionándoles los medios para que ellos lo hagan, cuando esa vida es insufrible por la enfermedad y la curación es imposible. La eutanasia y el suicidio asistido son temas de debate ético en el que están implicados muchos valores y derechos.

Esos meses, esas semanas que nos va a tocar vivir a muchos de nosotros en el final de nuestras vidas, con los sufrimientos físicos y psicológicos, con las vivencias tan especiales, con el cambio de valores, con su especial filosofía de la medicina, con las implicaciones éticas que se pueden presentar, es lo que voy a tratar de analizar.

Fotografía propia



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