INDECISIÓN
Cuando estoy indeciso me siento, imperturbable, en el banco de la esquina mirándome la punta de los zapatos. Creo que pongo cara de póquer, o de idiota,
que viene a ser lo mismo. Ensimismado y absorto me sumo en el vacío y floto
entre la incertidumbre de la duda y el placer de no estar seguro de nada, solo
de que “no estoy seguro”.
El vacío me lleva y me
bambolea como si fuera una hoja de otoño en un vendaval inapropiado. Me mezo en
las dudas y siento la misma sensación de gozo que cuando de niño me columpiaba en
las barcazas que traían los chocheros y feriantes en las fiestas.
Me siento mejor dudando
que en la plena certidumbre. La certidumbre habitual hace que me ponga en
guardia, es propia de gente prepotente de verdades sólidas a las que la duda
les produce un vértigo que no pueden soportar. Es propia de personas que no
progresan. Son buenos militares, saben obedecer, y, sobre todo mandar,
frecuentemente con actitudes prepotentes. Imparten sus verdades cristalizadas y
con telarañas, o solidificadas sacadas de la mochila. En definitiva, útiles
para formar rebaño, rebaño organizado. También son excelentes súbditos, así no
necesitan pensar. Al mismo tiempo, algunos son aduladores, para recibir el
parabién de quien los esclaviza; la palmada en el lomo. Es propio de mediocres,
de aspirantes a dictadores y de no pocos políticos o aspirantes a serlo.
Como excepción, la
duda, cual serpiente, ahoga a algunas personas pusilánimes o que están pasando
momentos de crisis. Precisan comprensión, ayuda y toda nuestra atención.
Dicho esto.
¡Viva la duda!, Viva la incertidumbre. Nos
da vida, nos estimula, nos hace pensar, estrujarnos el cerebro, discurrir,
meternos por vericuetos excitantes en busca de respuestas. El chute de la duda
nos hace estar más vivos.
La duda depende de nosotros, la
incertidumbre la crea lo externo y hay que aceptarla y saber soportarla. Es la
vida misma. La vida viva y responsable.
Ángel Cornago Sánchez
Fotografía propia
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