“Morir con dignidad”
Asociar la eutanasia a “morir
con dignidad” da lugar a confusión, como si la eutanasia fuese la única forma
de morir dignamente, cuando es un recurso para circunstancias especiales
solicitado individualmente por el paciente, y, estadísticamente, representa un
tanto por ciento bajo respecto a las muertes totales en los países donde está
legalizada.
Da lugar a confusión,
además, porque el concepto de “dignidad” es intrínseco al ser humano y nunca se
pierde, la tiene “per se”, independientemente del deterioro de su calidad de
vida. Por eso, todo ser humano merece respeto y ser tratado como tal, lo cual
implica respetar sus opiniones y sus derechos. Tampoco podemos transformar
dignidad, concepto trascendental, en calidad de vida, que es algo subjetivo[1] y, en
todo caso, una circunstancia.
Que duda cabe que el paciente terminal nunca perderá su “dignidad”,
pero sí puede perder lo que podríamos llamar la compostura digna: el control de sí mismo. O simplemente, el
sufrimiento es un grave artefacto para seguir siendo él.
La expresión “morir dignamente” asimismo es subjetiva; podemos entender como tal,
mantener el control en ese momento, no necesariamente de forma heroica, pero asumiendo
la situación.
Para conseguirlo, es
preciso controlar el dolor físico, el padecimiento psicológico y el sufrimiento,
que viene matizado por la “falta de esperanza”. Pero en ocasiones, los
padecimientos pueden ser tan intensos que no va a ser posible controlarlos. Pueden
ser tales, que el paciente tenga la sensación de que va a perder el control, de
que “ya no va a ser él” y que, en esas circunstancias, quiera no vivir ese
capítulo de su vida. Ese miedo y esa realidad, le puede hacer sufrir tanto o
más que los sufrimientos físicos. En tal situación, en momentos de lucidez y de
control, puede pedir que le quiten la vida. Estará haciendo uso de su
autonomía. En otros casos, puede suceder que, aun manteniendo el control, los
sufrimientos sean tan grandes, que esté decidido y convencido de que no merece
la pena seguir viviendo con dicha calidad de vida, y decida libremente que
prefiere morir. Agotadas todas las posibilidades y medios, ve como única salida
el acortamiento de la vida y con ella de los sufrimientos mediante la eutanasia.
Considero que, en la
práctica clínica diaria, en la mayoría de los hospitales de nuestro país, se
está aplicando en pacientes terminales la “sedación paliativa” y “la sedación
terminal”, que son el tratamiento adecuado, a pesar de que esta última pueda
acortar la vida, con la advertencia al paciente si es competente, y a la
familia si no lo es. Los profesionales de los servicios de Medicina Interna de
los hospitales, suelen estar preparados para manejar las medicaciones
necesarias para una sedación paliativa, incluso para una sedación terminal y
que la muerte se produzca en aceptables condiciones. Pero hay un tanto por
ciento de pacientes terminales con sufrimientos de origen complejo difícil de
tratar, que precisan cuidados y tratamiento especializado, que es propio de las
Unidades de Cuidados Paliativos: dichos profesionales mejoran ostensiblemente
la calidad de vida en el último tramo, y la calidad de muerte. En España
estamos a la cola de Europa en dichas unidades.
Los problemas mayores se
presentan cuando la muerte no está cerca y el sufrimiento es importante a pesar
de los tratamientos. Es cuando la eutanasia y el suicidio asistido pueden ser
una opción para los pacientes. En este momento, son un derecho una vez aprobada
la ley. Sería conveniente que estos pacientes antes de tomar dicha decisión fuesen
valorados y tratados previamente en la Unidades de Cuidados Paliativos.
Son temas que requieren
matizaciones.
Fotografía propia.
Ángel Cornago Sánchez
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